LOS JUICIOS EN LA BIBLIA


 LOS JUICIOS

La Palabra habla de tres tronos ó asientos de juicio:
1- El asiento de juicio de Cristo en los ciclos ( 2ª Cor. 5:10 ). Solamente los creyentes estarán allí.
2- El trono de la gloria de la gloria de Cristo en la tierra, donde El se sentará como Rey milenial a juzgar las naciones que viven ( Mat. 25:31, 32 ).
3- El gran trono blanco en el cielo, ante el cual los impíos muertos serán juzgados (Apo.20:11,12).
La Escritura declara siete juicios o aspectos del juicio, los cuales dispondrán de toda inteligencia creada en el universo en cuanto a su responsabilidad a Dios: Los vivos y muertos, ángeles y hombres. Estos juicios son: el juicio de los pecados de los creyentes, el juicio de justificación de los creyentes, el juicio del asiento de Cristo, el juicio de las naciones, el juicio de Israel, el juicio de los muertos y el juicio de los ángeles.
Cada hijo de Dios deberá pasar por un juicio trino:
  • Como un pecador.
  • Como un hijo en la familia, (educado) será juzgado por el fiel Padre Celestial.
  • Como un sirviente, será juzgado en la presencia del Gran Esposo en cuanto a su conducta en  la viña.
                                     JUICIO DEL PECADO DE LOS CREYENTES
En la cruz, los pecados del mundo entero fueron puestos sobre Cristo, quien como el Cordero de Dios, los cargó sobre sí ( 1 Jn. 2:2 ). Su obra allí fue perfecta y completa; “En esa voluntad somos santificados por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha sólo una vez” ( Heb. 10:10 ). Cristo sufrió la penalidad de que estaba asignada para el pecador, se enfrentó con las reclamaciones de Dios contra el pecador, por haber violado su ley, y así abrió la puerta de la justificación. Dios ahora puede ser el justo, y el que justifica al que pone su fe en Jesús ( Rom. 3:26 ).
Aquí la actitud individual del pecador hacia este perfecto sacrificio nos lleva a  la pregunta de que si su sacrificio será eficaz en cada caso individual. Sin embargo, el pecador que reciba a Cristo como su salvador personal, se encuentra que el juicio por el pecado ha pasado para él ( Rom. 10:4; Gal 3:13; 1ª Ped. 2:24; Rom. 8:1,2 ). “De cierto, de cierto os digo: el que oye mi palabra, y cree al que me ha enviado tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas pasó de muerte a vida” ( Jn. 5:24 ).
                                          JUICIO DEL CREYENTE DE SI MISMO
1ª Cor. 11:31,32 se declara un principio aplicable no sólo a los corintios, en las circunstancias específicas de su caso como una asamblea, pero también aplicable a cada creyente individual, ahora y durante su peregrinación en la tierra. Este es el principio del juicio propio. Este aspecto de juicio relaciona al creyente como a un hijo en casa de su padre. Juicio que ha de venir por falta de obediencia a la Palabra de Dios, por falta de confesión del pecado, o reconocimiento de las faltas ante Dios; y si es necesario ante su hermano (1ª Jn. 1:9; 3:20-22; Stgo. 5:16). El Espíritu Santo aplica la palabra según la leamos, y mientras esperamos en oración delante del Señor; pero la negligencia en medir nuestras vidas por la Palabra, y permitir que la luz del Espíritu alumbre nuestro corazón, trae sobre nosotros la vara del castigo de nuestro Padre Celestial (2ª Sam. 7:14; 1ª Cor. 5:5; Heb. 12:5-11). Estas citas bíblicas nos revelan el principio de acuerdo al cual el Señor trata con aquellos que están en su redil. Castigo (igual a disciplina), pero no rechazo como un hijo, es el resultado si uno voluntariamente no hace juicio de sí.
El propósito de Dios abriéndonos la puerta del juicio propio es para que “crezcamos en gracia“, para que podamos “decrecer” y nuestro Maestro “crecer“. Parte de la batalla contra nosotros mismos es ganada, cuando de todo corazón recibimos la amonestación de Dios, cuando el Espíritu nos convence de haber faltado. Muchas veces progresamos con el juicio propio cuando estamos dispuestos a recibir la corrección de otros. El antiguo dicho escocés, “guíenos Dios y diríjanos a nosotros mismos como otros nos ven”, es aplicable en este reino de juicio propio.
                                            EL ASIENTO DE JUICIO DE CRISTO
“Porque es menester que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo para que cada uno reciba según lo que hubiera hecho por medio del cuerpo, sea bueno o malo” ( 2ª Cor. 5:10 ).
Esto no es un juicio para decir si aquellos que aparecen allí son culpables o inocentes (salvados o perdidos), pues este es un juicio exclusivo para salvados. El asunto de salvación individual debe haber sido previamente arreglado. Pero este juicio es para la distribución de recompensas, de acuerdo a la fidelidad o infidelidad de los creyentes, como mayordomos en la casa de su señor (1ª Cor. 3:11-15).
