LAODICEA

 La ciudad

Laodicea esta situada a unos sesenta y nueve kilómetros al sureste de Filadelfia, diecisiete al oeste de Colosas y casi diez de Hierápolis (Col. 4:13) en el valle de Licos. Era la puerta de entrada a Éfeso, a unos ciento sesenta kilómetros al este, la cual era, a su vez, la puerta de entrada a Siria. Hasta mediados del siglo tercero antes de Cristo, se la conocía como Diospolis (la ciudad de Zeus) y Roas. Pero alrededor del 250 a.C. el gobernante sirio Antíoco II extendió su influencia hacia el oeste, conquistó la ciudad, y le puso por nombre Laodicea en honor a su esposa Laodicea. Los romanos penetraron en la zona en el 133 a.C. y convirtieron a la ciudad en un centro judicial y administrativo. Construyeron un sistema de carreteras de este a oeste y de norte a sur. 

En la encrucijada estaba la ciudad de Laodicea, que aumentó en tamaño, se convirtió en centro comercial principal y consiguió riqueza e influencia. Su industria de la lana floreció gracias a la producción y exportación de lana negra, de la fabricación de ropas corrientes y costosas y de la invención de un colirio eficaz para los ojos. Tenía una floreciente escuela de medicina que se especializaba en oídos y ojos y había desarrollado un ungüento para tratar la inflamación de ojos. Debido a este ungüento, la escuela adquirió fama mundial.

Un devastador terremoto causó grandes daños a Laodicea en el 17 d.C. y, al igual que a otras ciudades en la provincia de Asia, recibió ayuda económica del gobierno romano. En el 60 d.C. un segundo terremoto afectó a la ciudad, y el gobierno romano ofreció ayuda financiera para reconstruir la ciudad. Pero los padres de la ciudad enviaron al gobierno una respuesta negativa e informaron que disponían de abundantes recursos para la reconstrucción. De hecho, incluso contribuyeron para la reconstrucción de ciudades vecinas.

Antíoco el grande (conocido también como Antíoco III) trajo a unas dos mil familias judías de Babilonia a Lidia y Frigia a mediados del siglo tercero a.C. La ciudad de Laodicea, fronteriza de estas dos regiones, acogió a muchas de estas familias y prosperó. Cuando en el 62 d.C. los judíos quisieron pagar su impuesto anual para el mantenimiento del templo en Jerusalén, el procónsul Flaco confiscó el envío de oro. Parte de este envío provenía de Laodicea y ascendía a unos nueve kilos. «Se ha calculado que la cantidad proveniente de Laodicea significaría que la población adulta de judíos libertos en el distrito era de 7,500». La carta a la iglesia en Laodicea no indica nada en cuanto a una presencia judía, lo cual puede significar que esta iglesia, como la de Sardis, predicaba un evangelio que no significaba para nada una amenaza para los judíos. Y los cristianos de Laodicea tampoco tuvieron que enfrentarse a ninguna persecución de parte de los gentiles, ni tampoco hubo en la ciudad falsos profetas, incluyendo a nicolaítas, a Balaam o a Jezabel. El templo para rendir culto al César estaba en un lugar céntrico de la ciudad. La iglesia se conformaba a otras religiones, disfrutaba de riqueza material, vivía una vida fácil, y no insistía en los derechos de Cristo. En consecuencia, Jesús no pronuncia ninguna palabra de alabanza o ponderación de esta iglesia ni de iglesias similares que no llegan a proclamar su mensaje de salvación.

En esta breve síntesis debería mencionarse un último término. El suministro de agua para Laodicea llegaba desde Hierápolis, a una distancia de unos diez kilómetros, por medio de un acueducto. La fuente contenía aguas termales ricas en carbonato de calcio; cuando el agua llegaba a Laodica, su temperatura era tibia. Aunque estas fuentes termales tenían valor medicinal y eran como un balneario para los habitantes del lugar, Jesús compara las aguas templadas cerca de la ciudad con la tibia vida espiritual de los cristianos de Laodicea.

a. Descripción

3:14–16

14. «Y al ángel de la iglesia en Laodicea escribe: El Amén, el testigo fiel y verdadero, el origen de la creación de Dios, dice esto: 15. Conozco tus obras; no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente. 16. Así que, porque eres tibio y ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca.

