“Vivimos inmersos no en los pecados capitales, sino en los pecados del capital”, Omar Abboud.
Gula, avaricia, lujuria, soberbia, ira, pereza y envidia son los pecados capitales oficialmente reconocidos, aunque para muchos ya están perdiendo vigencia tras el surgimiento de otros nuevos. ¿Tú con cuáles te quedas?
Historiadores y sociólogos advierten que los siete pecados capitales han quedado rebasados dentro de esta sociedad moderna, donde ahora es la deshumanización y la decadencia lo que predomina. A su juicio, en nuestros días las dietas y la anorexia superan a la gula, la adicción al trabajo deja atrás a la pereza, la pornografía se cubre tras la lujuria, el consumismo rebasa a la avaricia y la soberbia se disfraza con altruismo y falsa humildad.
“Existe una industria para generar deseos y apetitos. Estamos viviendo una época donde muchos dicen no tener religión. Creo que pueden no tener creencias monoteístas o de cualquier otro tipo relacionado con dioses, pero sí tienen una gran religión: el capitalismo y el consumo. Vivimos inmersos no en los pecados capitales, sino en los pecados del capital”, advierte el especialista en religiones, Omar Abboud.
Para teólogos y filósofos, los pecados capitales son los padres de todos nuestros vicios, las debilidades en que seguirá cayendo el ser humano, las cuales lo pueden llevar a cometer muchos desenfrenos, incluso el mal hacia sus semejantes. Ellos sostienen que los pecados capitales seguirán siendo la expresión de la ética social y comunitaria, aunque reconocen que los criterios para ejecutarlos sí se han modificado.
“Los tradicionales -soberbia, pereza, gula, envidia, ira, avaricia y lujuria- están presentes en nuestra vida diaria, algunos devaluados y otros con ciertas transformaciones. Pero cuando los relacionamos con los tiempos que vivimos, nos encontramos con infinidad de caminos que llevan a otras tantas preguntas que hoy se hace el hombre, y que tienen que ver con el sentido mismo de la vida y la trascendencia. Se mezclan en los pecados cuestiones religiosas, históricas, económicas, sociales, artísticas y varios factores propios del mundo actual”, afirma el filósofo español Fernando Savater en su libro Los siete pecados capitales.
Lo cierto es que pecados nuevos o no, todos los humanos tenemos debilidades que nos hacen caer en la tentación. La diferencia está en cómo manejamos nuestros pecados o cómo los pecados nos manejan a nosotros.
La soberbia
Considerada por el catolicismo como el mayor pecado capital -por ser el que más vulnera al ser humano-, la soberbia demuestra que sigue vigente. En nuestros días, ser soberbio puede ser echarle el coche encima a un peatón que está cruzando con la luz amarilla, porque la prioridad para el soberbio es él mismo y sus necesidades. Puede ser deber dinero y retrasar un pago sin importar las necesidades de quien lo prestó.
Los reality shows, en los que se ponen cámaras para espiar durante una determinada cantidad de tiempo a cinco o seis personas, que se dedican a hacer y decir vulgaridades o dormir, son también actos claros de soberbia. Dentro de la política, la soberbia también es el pecado por excelencia, debido a la vulnerabilidad de quienes se dedican a la vida pública. La ambición de poder y ser el centro de atención los domina.
“No se trata del orgullo de lo que tú eres, sino del menosprecio de lo que es el otro; el no reconocer a los semejantes. Quizá lo más pecaminoso de la soberbia sea que imposibilita la armonía y la convivencia dentro de los ideales humanos. Hay pueblos que miran por encima del hombro a otros, sin haberse molestado nunca en intentar entenderlos; en comprender en qué difieren de ellos, en darse cuenta de que hay otras costumbres, otro tipo de juego social. Entonces se los considera inferiores y descartables. Se les califica de incivilizados”, explica Fernando Savater.
”Nuestros destinos son enormemente semejantes: todos nacemos, todos somos conscientes de que vamos a morir, todos compartimos necesidades, frustraciones, ilusiones y alegrías. Que alguien se considere al margen de la humanidad, por encima de ella, que desprecie la humanidad de los demás, que niegue su vinculación solidaria con la humanidad de los otros, probablemente ése sea el pecado esencial”, explica Savater.
La fórmula para protegernos de este pecado, subraya el filósofo, es ser realista.
