¿AMORES QUE CIEGAN?

El sol se estaba ocultando lentamente sobre el horizonte de la tierra de Sorec. Las nubes estaban pintadas como si un pincel de un artista lo hubiera hecho con todos los tonos del rojo, violáceos y anaranjados. Sansón ha llegado a la hermosa y amplia casa de Dalila. 

El “Juez” es un hombre de unos cuarenta años, más bien alto y de una musculatura que nos hace acordar de las películas de Tarzán. No tiene otros caracteres a destacar. Aparte de su constitución física su aspecto es de un israelita común. La dueña de casa ha dado orden a los sirvientes que lo hagan pasar. Este entra en una espaciosa habitación y se acuesta sobre unas hermosas alfombras que cubren el piso. 

Pesadas cortinas cuelgan de varios lugares. El Juez está impaciente esperando la llegada de la anfitriona. No es la primera vez que ha estado en ese lugar en compañía de Dalila. En su vida ha conocido Íntimamente a varias mujeres pero ninguna se puede comparar a ésta. Por fin la puerta se abre y Dalila entra en la habitación; al hacerlo, un perfume exquisito y seductor impregna el ambiente. La dama camina con elegancia y está vestida con un atuendo que resalta su inusual hermosura. Es alta, delgada, de cutis moreno. 

Sus ojos son negros, grandes y penetrantes. Su nariz es perfecta. Sus labios asoman una sonrisa que tiene una combinación de burla y triunfo. Sus brazos son perfectos como los de una escultura de Miguel Ángel. Al hablar mueve sus manos con una delicadeza y gracia admirable. Hoy podría ser una finalista en un concurso internacional de belleza. Viene acompañada por varias criadas que traen bandejas conteniendo copas de jugos y platillos con distintos frutos. 

- Amado mío, ¡qué alegría me da el verte! No te esperaba tan pronto de vuelta… 

- Es que no puedo vivir sin ti; tú lo sabes. Una sirvienta acerca una copa a Sansón quien agradece con un gesto. Dalila continúa: 

- Amor mío, tú sabes muy bien que yo tampoco puedo vivir sin ti. Lamento que tus funciones y tu trabajo te mantengan tan ocupado… La dueña de la casa hace un gesto y las criadas se retiran. Ella entonces se reclina al lado de Sansón y le dice: -Tú sabes cuánto te quiero. Nunca amé ni amaré a nadie tanto como a ti. 

Una sonrisa se dibuja en el rostro de Sansón. Que alguien con la belleza y la fama de ella le dijera estas palabras lo halagaba en gran manera. Dalila se acerca más a Sansón y le acaricia el rostro. Al hacerlo este percibe más intensamente las fragancias profundas y misteriosas. De pronto se siente transportado como si estuviera en un jardín repleto de exóticas plantas aromáticas. 

-Por favor, Sansón, cuéntame otra vez la historia de cuando cargaste al hombro las enormes puertas de Gaza y luego subiste el empinado monte y las colocaste en la cumbre. ¿Cómo pudiste hacer eso? 

 -Para mí eso no fue nada - responde el Juez - Esas puertas eran como si no pesaran. La única vez que me cansé un poco fue cuando con la quijada de un asno luché contra mil hombres y los vencí. 

-¡No lo puedo creer! -responde ella- ¿Tú solo peleaste contra mil hombres y los mataste a todos? 

-Sí, tengo que confesar que al final estaba un poco cansado… pero no mucho. 

Dalila se acerca más a Sansón y le susurra: -Tú sabes que yo te quiero con todo mi corazón y que te he dado todo mi ser. Sin embargo, siento que hay una barrera entre tú y yo. 

-Ninguna pared se interpone -responde Sansón de inmediato

- ¿Por qué levantar un muro? Cuando estoy contigo me siento el más feliz de los hombres. Dalila con voz fingida y lloriqueando dice: 

-Sí, hay un obstáculo como una muralla, porque yo te he abierto completamente a ti mi corazón y tú no lo has hecho. 

- No es verdad -responde Sansón- Yo también te he revelado mi corazón. Dalila ahora se le acerca más. Sansón siente ese aroma embriagador que emana del cuerpo de la hermosa mujer como si fuera una fuente. 