Aparte de este texto, el nombre Laodicea sólo se encuentra una vez en todo el Nuevo Testamento (Col. 4:13). Su cercanía a Colosas sugiere que Epafras fuera probablemente el fundador de la iglesia en Laodicea (Col. 1:7; 4:12–13). Pablo envió una carta a esta iglesia, y pidió a los colosenses que procuraran que su carta se leyera en la iglesia de los laodicenses y que ellos a su vez leyeran la carta de los laodicenses (Col. 4:16). No disponemos de información acerca de si Pablo visitó alguna vez esta iglesia. Quizá después de que fue puesto en libertad tras su prisión en Roma, visitó Colosas (Flm. 22) y la vecina Laodicea.

a. «Y al ángel de la iglesia en Laodicea escribe: El Amén, el testigo fiel y verdadero, el origen de la creación de Dios, dice esto». De todas las siete cartas a las iglesias en el occidente de Asia Menor, ésta es la única en la que la descripción de Cristo no se basa en la aparición de Jesús a Juan en la isla de Patmos (1:12–16). Se basa en el saludo, que dice «y de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos» (1:5a).

La descripción que hace Jesús de sí mismo como la palabra Amén proviene del texto hebreo del Antiguo Testamento. El «Amén» transmite la idea de lo que es verdadero, firmemente establecido y digno de confianza. Era una palabra muy conocida de los que rendían culto a Dios, quienes se unían en una doxología, proclamando su confirmación de lo que habían oído (p.ej., 1 Cr. 16:36; Sal. 106:48). Es un «Sí» enfático como respuesta afirmativa a una oración o una conclusión para una doxología (Ro. 1:25; 9:5; 11:36; 16:27; Gá. 6:18; Ap. 1:7; 5:14; 7:12; 19:4). Precedido del artículo definido, el Amén se ha personificado en el texto hebreo como «el Dios de Amén», traducido, «el Dios de la verdad» (Is. 65:16; compárese con 2 Co. 1:20). Jesús se atribuye este título y lo interpreta en la siguiente cláusula como «el testigo fiel y verdadero». Los términos fiel y verdadero son ambos traducciones de la misma expresión hebrea Amen.

Esta frase aclaradora el testigo fiel y verdadero es un eco del saludo trinitario (1:4b–5); sin el término testigo describe al jinete en un caballo blanco (19:11). Significa que todo lo que Jesús dice es indudablemente verdadero, de modo que al final de Apocalipsis leemos la afirmación: «estas palabras son fieles y verdaderas» (21:5; 22:6). Por ser testigo fiel, Antipas sufrió martirio en Pérgamo (2:13). Al cumplir las profecías del Antiguo Testamento (Is. 43:10–13 y 65:16–18), Cristo es el verdadero Israel, porque es el «Amen, el testigo fiel y verdadero».

Cuando Jesús se refiere a sí mismo como «el origen de la creación de Dios», vemos un nexo íntimo con la carta de Pablo a los colosenses, que los laodicenses leyeron en servicios de culto (Col. 4:16). El Señor se llama a sí mismo el «origen [griego arjē] de la creación de Dios». No deberíamos interpretar la palabra origen en forma pasiva, como si Jesús fuera creado o recreado, sino de manera activa, porque Jesús es quien genera y trae a la existencia la creación de Dios (Jn. 1:1; Col. 1:15–18; Heb. 1:2). ¿Cuál es, pues, el propósito de esta descripción? Mostrar que Jesucristo hizo todas las cosas y por ello las posee y controla. También, todas las cosas fueron hechas para servirle. El mensaje a los laodicenses es que su jactancia por sus riquezas materiales está fuera de lugar porque todas las cosas pertenecen a Jesús, quien es digno de alabanza y gloria.

b. «Conozco tus obras; no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente». El término obras también se encuentra en las otras cartas (2:2, 19; 3:1, 8). Aquí significa exactamente lo mismo que en la carta a la iglesia en Sardis (v. 1): obras incompletas que ni vale la pena mencionar. Jesús conocía las obras tanto de Sardis como de Laodicea y para estas dos iglesias sólo tuvo palabras de reproche. Ya no estaban activas y vivas: los pocos fieles en Sardis eran como brasas resplandecientes en medio de cenizas; los de Laodicea eran como su abastecimiento de agua, ni frías ni calientes.