La gula
Este pecado es asociado directamente al abuso desmedido de la comida y la bebida, sin embargo los conceptos modernos han ampliado sus alcances. La gula tiene que ver con los excesos, los gustos exagerados, con una forma rápida de apropiarse de algo. Es una acción egoísta que hermana con la soberbia; es la metáfora de la posesión absoluta. Se puede hablar de comida, de drogas, de placeres, de cualquier tipo de deseos o ambiciones.
Es reivindicar lo placentero. No se trata de los manjares que se ponen a la mesa, sino de cómo se acercan los comensales a ellos. El pecado está justamente en el exceso, ya sea de comida, de estimulantes, de actitudes, de otros vicios.
También en la actualidad la gula se ha transformado en un pecado estético y dietético; su otro extremo son la anorexia -el miedo excesivo a ingerir cualquier cosa porque puede engordar- y la bulimia -la compulsión por el exceso, seguido de una enorme culpa que regresa lo consumido.
Este pecado mucho tiene que ver con los males del espíritu, las influencias de los parámetros sociales para aceptar o discriminar al ser humano.
La avaricia
Codicia, tacañería, mezquindad, ambición exagerada o ansia insaciable son las otras formas de calificar a la avaricia, pecado que se basa en convertir un medio en un fin, y aquí se puede hablar de dinero, de bienes materiales, hasta de sentimientos. Actualmente en nuestra sociedad se es avaro en el trato, en la cordialidad, en el cariño, porque el consumismo incita al derroche, al gasto, a la búsqueda de objetivos propiamente materiales. Por necesidad o ambición, los padres trabajan cada vez más tiempo y los hijos permanecen cada vez más solos.
El avaro gusta de la virtualidad, pero pierde de vista la relación humana. No admite que el intercambio tiene algo muy profundo que es la sociabilidad.
Hay una pelea gigantesca por el control de los recursos, la codicia de los que más tienen. La guerra de Irak es un ejemplo: en el fondo, lo que Estados Unidos quería eran los recursos petroleros, no tanto la cabeza de Saddam Hussein.
“Uno debe saber que por mucho dinero que se tenga no obtendrá más cosas de las que puede tener. Los placeres materiales tienen un catálogo reducido. Hay que aprovechar lo que entrega el mundo y dejar libre lo que no se usa, satisfacer deseos mundanos y ayudar a otros. No caer en los extremos. La usura es otra forma de avaricia. Lo importante es encontrar un equilibrio”, advierte el filósofo español.
La ira
La ira es pecado cuando se convierte en una norma de vida; es la reacción frente a la violencia con violencia. Ese estado en que las emociones fuertemente excitadas llegan a transfigurar incluso las facciones del rostro. Es un proceso de desracionalización, sostiene Omar Abboud, lo que lleva al odio y la venganza.
Aunque también hay ira creativa y positiva, aquella que es despertada por las injusticias, no la que nace del ego y la arrogancia sino la que con un interés genuino se practica para obtener un bien social.
Hoy el mundo tiene tendencia a ser irascible. Cada vez son menores los niveles de paciencia y reflexión por parte de la sociedad. La ira puede estar entonces en el apetito de venganza, en las emociones contenidas, en los fracasos, las frustraciones, los conflictos personales.
“El pecado de la ira es una cuestión de grados. Es un movimiento, una reacción que puede indicar simplemente que estamos vivos, y por lo tanto, nos rebelamos contra injusticias, amenazas o abusos”, sostiene Savater. “Hay veces en que la ira social, siempre y cuando no sea desproporcionada, se convierte en una forma de cordura. Cuando la justicia falla genera una sociedad iracunda”.
Historiadores y sociólogos advierten que los siete pecados capitales han quedado rebasados dentro de esta sociedad moderna, donde ahora es la deshumanización y la decadencia lo que predomina. A su juicio, en nuestros días las dietas y la anorexia superan a la gula, la adicción al trabajo deja atrás a la pereza, la pornografía se cubre tras la lujuria, el consumismo rebasa a la avaricia y la soberbia se disfraza con altruismo y falsa humildad.
“Existe una industria para generar deseos y apetitos. Estamos viviendo una época donde muchos dicen no tener religión. Creo que pueden no tener creencias monoteístas o de cualquier otro tipo relacionado con dioses, pero sí tienen una gran religión: el capitalismo y el consumo. Vivimos inmersos no en los pecados capitales, sino en los pecados del capital”, advierte el especialista en religiones, Omar Abboud.