-¿Me tienes confianza? -pregunta Dalila. 

-¡Claro que sí! -responde el Juez- Creo en tu completa lealtad. 

 -Dime entonces... ¿en qué radica el secreto de tu fortaleza? Sansón siente un estremecimiento. El sabe que si le dice que ha tomado el voto del nazareo ella no lo va a entender. Es posible que lo rechace. Ella no tiene la misma fe que él en el SEÑOR Dios de Israel. 

Sansón piensa rápidamente como salir de la situación y pregunta: 

-¿Estamos completamente solos? 

 - Sí, nadie nos está escuchando. Pero Sansón ignoraba que había como un “circuito cerrado de televisión”. Detrás de esas oscuras cortinas varios espías filisteos están escuchando atentamente la conversación. 

-Querido, dime, ¿dónde está el poder de tu fuerza? 

- ¿Para qué quieres saber? 

Ella con voz de telenovela romántica responde: 

-Tanto te quiero que deseo saber todo acerca de ti.

 -¿Quieres saber cómo podría yo ser atado? ¿Me quieres atar sueltamente o bien apretado? 

Dalila contesta afectando infantil ingenuidad:

-Querido, te quiero atar tan fuerte que si yo te quisiera lastimar y atormentar no te me puedas escapar. Sansón frunciendo el entrecejo contesta: 

-Pero mujer, ¿quieres tú hacerme daño? ¿Quieres tú atormentarme? -Muy amado ¡por supuesto que no! ¿Cómo te puedes imaginar que te quiero hacer daño si te amo con todas mis fuerzas? Tus palabras me entristecen. Unas lágrimas teatrales aparecen en los ojos de Dalila que su amante rápidamente seca. Sansón se tranquiliza y piensa rápidamente una solución. Sabe que cuando a Dalila se le ocurre algo es imposible convencerla de lo contrario. 

Cree que ella no es tonta pero “por supuesto” él se considera mucho más avispado que ella. Por fin responde: 

-“Si me atan con siete cuerdas de arcos frescas que aún no estén secas, entonces me debilitaré y seré como un hombre cualquiera”. Unos días después Sansón está nuevamente con su amada. 

Ella le canta suavemente una canción monótona de amor mientras que él descansa su cabeza en sus rodillas. Sansón queda profundamente dormido. Rápidamente Dalila toma las cuerdas de arco frescas y ata los pies y las manos de su amado. Entonces, con voz fuerte, fingiendo pánico grita: 

-¡Sansón, los filisteos sobre ti! ¡Sálvate, huye! En la habitación adyacente escondidos entre las cortinas, los espías filisteos ven como Sansón salta y con un violento tirón rompe las ataduras como si fueran nada. 

-¿Por qué me asustaste? -pregunta Sansón. 

Dalila, con una sonrisa mezcla de rabia y fracaso responde: 

-No te enojes, fue una broma. Solamente quería saber si era verdad lo que me dijiste. 

Dalila comienza a sollozar como un “llorón de velorio”. Mientras se seca las lágrimas repite una y otra vez: 

-¿Por qué te has burlado de mí? ¿Por qué me has dicho mentiras? 

Varias semanas después la escena se repite en todos sus detalles. Se reiteran las mismas palabras de amor y fidelidad. Dalila una y otra vez repite su tema de la barrera, la muralla y la trinchera de separación. Por fin, usando su voz seductora y suave dice: 

-“He aquí que te has burlando de mi… Ahora dime, por favor, ¿con qué podrías ser atado?” 

Nuevamente Sansón se pregunta cuál será la razón que su amada quiera saber esto. Decide entonces que va a seguir inventando cosas hasta que ella se aburra. Entonces le dice: 

-“Si me atan fuertemente con sogas nuevas que no hayan sido usadas, entonces me debilitaré y seré como un hombre cualquiera.” Unos días después Sansón nuevamente está dormido y tras seguir sus instrucciones, ella grita con toda su energía: 

-¡Sansón, los filisteos sobre ti! 