Si los laodiceos no hubieran escuchado nunca el evangelio, habrían sido fríos en un sentido espiritual. Suponemos que la primera generación de cristianos en Laodicea aceptó el evangelio y brilló con fuego espiritual y de entusiasmo. Pero sus descendientes eran tibios. No tenían interés en ser testigos de Jesucristo, en vivir una vida de servicio para el Señor, o en predicar y enseñar su evangelio para que avanzaran su iglesia y el reino. Auque tenían las Escrituras, eran apáticos, indiferentes y despreocupados en cuanto a las cosas del Señor (compárese con Heb. 4:2; 6:4). No sorprende que Jesús dijera, «conozco tus obras», con la implicación de que no había ninguna.

c. «Así pues, porque eres tibio y ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca». Las fuentes termales a unos diez kilómetros cerca de Hierápolis enviaban agua de calidad medicinal a Laodicea. Para cuando el agua llegaba a su destino, se había enfriado bastante, y debido al carbonato de calcio que contenía, producía un efecto nauseabundo en quienes la bebían. Por el contrario, Colosas, a dieciocho kilómetros de distancia, disfrutaba de manantiales de agua refrescante, fría y pura.

Cristo no tiene ningún interés en un cristianismo tibio, porque no vale nada. Prefiere trabajar con personas que o arden de energía para hacer lo que les corresponde o que nunca han oído hablar del mensaje de salvación y están dispuestas a escuchar. El agua tibia con carbonato de calcio hace vomitar. De igual modo, los cristianos nominales, vacíos de obras espirituales, son totalmente desagradables para el Señor, y está a punto de vomitarlos de su boca. Nótese que Jesús no dice, «Te vomitaré de mi boca», sino más bien «estoy a punto de vomitarte de mi boca». He aquí la gracia del Señor Jesús ya que da tiempo a los laodicenses para que se arrepientan después de haber leído su carta. Esta misiva tiene como fin cambiar la actitud tibia de los receptores en deseo de trabajar por el Señor, porque la gracia siempre antecede a la condenación (véase v. 19).

La iglesia en Laodicea «no se había vuelto indiferente porque los intereses mundanos habían enfriado su debido fervor, sino que se había vuelto ineficaz porque, al creer que estaban bien dotados espiritualmente, sus miembros habían cerrado la puerta dejando fuera a su verdadero proveedor». Habían excluido a Cristo (compárese con v. 20) y pensaban que podían prescindir de él. Con ello se habían vuelto totalmente ineficaces como iglesia. Sin Cristo la iglesia está muerta.


b. Reproche

3:17–18


17. Porque dices, ‘Soy rico y me he enriquecido y no necesito nada’, pero no sabes que eres desdichado, miserable, pobre, ciego y desnudo».

a. «Porque dices, ‘Soy rico y me he enriquecido y no necesito nada’». El origen de este dicho parece ser el texto hebreo de Oseas 12:8, el cual ofrece semejanzas claras:


    Efraín se jacta,

    «Soy muy rico; me he enriquecido.

    con toda mi riqueza no encontrarán en

    mí ninguna iniquidad o pecado».


Aunque no podemos determinar si los miembros de la iglesia en Laodicea eran ricos o no, sí sabemos que los habitantes del lugar eran ricos y prósperos. El dicho «soy rico y no necesito nada» también se encuentra en una diatriba de Epicteto, quien menciona estas palabras como dichas por un administrador imperial. Quizá el dicho era proverbial entre los ricos. Pero en este caso las palabras salen de la boca de los cristianos en Laodicea, quienes se habían conformado por completo a la ciudadanía. Así pues, en lugar de que la iglesia influyera en la sociedad, había ocurrido lo opuesto, ya que la sociedad influía en la iglesia.

