EL PORNO, UN MAL PROFESOR

El pasado 22 de septiembre Save the Children publicó un informe llamado '(Des)información sexual: pornografía y adolescencia sobre el consumo de porno entre los más jóvenes y el impacto del mismo en sus relaciones. 

De 1.753 adolescentes de entre 13 y 17 años entrevistados:

7 de cada 10 consumen pornografía.

La  primera exposición es a los 12 años.

Más de la mitad de los que ven pornografía se inspiran en ella para sus propias experiencias.

Para el 30% el porno es su única fuente de información sobre sexualidad. 

Los chicos ven porno casi a diario, mientras las chicas una vez a la semana o al mes. 

27,1% de las chicas no sabe identificar prácticas de riesgo como la ausencia de preservativo.

Casi la mitad de la población adolescente afirma no utilizar siempre métodos de protección

El 13,7% no lo hace nunca o casi nunca.

El 13,8% han entrado en contacto, al menos una vez, con una persona desconocida con fines sexuales a través de internet. 

En su informe, la organización apunta que el peligro no es que vean pornografía, sino cómo afecta esto a su comportamiento a la hora de relacionarse sexualmente, y pide que se potencie la educación afectivo-sexual en la enseñanza reglada. 

Si bien es cierto que la educación sexual en las escuelas e institutos deja mucho que desear, cuesta un poco creer que un buen currículum pueda competir contra la avalancha de dopamina y excitación que el porno produce en los cerebros adolescentes, muchos de ellos ya adictos. Además, ¿en manos de quién estaría la realización de ese currículum? ¿Quién tiene la verdad sobre lo que es saludable o no en cuanto a sexo se refiere?

¿Tiene algo que decir la Iglesia a esta sociedad ante esta crisis? Es más, ¿está preparado el cuerpo de Cristo para ayudar a un 70% de consumidores de porno entre sus grupos de jóvenes y adolescentes? Debemos ser capaces de proponer algo más que un currículum escolar. Nuestros niños, adolescentes y jóvenes necesitan ver la sexualidad con los ojos de Dios, y  ser capaces de mantenerse firmes ante este asedio sin precedentes a su salud física, emocional y espiritual. 

A la vez, nuestra sociedad está pidiendo a gritos una Iglesia que, lejos de estar a la defensiva, entienda y disfrute del sexo más que nadie siguiendo el diseño del Creador, que marque el camino a seguir, y que esté libre de las mentiras envenenadas de la industria sexual. 

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