Sansón se despierta y rompe las cuerdas como si fueran de hilo. Ningún hombre común podría haberlo hecho. Eran cuerdas gruesas y muy fuertes. Se podrían usar para atar un caballo o un toro, y Sansón las rompe como si fueran los hilos de zurcir de un sastre. De nuevo Dalila llora y se queja de que le está mintiendo, mofándose de ella. Detrás del cortinaje los filisteos escondidos observan lo que sucede. Sansón está turbado. Ante tanta insistencia esta vez responde: 

-“Si tejes los sietes mechones de mi cabellera entre la urdimbre y los aseguras con la clavija del telar contra la pared, me debilitaré y seré como un hombre cualquiera” (v. 13). Dalila se le aparece más hermosa y provocativa que nunca. Otra vez él inhala ese perfume incitante y embriagador. 

Dalila cierra cuidadosamente las cortinas. Los espías pueden escuchar, pero no pueden ver. Una vez más Dalila lo arrulla con una hermosa y monótona canción que habla de las ligaduras eternas del amor. Sansón queda dormido. Ella hace exactamente lo que su amado le dijo y entonces una vez más exclama: 

-“Sansón, los filisteos sobre ti”. El “juez” se despierta y otra vez se libera. Ahora el llanto de Dalila es desmedido, casi brutal. 

-¡Me has engañado, te burlas de mi, no me quieres nada! ¡Vete, no te quiero ver nunca más! Dalila, enojada, luce aún más atractiva y seductora que nunca. Pasan los días y prosigue con sus quejas. Más que diarias, son continuas. Sansón se da cuenta que ella no es la misma de antes. “No está tan romántica” como antes. 

Dalila rehúsa su compañía. Ese día se repite “la escena”. Sansón que quiere volver a la “relación” anterior y ella lo rechaza. Con toda su sutileza, Dalila va a jugar su última carta; si pierde, se queda sin la tentadora recompensa. El sol se está poniendo en el horizonte. Los espías están escondidos. Dalila aparece nuevamente con un atavío que resalta su hermosura. 

-Sansón -dice ella-, no podemos seguir así. Tú no me tienes confianza y te burlas de mí. Lo mira con una mirada dulce y provocadora. Sansón no sabe qué hacer. Por su cabeza corren los pensamientos rápidamente. Se acuerda de aquel momento en que se consagró al SEÑOR. Dalila lo acaricia, se le acerca y le dice: 

-Amor mío, ¿me dirás de una buena vez el secreto de tu fuerza? Sansón no aguanta más. Con su cara reflejando el semblante de un boxeador vencido habla lentamente y con la intensidad de un murmullo. Quizás piensa "Si hablo bien bajito el SEÑOR no me va a escuchar". 

-“Nunca pasó una navaja sobre mi cabeza, porque soy nazareo de Dios desde el vientre de mi madre. Si soy rapado entonces mi fuerza se apartará de mí, me debilitaré y seré como un hombre cualquiera” (v.17). 

Dalila lo abraza intensamente y lo besa. Al día siguiente ella envía un mensajero al jefe de los filisteos. Aprovechando la ocasión que Sansón ha salido de la ciudad vienen los jefes de los filisteos. Cada uno de ellos tiene una bolsa pesada conteniendo la plata. Cinco mil quinientas piezas en total. Con todo esto Dalila no necesitaba “trabajar” el resto de su vida. Dalila recibe a los jefes con respeto. Quizás ha conocido a algunos de ellos de una manera muy peculiar. El más anciano le alcanza la primera bolsa. Con avidez Dalila acaricia las piezas. Sus ojos adquieren un brillo especial; sus labios muestran una sonrisa macabra. Una a una sopesa las bolsas de plata. Esa tarde vuelve Sansón contento como siempre. Dalila lo está esperando. Otra vez con esas ropas provocativas y ese perfume intoxicante. Las mismas palabras de amor y fidelidad se cruzan. Dalila le canta nuevamente esa canción triste y monótona del enamorado que se fue lejos en un barco y nunca más volvió. Dalila juega con los cabellos de su amado. Con sus hermosos dedos cuenta uno, dos… siete mechones. Sansón se queda dormido mirando el rostro hermoso y apasionado de Dalila. Es una de las últimas imágenes que sus retinas van a recibir. 