Luego, la palabra rico puede apuntar a posesiones materiales o espirituales. ¿Se identificaron los miembros de la iglesia con los habitantes del lugar quienes en el 60 d.C. habían rechazado la ayuda de Roma cuando un terremoto devastó Laodicea? ¿O sugiere el contexto que entendamos la palabra como referencia a riquezas espirituales? El pasaje anterior (vv. 14–16) y el versículo siguiente (v. 18) obligan a los comentaristas a adoptar la segunda opción. La evidencia indica que la iglesia había adoptado las normas de Laodicea y las había transferido al ámbito espiritual. Por ejemplo, la ciudad, conocida como centro financiero, construyó edificios, puertas y torres grandes poco después de que el terremoto hubo destruido la ciudad. Se enorgullecía de ser independiente y de su capacidad para ayudar a sus vecinas que habían sufrido el mismo desastre. Los miembros de las iglesias estaban muy de acuerdo en mostrar independencia y en ayudar a los vecinos. En consecuencia, no llegaron a ver la diferencia ente riqueza material y espiritual. Se jactaban de su autosuficiencia y no necesitan a Cristo. Eran espiritualmente ciegos.

Tercero, desde un punto de vista lógico, se invierte el orden ser rico y haberse enriquecido. Después de que alguien se enriquece, puede decir, «soy rico». Pero esta inversión de la secuencia esperada se encuentra más a menudo en Apocalipsis (véase 5:2, 5; 10:9) e incluso en el cuarto evangelio: «ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del Hombre» (Jn. 1:51).

Por último, no necesitar nada es inconcebible en el caso del verdadero creyente, quien depende de Dios en todo momento, día y noche, para comida y bebida, hogar, techo, vestido, protección, alimento espiritual, aliento, consuelo, amor, gozo, felicidad y muchas otras bendiciones. Ser autosuficiente es el colmo de la arrogancia espiritual, porque ya no están funcionando la fe y la confianza en el Señor.

b. «Pero tú no sabes que eres desdichado, miserable, pobre, ciego y desnudo». El contraste que introduce la partícula adversativa pero es en verdad sorprendente. Jesús dijo, «conozco tus obras» (v. 15) y ahora les dice a los laodicenses que no se conocen a sí mismos. Utiliza el pronombre personal tú en singular para enfatizar que se dirige a la iglesia como un todo. Describe a la iglesia con cinco adjetivos, de los cuales el primero es desdichado (véase Ro. 7:24). Denota la condición mundana de quienes no toman en cuenta las cosas divinas esenciales: la persona rica que carece de la riqueza que cuenta delante de Dios. Además de estar espiritualmente en quiebra, la persona rica es miserable. Pablo utiliza la palabra desdicha o miseria en superlativo cuado escribe acerca de quienes dudan de la resurrección: «Si la esperanza que tenemos en Cristo fuera sólo para esta vida, seríamos los más desdichados de todos los mortales» (1 Co. 15:19). En vez de ser ricos, los laodicenses son espiritualmente pobres porque los bienes materiales los ciegan (compárese con 2 P. 1:9). Y por último, se presentan desnudos delante de Dios y son incapaces de cubrir su vergüenza. Con sólo cinco adjetivos, Jesús ha descrito su lamentable condición. Los dos primeros (desdichado y miserable) reflejan la situación interna de los laodicenses, en tanto que los tres últimos (pobre, ciego y desnudo) describen la condición tanto interna como externa.

18. «Te aconsejo que me compres oro refinado por fuego para que seas rico, y ropas blancas para vestirte para que no se revele la vergüenza de tu desnudez, y colirio para poner en tus ojos para que puedas ver».