Para teólogos y filósofos, los pecados capitales son los padres de todos nuestros vicios, las debilidades en que seguirá cayendo el ser humano, las cuales lo pueden llevar a cometer muchos desenfrenos, incluso el mal hacia sus semejantes. Ellos sostienen que los pecados capitales seguirán siendo la expresión de la ética social y comunitaria, aunque reconocen que los criterios para ejecutarlos sí se han modificado.
“Los tradicionales -soberbia, pereza, gula, envidia, ira, avaricia y lujuria- están presentes en nuestra vida diaria, algunos devaluados y otros con ciertas transformaciones. Pero cuando los relacionamos con los tiempos que vivimos, nos encontramos con infinidad de caminos que llevan a otras tantas preguntas que hoy se hace el hombre, y que tienen que ver con el sentido mismo de la vida y la trascendencia. Se mezclan en los pecados cuestiones religiosas, históricas, económicas, sociales, artísticas y varios factores propios del mundo actual”, afirma el filósofo español Fernando Savater en su libro Los siete pecados capitales.
Lo cierto es que pecados nuevos o no, todos los humanos tenemos debilidades que nos hacen caer en la tentación. La diferencia está en cómo manejamos nuestros pecados o cómo los pecados nos manejan a nosotros.
La soberbia
Considerada por el catolicismo como el mayor pecado capital -por ser el que más vulnera al ser humano-, la soberbia demuestra que sigue vigente. En nuestros días, ser soberbio puede ser echarle el coche encima a un peatón que está cruzando con la luz amarilla, porque la prioridad para el soberbio es él mismo y sus necesidades. Puede ser deber dinero y retrasar un pago sin importar las necesidades de quien lo prestó.
Los reality shows, en los que se ponen cámaras para espiar durante una determinada cantidad de tiempo a cinco o seis personas, que se dedican a hacer y decir vulgaridades o dormir, son también actos claros de soberbia. Dentro de la política, la soberbia también es el pecado por excelencia, debido a la vulnerabilidad de quienes se dedican a la vida pública. La ambición de poder y ser el centro de atención los domina.
“No se trata del orgullo de lo que tú eres, sino del menosprecio de lo que es el otro; el no reconocer a los semejantes. Quizá lo más pecaminoso de la soberbia sea que imposibilita la armonía y la convivencia dentro de los ideales humanos. Hay pueblos que miran por encima del hombro a otros, sin haberse molestado nunca en intentar entenderlos; en comprender en qué difieren de ellos, en darse cuenta de que hay otras costumbres, otro tipo de juego social. Entonces se los considera inferiores y descartables. Se les califica de incivilizados”, explica Fernando Savater.
”Nuestros destinos son enormemente semejantes: todos nacemos, todos somos conscientes de que vamos a morir, todos compartimos necesidades, frustraciones, ilusiones y alegrías. Que alguien se considere al margen de la humanidad, por encima de ella, que desprecie la humanidad de los demás, que niegue su vinculación solidaria con la humanidad de los otros, probablemente ése sea el pecado esencial”, explica Savater.
La fórmula para protegernos de este pecado, subraya el filósofo, es ser realista.
La gula
Este pecado es asociado directamente al abuso desmedido de la comida y la bebida, sin embargo los conceptos modernos han ampliado sus alcances. La gula tiene que ver con los excesos, los gustos exagerados, con una forma rápida de apropiarse de algo. Es una acción egoísta que hermana con la soberbia; es la metáfora de la posesión absoluta. Se puede hablar de comida, de drogas, de placeres, de cualquier tipo de deseos o ambiciones.
Es reivindicar lo placentero. No se trata de los manjares que se ponen a la mesa, sino de cómo se acercan los comensales a ellos. El pecado está justamente en el exceso, ya sea de comida, de estimulantes, de actitudes, de otros vicios.
También en la actualidad la gula se ha transformado en un pecado estético y dietético; su otro extremo son la anorexia -el miedo excesivo a ingerir cualquier cosa porque puede engordar- y la bulimia -la compulsión por el exceso, seguido de una enorme culpa que regresa lo consumido.
Este pecado mucho tiene que ver con los males del espíritu, las influencias de los parámetros sociales para aceptar o discriminar al ser humano.
La avaricia
Codicia, tacañería, mezquindad, ambición exagerada o ansia insaciable son las otras formas de calificar a la avaricia, pecado que se basa en convertir un medio en un fin, y aquí se puede hablar de dinero, de bienes materiales, hasta de sentimientos. Actualmente en nuestra sociedad se es avaro en el trato, en la cordialidad, en el cariño, porque el consumismo incita al derroche, al gasto, a la búsqueda de objetivos propiamente materiales. Por necesidad o ambición, los padres trabajan cada vez más tiempo y los hijos permanecen cada vez más solos.
El avaro gusta de la virtualidad, pero pierde de vista la relación humana. No admite que el intercambio tiene algo muy profundo que es la sociabilidad.
Hay una pelea gigantesca por el control de los recursos, la codicia de los que más tienen. La guerra de Irak es un ejemplo: en el fondo, lo que Estados Unidos quería eran los recursos petroleros, no tanto la cabeza de Saddam Hussein.
“Uno debe saber que por mucho dinero que se tenga no obtendrá más cosas de las que puede tener. Los placeres materiales tienen un catálogo reducido. Hay que aprovechar lo que entrega el mundo y dejar libre lo que no se usa, satisfacer deseos mundanos y ayudar a otros. No caer en los extremos. La usura es otra forma de avaricia. Lo importante es encontrar un equilibrio”, advierte el filósofo español.
La ira
La ira es pecado cuando se convierte en una norma de vida; es la reacción frente a la violencia con violencia. Ese estado en que las emociones fuertemente excitadas llegan a transfigurar incluso las facciones del rostro. Es un proceso de desracionalización, sostiene Omar Abboud, lo que lleva al odio y la venganza.
Aunque también hay ira creativa y positiva, aquella que es despertada por las injusticias, no la que nace del ego y la arrogancia sino la que con un interés genuino se practica para obtener un bien social.
Hoy el mundo tiene tendencia a ser irascible. Cada vez son menores los niveles de paciencia y reflexión por parte de la sociedad. La ira puede estar entonces en el apetito de venganza, en las emociones contenidas, en los fracasos, las frustraciones, los conflictos personales.
“El pecado de la ira es una cuestión de grados. Es un movimiento, una reacción que puede indicar simplemente que estamos vivos, y por lo tanto, nos rebelamos contra injusticias, amenazas o abusos”, sostiene Savater. “Hay veces en que la ira social, siempre y cuando no sea desproporcionada, se convierte en una forma de cordura. Cuando la justicia falla genera una sociedad iracunda”.
La lujuria Cuando Santo Tomás de Aquino definió la lujuria, se refirió al deseo sexual desordenado, desmedido e incontrolable. La lujuria es furtiva, impetuosa, oportunista, es una pieza de ropa en el vestíbulo, el pariente maleducado del amor. El daño de este pecado capital está en la afectación que se puede hacer a otros con tal de conseguir el goce personal. Hoy en día, explotar a menores aprovechando su inocencia, someter a mujeres presionadas por su situación económica, abusar de cualquier persona a quien se tiene atemorizado, la violencia doméstica, eso es ser lujurioso. El sexo, que hace siglos se veía únicamente como medio de procreación, ahora se ha convertido sólo en una forma de placer. Las tasas de natalidad bajan cada vez más porque las parejas ya no quieren tener hijos, lo cual amenaza al progreso social. Para unos ahora el sexo es experimentación, es el placer por el placer; para otros es un instrumento de dominación, imposición, maltrato y exigencia. La falta de saciedad los lleva a probar juegos sexuales de mujeres con mujeres, hombres con hombres, entre parejas que se intercambian, donde niños, animales y objetos que representan las partes del cuerpo son los instrumentos. Es el placer por el placer. “El placer es bueno, sano y recomendable. Si hay algo malo en la lujuria, será el daño que podemos hacer a otros para conseguir el goce, al abusar de ellos, aprovecharnos de su inocencia o de su situación económica”, sostiene Savater. “Antes se condenaba al placer, ahora al daño y el dolor que puede producir. Es la visión progresista del pecado”. La pereza Una falta de esfuerzo físico o espiritual es lo que define a la pereza, pero en nuestros días se puede agregar al concepto la falta de estímulo, de deseo, de voluntad para atender lo necesario, para realizar actividades creativas. Es perezoso quien renuncia a sus deberes con la sociedad, con su propia formación, quien se muestra indiferente, quien carece de una visión a futuro. De hecho, la desidia es la parte más pecaminosa de la pereza. Hay muchas formas de manifestarla: una es desperdiciar el