El apóstol Juan, en su primera epístola (2:28) con las palabras “para que cuando El aparezca tengamos confianza y no seamos confundidos de El en su Venida”, revela la posibilidad de cabezas bajas, ojos enlagrimados, remordimientos por la infidelidad cuando somos llevados a la presencia de nuestro Señor y Maestro. ¿Ante quién es que tenemos que comparecer? (véase Apo. 1:13-17). ¿Qué puede escapar de la mirada penetrante del glorioso Hijo de Dios?, ¿Quién puede esconder alguna cosa de su escrutinio?. ¿Porqué no permitirle a El que ataque aquí y ahora todas las cosas de las que podamos estar avergonzados entonces? Aquí descansa la importancia y privilegio del juicio propio.
                              EL JUICIO DE ISRAEL
La nación de Israel, o los judíos, mantienen un pacto muy peculiar en su relación con Dios, en vista de la soberana elección de ellos para ser sus testigos entre las naciones de la tierra. Dios ha ordenado que de ellos saldrá la salvación, tanto en el Mesías (Cristo), como en la nación misma, cuando ellos sean restaurados al favor divino y sean otra vez un pueblo de bendición. Por la relación de este pacto, Dios los llama a ellos “mis hijos” (Isa. 43:6) y trata con ellos como tales, castigándoles por su desobediencia. La acusación de Esteban a ellos como un pueblo en su sermón (Hech.7) hacia referencia a que eran “duros de cerviz e incircuncisos de corazón y de oídos, vosotros resistís siempre al Espíritu Santo: como vuestros padres, así también vosotros” – y esto es la verdad. Consecuentemente la mano de Dios ha estado sobre de ellos en juicio. Jerusalén ha sido invadida y destruida más veces que ninguna otra ciudad de la tierra . Los judíos han sido esparcidos, de acuerdo a la profecía, por todos los contornos de la tierra. Han pagado muy caro en carne propia su desobediencia, pero jamas han sido desechados.
De entre ellos, Dios ha estado reuniendo “un residuo de acuerdo a la elección de gracia”, pero la masa de los judíos ha estado siendo incrédula y apóstata. Ellos rechazaron a Dios, y pidieron un rey, como las otras naciones en los días de Samuel. Cuando Cristo, su propio Mesías y Libertador vino, ellos dijeron: “fuera con El, no permitiremos que este hombre reine sobre nosotros“. Aún después que su obra redentora fue completada, y la puerta de la salvación había sido abierta a ellos, todavía rehusaron la convicción del Espíritu Santo y rechazaron sus mensajeros (por ejemplo, Esteban) y atrajeron sobre sí el juicio de la destrucción de su ciudad por los Romanos  en el año 70 D. C., y otros subsiguientes esparcimientos entre las naciones.
Sin embargo, Dios ha prometido reunirlos nuevamente, pero no sin arrepentimiento de su parte. El moderno movimiento Zionista representa su propio esfuerzo nacional, fuera del reconocimiento de Dios, a realizar su destino nacional y ocupar su lugar, merecido por sus habilidades entre las naciones de la tierra. Esto se encontrará con amargos desacuerdos, porque Dios no está en sus pensamientos, pues ellos serán engañados por el Anticristo, y sufrirán los horrores de “la angustia de Jacob”, el tiempo de la tribulación. Cuando ellos estén al borde de ser tragados por las naciones envidiosas, al final de la tribulación, ellos serán obligados a pasar bajo la vara (Ezeq. 23:38), pero los justos clamarán a Dios en arrepentimiento profundo (Isa. 64), y entonces los rebeldes serán destruidos, y el residuo fiel de aquellos días vendrán a ser el núcleo del renovado y restaurado Israel. (Vea Jer. 23:5-8; Isa. 19:23-25; 60:10-22; Ezeq. 36:8-15; Amós 9:11-15).
                                                 EL JUICIO DE LAS NACIONES
En Mat. 25:31-46, está registrado lo que es designado “el Juicio de las Naciones”. Algunos asocian este juicio con el de Rev. 20:11-15 creyendo que es uno mismo, y los refieren ambos a un juicio general de todos los individuos ante el trono de Dios. Una comparación de estos dos pasajes, y los acontecimientos que ocurrirán, demostrarán que no son uno mismo hecho:
  •          Mat. 25:31-46                           Rev. 20:11-15
  • No hay resurrección                       Hay resurrección
  • Las naciones vivas juzgadas           Los muertos son juzgados
  • En la tierra (Joel 3:2)                     El cielo y la tierra han desaparecido
  • Tres clases: ovejas, cabritos           Una clase: los muertos  y hermanos
  • No se mencionan libros                   Los libros abiertos
  • Antes del milenio                           Después del Milenio
Esta comparación demuestra que uno de estos juicios es en la tierra y el otro en los cielos, y que están separados por un período de mil años.