Dalila hace una seña y un corpulento filisteo entra en la habitación deslizándose suavemente como una cobra que va a atacar a la víctima indefensa. Velozmente corta los siete mechones de cabellos Al grito familiar de "¡Los filisteos sobre ti!” Sansón se trata de levantar del lecho pero le cuesta. Se ve rodeado de hombres fornidos armados con espadas, lanzas y hachas. Un escalofrío cubre su cuerpo. Dalila se sonríe con una mueca perversa. Sansón, mira con horror a esas fieras que se arrojan contra él. Como alguien con la arteria femoral perforada por una lanza o como si mil sedientas sanguijuelas lo atacaran, siente que en pocos segundos ha perdido sus fuerzas. 

Todos hemos tenido algún Sansón en nuestra familia o amigos cercanos. Hemos orado y llorado por ese Sansón. Alguien por quien sus padres oraron intensamente. Una persona que tenía dones especiales. Quizás en la predicación, en la enseñanza, en la música, o en el canto. Alguien quien se perfilaba que iba a hacer algo muy grande para el Señor. Y lo peor del caso es que esa persona encontró una Dalila; o en el caso de una señorita se encontró con un “Dalilo”. La causa del fracaso de Sansón no es exclusivamente culpa de “Dalila”. Sansón en forma progresiva se había apartado de los mandamientos de Dios y el encuentro con la “Filistea” no hace más que precipitar la caída de uno que estaba al borde de un precipicio mortal. Sansón luchando contra mil filisteos está en una situación menos peligrosa que cuando está durmiendo sobre las rodillas de Dalila. No es simplemente la historia de un hombre engañado por una mujer. No es un relato escrito contra el sexo femenino. 

Los principios básicos de esta narración tienen que ver con fortaleza física, pasión, traición, dinero y fidelidad al Señor. Sansón está jugando a la “ruleta rusa” y equivocadamente cree que es más inteligente que Dalila y que puede ganar. Su caída no sucede cuando se duerme y le cortan el cabello. Su caída final principia cuando mira a Dalila y decide entrar en su casa (Prov.7:8/22). Dios lo había bendecido grandemente. Había nacido como resultado de una promesa divina. Había sido consagrado al Señor aún antes de nacer. Era un hombre que no conocía la palabra miedo. Sabía que el SEÑOR lo había llamado para combatir a los filisteos y ayudar al pueblo de Israel. El Señor le había provisto de una fortaleza física extraordinaria que le permitía hacer obras increíbles. Mentalmente tenía una habilidad especial para crear adivinanzas. Si bien poseía una fortaleza física enorme también tenía una debilidad moral de la misma dimensión. El placer carnal lo dominaba. Mucho antes que lo aten con cuerdas, Dalila lo tiene atado y dominado por lo sensual. Los móviles que hacen que Dalila actúe de la manera que lo hace son complejos. Sansón es un hombre joven, musculoso, quizás atrayente pero sobre todo es una persona que tiene fama en todo el territorio. Quizás algo similar a un famoso futbolista o boxeador. Algunas mujeres tienen una “debilidad” especial por esas personas. 

Dalila es “una mujer de la vida” o una “dama cortesana” que actúa en la alta sociedad. Los jefes de los filisteos la tratan con respeto y aún le tienen confianza y le entregan las piezas de plata por adelantado; le ofrecen una buena suma de dinero porque saben que ella no es “barata”. Es probable que los filisteos le han prometido que no lo van a matar; que todo lo que desean es controlar su fuerza brutal. Dalila utiliza su cuerpo para conseguir placer y dinero “cueste lo que cueste”. Para manipular ella usa las técnicas del reproche, llanto y confesiones de que su amor es fiel. El la “amaba” por el deleite pecaminoso que podía obtener de ella. Ella lo “amaba” porque el tenia un cargo muy importante, era famoso y por encima de todo podría enriquecerla. Es posible que al principio de la “relación” ella tuvo sentimientos afectuosos hacia Sansón pero la oportunidad de enriquecerse rápidamente hizo cambiar esas emociones. ¡Para Sansón ella era una mina de placer; para Dalila él era una mina de plata! Sansón, como muchos, creía que se puede jugar con fuego sin quemarse. 

Cuando lo vemos durmiendo pesadamente con su cabeza sobre las rodillas de Dalila nos damos cuenta ¡qué tragedia representó para su familia! Aquel que sus padres han dedicado a Dios y que ha sido bendecido para casi ser un héroe nacional, ahora está descansando su cabeza sobre las rodillas de su enemigo. La advertencia de las Escrituras “el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1 Cor. 10:12) se nos presenta de una manera muy real. Dalila grita cuatro veces “¡Los filisteos sobre ti!”. En cada respuesta que él da en relación a la causa de su fortaleza, se va acercando cada vez más a la zona de alto riesgo. Comienza con cuerdas de arcos frescas o juncos frescos. Por último tenemos el tejido de los mechones de su cabello. Ahora estaba muy peligrosamente cerca de la verdad. Ese continuo dilema entre lo que él sabe que es la voluntad de Dios y esa mujer cuya pasión lo domina, crea en él un severo conflicto interno que explica que "su alma fue reducida a mortal angustia” (v.16). 

Es interesante que Dalila nunca quiso matarlo. Le hubiera sido fácil cuando estaba dormido en sus rodillas en vez de cortar el cabello clavar la navaja en el cuello, pero no lo hace. 

Cuatro veces él dice que “sería como un hombre cualquiera” (vs. 7,11,13,17). En realidad él era un hombre cualquiera a quien el Señor había en su gracia dado una fortaleza extraordinaria. A veces los creyentes tenemos esa actitud de superioridad u “orgullo espiritual” que nos hace pensar que somos mejores. El Apóstol que vivió tan cerca del Señor tuvo que confesar que “yo sé que en mi, a saber, en mi carne, no mora el bien” (Rom.7:18). El mismo expresa este concepto al decir “Mas bien, pongo mi cuerpo bajo disciplina y lo hago obedecer; no sea que después de haber predicado a otros, yo mismo venga a ser descalificado” (1Cor.9:26). Nosotros no tenemos una habilidad o poder extraordinario como Sansón pero Dios nos ha dado dones por el Espíritu Santo para servirle. El en su soberanía a veces decide hacer cosas extraordinarias por medio de sus siervos. Las Escrituras nos enseñan claramente que nuestro cuerpo no es para la fornicación sino para el Señor y que es templo del Espíritu Santo. 
Sansón, drenado de su fuerza sobrenatural nos hace acordar de las palabras “Los extraños han devorado sus fuerzas, pero él no se da cuenta” (Ose.7:9). Si estuviéramos hablando de un partido de fútbol diríamos que el primer tiempo termina ganando Dalila o los filisteos uno a cero. En el segundo tiempo con Sansón en la cárcel termina dos a cero. Pero en “el alargue” Sansón gana con un margen de 3000 a dos. 

NOTAS AL MARGEN La Escritura no determina si Dalila era filistea. El historiador Josefo escribe que sí lo era. Mathew Henry con su habilidad natural dice: “si no lo era de raza, ciertamente era una filistea de corazón” Si Dalila era filistea, tiene sentido desde el punto de vista patriótico el poder controlar a un enemigo. Había cinco príncipes de los filisteos (Juec.3:3); cada uno dio 1100 piezas de plata equivalente a 70 kilos de plata (muy próximo al “peso de un hombre adulto en ese metal”). Suponemos que Sansón tiene a lo menos unos cuarenta años de edad dado que juzgó a Israel por veinte años (Juec.15:20). 

Las estipulaciones del voto del nazareo están escritas en el libro de Números (cap.6). El voto podía ser hecho por hombre o mujer 
(v.1). Durante el período de la promesa es obligatorio abstenerse de alcohol, licor, vinagre, vino y aún uvas frescas o secas. 
2) No pasaría navaja sobre su cabeza. 
3) No podría tocar una persona muerta aunque fuera un familiar (v.6). 

Estas restricciones se aplicaban durante el tiempo del voto del nazareato. En la mayoría de los casos la promesa era por un tiempo limitado pero podía ser también por toda la vida. 

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