talento, aquellos individuos que no hacen nada para crecer y mejorar sus condiciones; otra es la apatía, aquellos que tienen un desinterés por la vida, que son indiferentes. La pereza está representada ahora con la desmotivación, el aburrimiento, el hastío, un sin sentido de la vida. Está en el resurgimiento de las llamadas tribus urbanas, donde los jóvenes están por estar, son por ser, donde no hay metas, estímulos, sólo un desencanto por la vida y la búsqueda de la muerte. La otra cara de la moneda es la adicción a trabajar en exceso por una necesidad desmedida de éxito, una compulsión autodestructiva, una competencia por reconocimientos que también destruye. “Yo relacionaría la pereza con la desmotivación, aunque algunos lo hacen por aburrimiento. Pero aquel que se aburre puede ser activo. El perezoso está desmotivado para hacer cosas y prefiere no cambiar su actitud”, afirma el filósofo español. La envidia El no poder soportar que a otro le vaya bien, ambicionar sus goces y posesiones, desear lo que otros disfrutan define a la envidia. El envidioso contempla lo inalcanzable, lo que está en manos de otro. Este pecado hace más desdichado al envidioso que al envidiado. De él se desprenden la mentira, la traición, la intriga el oportunismo. Para Abboud la envidia es un jarabe amargo y cuando uno lo toma, es difícil sacarse el sabor por mucho tiempo. Es causa de sufrimiento por lo que los demás tienen y yo no. Enferma al corazón. La gente envidia el éxito, el reconocimiento, el dinero, la belleza, el poder como en la actualidad se los muestran los medios de comunicación. A través de una realidad ficticia provocan que el receptor envidie la felicidad que a nivel virtual se le diseña: cuerpos perfectos, riquezas súbitas, amores efímeros. Muchas veces se envidian situaciones idílicas sobre las que no se tiene siquiera información. Hay gente que no tiene dinero para comer bien en la semana, pero conserva sus mejores trajes y un gran automóvil porque ésos son los elementos que despertarán la envidia en los demás. No se busca tener lujos auténticos, sino solamente estar en el escaparate para ser admirado. “La envidia se combate luchando contra el ego”, sugiere Abboud. “Porque justamente es la posibilidad que tenemos de ser artífices de nuestro destino”.
¿Y los nuevos pecados? En una encuesta que realizó la BBC de Londres, los resultados arrojaron que los británicos hoy en día ven obsoletos los pecados capitales. Con excepción de la avaricia, para más del 70% hay nuevas perversiones morales, como la crueldad, el adulterio, el fanatismo, la deshonestidad, la hipocresía y el egoísmo. Apenas en marzo el obispo de la comisión que en el Vaticano establece las penitencias, Gianfranco Girotti, señaló que existen nuevas formas de pecado social, entre las que están los experimentos y manipulaciones genéticas, el tráfico de drogas, las desigualdades sociales y económicas, además del daño que se hace al medio ambiente. Para Savater existen aún más. Menciona la crueldad, la corrupción, la injusticia, la indiferencia, la discriminación... Para el Premio Nobel de Medicina Konrad Lorenz, otros nuevos pecados son la sobrepoblación, la extinción de los sentimientos y el uso de las armas nucleares. Savater considera que nuestra obligación como seres humanos es administrar las pasiones y no caer en la tentación; la tarea que al ser humano queda es hacerse a sí mismo todos los días y en forma permanente.
¿Y los nuevos pecados? En una encuesta que realizó la BBC de Londres, los resultados arrojaron que los británicos hoy en día ven obsoletos los pecados capitales. Con excepción de la avaricia, para más del 70% hay nuevas perversiones morales, como la crueldad, el adulterio, el fanatismo, la deshonestidad, la hipocresía y el egoísmo. Apenas en marzo el obispo de la comisión que en el Vaticano establece las penitencias, Gianfranco Girotti, señaló que existen nuevas formas de pecado social, entre las que están los experimentos y manipulaciones genéticas, el tráfico de drogas, las desigualdades sociales y económicas, además del daño que se hace al medio ambiente. Para Savater existen aún más. Menciona la crueldad, la corrupción, la injusticia, la indiferencia, la discriminación... Para el Premio Nobel de Medicina Konrad Lorenz, otros nuevos pecados son la sobrepoblación, la extinción de los sentimientos y el uso de las armas nucleares. Savater considera que nuestra obligación como seres humanos es administrar las pasiones y no caer en la tentación; la tarea que al ser humano queda es hacerse a sí mismo todos los días y en forma permanente.
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