El juicio de Mat. 25 no concierne a la iglesia, pues ésta estará asociada a Cristo en este juicio (1 Cor. 6:2,3); tampoco están los judíos incluidos, pues ellos están esparcidos, en separación, y no son enumerados entre las naciones (Números 23:9).
Este es un juicio individual, pero de naciones. El cuadro presentado en Mateo es una semblanza representativa en miniatura. No podemos imaginarnos a las naciones reunidas ante el trono del Cristo, excepto representativamente, como vistas en este pasaje. Las ovejas representan una clase de naciones, mientras que los cabritos representan otra clase; los hermanos son los judíos, los hermanos de Cristo. La base de la decisión es el trato dado con los judíos por las naciones. Esto es un principio del trato divino con las naciones que en siglos pasado trataron a los judíos ya sea bien o mal, va hacia atrás en el pacto de Dios con Abraham (Gén. 12:1-3), “Yo bendeciré a los que te bendijeron y los que te maldijeron, maldeciré”. La referencia aquí no es solo a Abraham, sino también a su simiente.
El drama de este juicio tendrá lugar en la vecindad de Jerusalén, el valle de Josaphat y el llano de Megiddo, en la batalla de Armagedón (vea Apocalipsis 16:13-16; 19:11-21). En Joel 3.9-17, Dios reta a las naciones a su supremo esfuerzo para vencerle a Él, y sus propósitos para Israel, y ellas son vistas reunidas contra Jerusalén en blasfemo desafío al Todopoderoso (Zac. 14:1-3). En medio de las desplegación de señales terrestres y celestiales, el Señor desciende desde los cielos para libertar al pueblo y establecer su pacto, y las naciones son juzgadas e Israel es libertado de ser tragado por sus enemigos (Mat. 24:29-31). El residuo de Israel será entonces reunido de entre las naciones de la tierra, y el reinado milenial comenzara cuando el pueblo judío como “la cabeza” y no “el rabo” tomará su posición como el pueblo escogido de Dios. El residuo de las naciones, “las ovejas”, conocerán a Dios y estarán con los judíos para rendirle a Él honor (Zac. 14:16).
JUICIO DE LOS MUERTOS IMPÍOS Apocalipsis 20:11-15
Este juicio tomo lugar a la terminación del Milenio, mil años después del juicio de las naciones. Este juicio no ocurre en la tierra, como el juicio de las naciones, pero si en el reino celestial donde Dios mora. Probablemente este juicio toma lugar al mismo tiempo de la renovación de la tierra por fuego (2 Ped. 3:7,12,13). La primera resurrección (Apc. 20:6) ocurre antes de empezar el Milenio, e incluye a los justos muertos en todas las dispensaciones, la iglesia, y todos aquellos salvos en la gran tribulación. Si todos aquellos que tienen parte en la primera resurrección son “bienaventurados y santos“, entonces el resto de los muertos que no vivan asta la terminación del Milenio, necesariamente no lo son. Esto nos guía a creer que solo los muertos impíos aparecen ante el gran trono blanco.
La presencia del libro de la vida puede guiarnos a la conclusión de que algunos justos puedan estar allí. Si es así, ellos deben ser aquellos que murieron durante el Milenio, pero somos inclinados a creer que los justos de la era milenial vivirán hasta la inauguración de los cielos nuevos y la tierra nueva. La presencia del “libro de la vida” ha sido explicado como necesario para condenar a aquellos quienes reclaman sus buenas obras como meritorias de consideración, cuando ellos han debido aceptar a Cristo, a consecuencia de lo cual, sus nombres debieron haber sido registrados en el “libro de la vida”.
Seguramente habrá grados de castigo, así como grados de recompensa. Los muertos impíos serán juzgados de acuerdo a sus obras. Esta gran sesión parece incluir la gran masa de hombres impíos desde el principio de los tiempos, hasta el fin del Milenio. El registro de sus obras estará presente para determinar el grado de su castigo, de manera que no tienen excusa.
El lago de fuego es el lugar final de separación de Dios. La muerte y el infierno (Hades) son para siempre echados en este lugar, el mundo es limpiado de todo mal y la justicia prevalecerá en un cielo y una tierra nueva.
JUICIO DE LOS ÁNGELES  Judas 6
El juicio de los Ángeles, aunque su tiempo no está marcado definidamente en la Escritura, ocurrirá posiblemente al mismo tiempo del gran juicio del trono blanco, al fin del Milenio. Satán, y alguna de sus huestes, a lo mejor tienen libertad de poner en obra sus propios designios, pero algunos de los ángeles (Jud. 6; Gén. 6:1-5) por algún pecado especial, son guardados en cadenas de oscuridad, esperando el juicio del gran Día. Satán, como sabemos, es amarrado al principio del Milenio y entonces, a la terminación de este período, encuentra su última sentencia en el lago de fuego. Pero el tiempo particular para el juicio de los ángeles, como una clase, parece ser el tiempo del juicio del gran trono blanco.

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