Este versículo retoma los tres últimos adjetivos del versículo anterior (v. 17), aunque sin la misma secuencia. Cuando se eliminan estos tres adjetivos (pobre, desnudo y ciego), desaparecen los otros dos (desdichado y miserable). Asimismo, estos tres abarcan todas las bendiciones que necesita el creyente para su salvación: redención, justificación y santificación.

a. «Te aconsejo que me compres oro refinado por fuego para que seas rico». En lugar de un reproche duro y de un mandato contundente, Jesús aconseja a los laodicenses y demuestra su gracia divina. Utiliza el lenguaje del mercado y alude a un pasaje del Antiguo Testamento: «vengan, compren vino y leche sin pago alguno» (Is. 55:1). Se dirige a quienes con descaro afirmaron que no tenían ninguna necesidad, y los invita a que le compren a él oro refinado. Por implicación, desea que acudan a él como mendigos indigentes que nunca podrían comprar este bien precioso. La palabra griega oro se refiere a productos de alta artesanía, como joyas o monedas, y no simplemente al metal mismo (compárese 17:4; 21:18, 21 con 9:7; 18:12). Los cambistas en el banco de Laodicea manejaban dinero a diario, pero Cristo aconseja al pueblo que acuda a él para comprar. Sin embargo, su consejo omite a propósito mencionar el dinero, porque la transacción debe darse sin oferta legal. Sólo pueden conseguir el oro de Jesús.

Nótese, por tanto, la clase de oro que Cristo pone a disposición de los laodicenses: «oro refinado por fuego». Es oro que ha sido purificado hasta tal grado que de él emana el brillo del fuego (véase 1 P. 1:7). Estas palabras sugieren la prueba de fuego que deben enfrentar los seguidores de Cristo. Oro es de hecho otra palabra para fe, que es mucho más preciosa que el oro. La fe debe ser de importancia total para los laodicenses, porque deberían darse cuenta de que Jesús les habla en términos espirituales. Lo que está en juego aquí es que todas las impurezas deben ser eliminadas con fuego, de modo que su fe surja intacta del mismo y, como consecuencia, su amor por Cristo sea puro.

b. «Ropas blancas para vestirte para que no se revele la vergüenza de tu desnudez».En una ciudad donde la industria de la ropa daba trabajo e ingresos a innumerables personas, estas palabras tienen un atractivo directo. La lana negra que producían las ovejas era el color de casi toda la ropa que se fabricaba. Los sacerdotes llevaban ropaje blanco, pero ahora esta vestimenta es la vestimenta escatológica de los santos quienes, con el color blanco, dan testimonio de santidad y pureza. Es una alusión al Anciano de días: «su ropa era blanca como la nieve» (Dn. 7:9; véase Ap. 1:14).

La razón de vestir ropa blanca es cubrir la desnudez del pecado y con ello no ser avergonzado (compárese con 16:15). El Antiguo Testamento ofrece una serie de casos en los que o la realidad o la amenaza de una humillación total se centraban en ser desnudado.

Los cristianos en Laodicea estaban espiritualmente desnudos, «[porque] todos los telares en su ciudad no podían tener ropa para cubrir sus pecados. Laodicea podía proveer a todo el mundo sus túnicas y otras ropas; pero la justicia era la vestimenta blanca que Dios pedía (véase 19:8), y esto lo debían conseguir de Cristo». Sólo Jesús quita el pecado y la culpa, porque sólo él puede proporcionar la túnica blanca de la justicia.

c. «Y colirio para poner en tus ojos para que puedas ver». La escuela de medicina en Laodicea se había familiarizado con las propiedades curativas de la así llamada piedra frigia. Esta piedra, que procedía de la cercana provincia de Frigia, se convertía en polvo con el que se elaboraba un ungüento que se utilizaba para curar enfermedades oculares.

Los creyentes laodicenses estaban ciegos debido a que se engañaban a sí mismos y no eran capaces de ver con ojos espirituales. Con el colirio para los ojos que Jesús proporciona, los laodicenses podrían ver sus propios pecados a la luz de la palabra de Dios y de caminar con Jesús, quien es la luz del mundo.

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