CONFRONTAR CON LAS PALABRAS ADECUADAS


Las palabras son herramientas de comunicación. Nunca mueren. Viven para siempre en el corazón y en la mente del que las escucha. Para mantener relaciones armoniosas en cada faceta de nuestras vidas, debemos aprender a utilizar las palabras de forma eficaz. El Siervo del Señor, el Mesías, estaba especialmente dotado por Dios para esto, y creo que Dios también nos equipa a nosotros para decir las palabras que consiguen los resultados que deseamos obtener:

“Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios” (Is. 50:4).

La oración es esencial en este punto. Debes tener la mente y la perspectiva de Dios en este asunto y pedirle que te dé las palabras exactas.

“Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la mandé” (Is. 55:11).

Sean cuales fuesen las palabras que decidas utilizar, piensa que el tono con que las digas determinará el modo en que esas palabras serán recibidas. El tono es la manifestación externa del estado actual de tu mente. Si por dentro está frunciendo el ceño, eso se reflejará en tus palabras. Si te sientes optimista, tus palabras lo expresarán. Es así de simple. Por eso debes orar y pedir a Dios que purifique tus pensamientos y limpie todo rastro de amargura y malentendido. Solo después de que Él haya purificado tus pensamientos y te haya ayudado a dejar atrás tu ira, estarás preparado para tratar el comportamiento problemático.

El tono es la manifestación externa del estado actual de tu mente.

Cuando te enfrentes cara a cara con otros, es importante que describas específicamente lo que has observado o experimentado. Dar rodeos o darles vueltas a las cosas acabará por sabotear tus resultados. Ser evasivo puede hacer que se pierda la idea principal o que se mal entienda lo que tratas de decir.

Si tu jefe no te informara de una reunión en la que tu departamento debe estar, podrías decir: “María, que me excluyeras de la reunión del miércoles ha traído algunos problemas. Me gustaría discutirlo contigo”. Después, enumera la lista de consecuencias, como la de no poder terminar un proyecto a tiempo por carecer de la información adecuada. Hablar en términos generales no es eficaz. Lo más probable es que esto pueda llevar a que alguien niegue haber actuado mal o que el mensaje sea mal interpretado.

Julieta, la esposa de un pastor, se encontró ante un dilema. Susana, una atractiva parroquiana, sentía la necesidad de cuidar de la primera familia, en especial de Mario, el pastor. Le traía regalos especiales que a menudo no podía compartir con el resto de la familia. Lo llamaba a casa de vez en cuando para darle ánimos. Julieta cada vez se sentía más incómoda con la familiaridad de Susana con su esposo, pero mantenía la calma. Tenía miedo de que Mario se enojara y la acusara de insegura y neurótica. Tal vez —murmuraba para sí Julieta— mi inseguridad haya aumentado desde que engordé. Oró con su compañera de oración, la cual la animó a discutir el problema con Mario. Por supuesto, Mario parecía no darse cuenta de los pequeños comportamientos inapropiados de Susana.

Un día llamaron a Julieta para que fuera a asistir a un familiar lejano que no vivía en la ciudad. Tras regresar a casa varios días después, entró en la cocina y se encontró a Susana preparando la cena para su familia. Se quedó lívida, pero no dijo nada. Le dio las gracias educadamente por su ayuda. Más tarde aquella noche, se enfrentó cara a cara con Mario por la situación en general. Él se sorprendió de que a Julieta se le hubiera pasado por la cabeza cualquier pensamiento negativo respecto a los motivos de Susana. Él estaba seguro de que ella solo intentaba ayudar, y rechazó la sugerencia de Julieta de hablar con ella. En consecuencia, Susana continuó con su comportamiento poco considerado.

Finalmente Julieta decidió que la situación ya había llegado demasiado lejos para ella. Empezaba a sentir resentimiento hacia Mario por minimizar su preocupación y sentía una profunda rabia hacia Susana por su insensibilidad y falta de visión. Julieta se había mantenido callada para mantener la paz, pero estaba muy lejos de sentir paz en su interior. Sabía lo que tenía que hacer.

Llamó a Susana por teléfono a su oficina y quedaron para verse. Cuando lo hicieron, la conversación, en términos generales, fue la siguiente:

Julieta: “Susana, gracias por reunirte conmigo en tu hora de la comida”.

Susana: “No hay problema. Siempre estoy disponible para ti y para el pastor Mario”.

Julieta: “Lo sé, lo sé. De hecho, de eso quiero hablar contigo. Necesito que me ayudes a proteger la reputación de mi esposo. Estoy segura de que tú no eres consciente de ello, pero he visto varios actos por tu parte que podrían hacer que los demás y yo misma miráramos a Mario de forma sospechosa. Por ejemplo [señaló incidentes concretos]. Por eso, creí que sería mejor hablar contigo de ello”.

Susana: “¡Me asombra [lágrimas y más lágrimas] que puedas sentirte así! Solo estaba intentando servirlos a los dos. No le volveré a hablar nunca más si eso te hace feliz. Siento muchísimo haberles dedicado tanto tiempo” [más lágrimas].

Julieta: “No he venido a molestarte. Solo quería que supieras el efecto que tu comportamiento estaba teniendo en mí y la posible repercusión que tendría en el ministerio de Mario. Espero que podamos seguir manteniendo una relación, una que honre a Dios y que nos satisfaga a ambas partes. ¿Te importa que oremos juntas ahora?”.

La historia anterior es verdadera, aunque he cambiado los nombres. Elogié a Julieta por su iniciativa y por la calma y madurez que demostró a la hora de enfrentar la situación. No obstante, debería haber sido Mario el que se hiciera cargo del conflicto. Aunque es pastor y líder espiritual, su estilo es el de evitar conflictos. Es el que abdica. Fíjate que Julieta reconoció el problema. No dijo: “Algunas personas de la iglesia hablan del tema”. No acusó. Simplemente explicó cómo le estaba afectando a ella el comportamiento de Susana.

En cualquier respuesta a un conflicto, el foco debe ponerse siempre en el comportamiento de la persona, no en la persona en sí, o sea en su personalidad, capacidad de juicio o carácter. Cuanto más maduros somos espiritualmente, más capaces somos de separar a una persona de su comportamiento. Dios ha dado ejemplo. Odia el pecado, pero ama al pecador. Cuando a Jesús le trajeron a la mujer que había sido sorprendida en adulterio, le dijo que no la condenaba. Pero también le dijo: “…vete y no peques más” (Jn. 8:11). Él separó pecado y persona.

No te precipites a hacer acusaciones. Tómate el tiempo necesario para conocer los hechos. Escucha con una mente abierta. La habilidad de ver ambas partes de un problema puede hacerte un gran pacifista y una fuente de total objetividad en la que se puede confiar.

0 comentarios: