Anne Beiler, fundadora de Auntie Anne’s Pretzels, una historia de éxito de US$333 millones, a la que muchas veces se hace referencia como «un milagro de los negocios», nunca llegó a pensar que sus logros como la ejecutiva de dicha empresa fueran su mayor éxito. De hecho, ella nunca albergó en su corazón el deseo de ser dueña de un negocio.
«Mi empresa fue la plataforma que Dios me dio para lograr el “verdadero negocio”… El negocio real, el que verdaderamente importa, es ayudar a personas derrumbadas por el pecado de ellas o de otros» —comenta Anne, quien vendió su exitosa compañía en 2005, para trabajar con su esposo en la creación de un centro de consejería cerca de su hogar en Pennsylvania. La jornada de la tragedia personal de Anne, su trauma físico y emocional, y su quebranto ha incluido más giros y dobleces que sus famosos pretzels. Según ella, esta jornada espiritual «transformó mi vida y me convirtió en la vencedora que soy ahora».
A los diecinueve años, Anne se casó con Jonás Beiler, quien venía de un trasfondo parecido. Ambos compartían el deseo por una fe que no fuera tan rígida ni orientada a las reglas, así que dejaron la iglesia menonita y se unieron a una creciente congregación independiente. Anne recuerda la ocasión, en que por primera vez llegó a sentir una conexión personal con Cristo, como un «fuego espiritual». Anne y Jonás disfrutaban su vida matrimonial y criar a sus dos pequeñas hijas, Ángela y su hermana de cuatro años, LaWonna. «Jonás y yo teníamos un buen matrimonio. Éramos buenos amigos» —comparte ella. «Cualquier desavenencia la conversábamos y seguíamos adelante. Y nos encantaba ser mamá y papá». Luego, llegó la mañana del 8 de septiembre de 1975. Ángela acababa de terminar su desayuno. Ansiosa por su visita diaria a su abuela, se escabulló por la puerta del tráiler de la familia y se dirigió hacia la casa de los papás de Anne —apenas a unos cuantos metros de distancia. Mientras que Anne tomaba el teléfono para avisarle a su mama que Ángela se dirigía a su casa, la hermana de Anne, Fi, retrocedía su tractor desde el granero entre las dos casas. Fi no vio la figurita en pijama de cuadros hasta que ya era demasiado tarde. «Ahí empezó mi viaje de tristeza y dolor» —confiesa Anne.
Secretos y mentiras Después de la trágica muerte de la pequeña Ángela, como les resultaba demasiado difícil expresar su angustia en voz alta —aun el uno al otro—, Anne y Jonás hacían como que todo estaba «bien» entre ellos, pero mientras tanto vivían en secreto como dos extraños en un matrimonio que se hundía. Pocos meses después, y con un mundo de silencio que la distanciaba emocionalmente de su esposo, Anne se sumergió en una profunda depresión. Sin nadie a quien hablar, ella buscó consuelo en el oído atento de su pastor. Durante la primera sesión, él le hizo insinuaciones sexuales, lo que propició una relación ilícita que duró seis años, aun después de que Anne diera a luz una tercera hija y de que la familia se mudara a Texas. Después de haber quedado atrapada en aquella relación, «transferí todo lo que deseaba vivir con mi esposo —amor y cariño— a mi pastor» —confiesa ella—. «De cierto modo, me convencí a mí misma de que mi pastor era mi salvación». Una manera torcida de pensar, una vida secreta, y un insoportable dolor la mantuvo en un oscuro abismo, incluso, llegó a considerar el suicidio. Se preguntaba dónde estaba Dios. ¿Por qué no le contestaba sus preguntas? ¿Por qué Dios no la estaba ayudando a arreglar todo este desorden? Cada noche, ella se arrodillaba al lado de su cama y le pedía al Señor que la ayudara. Entonces ella recibió una llamada telefónica que cambió su vida.
Una confesión poderosa Sam, el hermano de Anne, llamaba seguido para saber cómo se encontraba, y como ella estaba tan acostumbrada a mantener su dolor escondido, su respuesta siempre era, «estoy bien». Pero ese día en particular fue diferente. Cuando Sam la presionó para que respondiera con honestidad, ella se desarmó y le confesó: «No, no estoy bien». Aunque no le contó sobre su aventura amorosa, esa pequeña confesión rompió la oscuridad. En ese instante, Anne aprendió una transformadora verdad del Espíritu Santo. «Me di cuenta de que no era necesario contarle todo a mi hermano» —comenta—, «pero cuando decidí ser sincera con él, esa confesión me dio poder. Encubrir mi secreto me estaba matando». Al reconocer que ella debía cambiar de rumbo, Anne cortó la relación que sostenía con su pastor. Cuando se lo confesó a su esposo, él quedó profundamente herido, pero se mantuvo comprometido con su matrimonio. No obstante, aunque Jonás y Dios ya la habían perdonado, a Anne le tomaría mucho tiempo perdonarse a sí misma. Ella y Jonás empezaron a recibir consejería y Dios comenzó a restaurar su relación. De hecho, fue durante este proceso que Jonás se interesó por la consejería como una profesión.
Con un matrimonio en proceso de restauración y un deseo de ayudar a otros de la misma manera, Jonás empezó a estudiar en un centro cristiano evangélico de consejería con atención integral, en Akron, Ohio. Desde entonces él y Anne empezaron a desarrollar la visión de su propio centro de consejería. Ellos habían llegado a un punto crítico en su camino de retorno a la integridad. Anne estaba aprendiendo que la transparencia y la confesión mutua entre ambos, no solo con Jesús, profundizaba su relación con Dios y otros. Dios utilizó esta «levadura y luz» para formar su nueva visión, no solo del ministerio de consejería, sino con respecto a lo que Dios quería lograr con el dolor de ambos. «Del dolor nació el propósito» —asegura Anne.
La masa crece La pareja regresó a su ciudad de origen en 1987, con solo US$25 en sus bolsillos. Jonás siguió estudiando consejería, así que Anne buscó trabajo para sostener a la familiar. El único empleo que encontró fue administrar un puesto de comida en la feria del agricultor del lugar. Le fue tan bien que pronto ella y Jonás decidieron abrir su propio negocio en el que vendían helados, pizzas y pretzels suaves. Al principio los pretzels eran horribles, tanto, que Anne incluso pensó en sacarlos del menú. Pero Anne y Jonás, que habían crecido en familias de panaderos, decidieron experimentar con la receta, y le añadieron un «ingrediente secreto», que muy pronto incrementó las ventas. Los clientes respondieron con mucho entusiasmo a su producto, y empezaron a acercarse a ella para pedirle permiso de usar su nombre para vender pretzels en otros lugares. Ella firmó su primer contrato de negocio con una promesa legal escrita, un apretón de manos, y una cifra de US$1.250. Lo que ella no sabía es que esto se llamaba «franquicia». Con la ayuda de profesionales en establecer licencias y contratos, la franquicia se disparó y hoy en día tiene 1.000 sucursales alrededor del mundo.Anne estaba aprendiendo que la transparencia y la confesión mutua entre ambos, no solo con Jesús, profundizaba su relación con Dios y otros. La rentabilidad del negocio le permitió a la pareja iniciar, en 1992, su centro de consejería sin fines lucrativos, que llamaron Recursos para la Familia y Centro de Consejería (FRCC, por sus siglas en inglés).
Un nuevo capítulo Como miembro ejecutiva, Anne sentía que la compañía creciente absorbía todo su tiempo, así que optó por tomar una decisión. En el 2005, vendió su negocio —con este hecho iniciaba un nuevo capítulo de su vida, literal y figuradamente. Comenzó a trabajar en su libro, en el que ella cuenta su historia a su manera —sin arreglos, ni adornos, sencillamente, la pura verdad de las experiencias que había vivido. Como resultado de compartir su vida privada, y de su proceso de sanación y la aprobación del público, Anne decidió dictar conferencias para ayudar a las mujeres a contar sus historias y renovar su relación con Dios.
«Dios me llamó a ayudar a las mujeres a que sean transparentes» —comparte ella—. «Las mujeres se mueren por contar su historia en un lugar seguro. Podemos lograrlo en el cuerpo de Cristo. Dios usa la verdad de nuestras historias para llevarnos a lugares inimaginables». En abril de 2009, Anne dictó su primera conferencia: «Siete mujeres, siete historias», en El Centro Familiar de Gap. El Centro Familiar, que abrió sus puertas en septiembre de 2008, representa el cumplimiento de la visión de toda la vida de los Beilers, de ofrecer consejería y un centro de servicio comunitario para los residentes de Lancaster y los Condados de Chester.
El centro, de 5.109,5 metros cuadrados, incluye las oficinas del FRCC, una iglesia, una biblioteca, servicios de salud, una guardería, clases universitarias públicas, e incluso un restaurante familiar —llamado el Café de Ágela, en memoria de su preciosa bebita. El éxito del centro vale para Anne más que su imperio de pretzels. «Estoy disfrutando el deseo que mi corazón había guardado desde que era una niña» —comparte ella. «Es el sueño de ayudar a la gente a cultivar relaciones familiares saludables a un nivel espiritual». Aunque la vida siempre estará llena de dobleces y giros, Anne está convencida de cuál es el camino que quiere seguir.
«El éxito y la abundancia de mi vida dependerá de la calidad de mis relaciones, en especial, mi relación con Dios» —confiesa Anne—. «No existe gozo más grande».
«Mi empresa fue la plataforma que Dios me dio para lograr el “verdadero negocio”… El negocio real, el que verdaderamente importa, es ayudar a personas derrumbadas por el pecado de ellas o de otros» —comenta Anne, quien vendió su exitosa compañía en 2005, para trabajar con su esposo en la creación de un centro de consejería cerca de su hogar en Pennsylvania. La jornada de la tragedia personal de Anne, su trauma físico y emocional, y su quebranto ha incluido más giros y dobleces que sus famosos pretzels. Según ella, esta jornada espiritual «transformó mi vida y me convirtió en la vencedora que soy ahora».
«El éxito y la abundancia de mi vida dependerá de la calidad de mis relaciones, en especial, mi relación con Dios»En su libro Twist of Faith (1 - Giros de fe), Anne comparte su historia de pobreza, riqueza, pérdida y gozo, incluyendo la tristeza y la pena que experimentó después del accidente fatal que sufrió su hija Ángela de diecinueve meses de edad. Su dificultad para trabajar con su dolor la llevó a pasar por una serie de eventos que pondrían a prueba su fe al igual que su matrimonio. Criada en una granja en Lancaster, Pennsylvania, Anne creció en una estricta familia amish-menonita de diez personas. Aunque recibió a Cristo en su corazón a los doce años, la fe de su infancia era muy legalista. «Mi teología era básicamente que la vida es buena, y que Dios es severo» —relata ella.
A los diecinueve años, Anne se casó con Jonás Beiler, quien venía de un trasfondo parecido. Ambos compartían el deseo por una fe que no fuera tan rígida ni orientada a las reglas, así que dejaron la iglesia menonita y se unieron a una creciente congregación independiente. Anne recuerda la ocasión, en que por primera vez llegó a sentir una conexión personal con Cristo, como un «fuego espiritual». Anne y Jonás disfrutaban su vida matrimonial y criar a sus dos pequeñas hijas, Ángela y su hermana de cuatro años, LaWonna. «Jonás y yo teníamos un buen matrimonio. Éramos buenos amigos» —comparte ella. «Cualquier desavenencia la conversábamos y seguíamos adelante. Y nos encantaba ser mamá y papá». Luego, llegó la mañana del 8 de septiembre de 1975. Ángela acababa de terminar su desayuno. Ansiosa por su visita diaria a su abuela, se escabulló por la puerta del tráiler de la familia y se dirigió hacia la casa de los papás de Anne —apenas a unos cuantos metros de distancia. Mientras que Anne tomaba el teléfono para avisarle a su mama que Ángela se dirigía a su casa, la hermana de Anne, Fi, retrocedía su tractor desde el granero entre las dos casas. Fi no vio la figurita en pijama de cuadros hasta que ya era demasiado tarde. «Ahí empezó mi viaje de tristeza y dolor» —confiesa Anne.
Secretos y mentiras Después de la trágica muerte de la pequeña Ángela, como les resultaba demasiado difícil expresar su angustia en voz alta —aun el uno al otro—, Anne y Jonás hacían como que todo estaba «bien» entre ellos, pero mientras tanto vivían en secreto como dos extraños en un matrimonio que se hundía. Pocos meses después, y con un mundo de silencio que la distanciaba emocionalmente de su esposo, Anne se sumergió en una profunda depresión. Sin nadie a quien hablar, ella buscó consuelo en el oído atento de su pastor. Durante la primera sesión, él le hizo insinuaciones sexuales, lo que propició una relación ilícita que duró seis años, aun después de que Anne diera a luz una tercera hija y de que la familia se mudara a Texas. Después de haber quedado atrapada en aquella relación, «transferí todo lo que deseaba vivir con mi esposo —amor y cariño— a mi pastor» —confiesa ella—. «De cierto modo, me convencí a mí misma de que mi pastor era mi salvación». Una manera torcida de pensar, una vida secreta, y un insoportable dolor la mantuvo en un oscuro abismo, incluso, llegó a considerar el suicidio. Se preguntaba dónde estaba Dios. ¿Por qué no le contestaba sus preguntas? ¿Por qué Dios no la estaba ayudando a arreglar todo este desorden? Cada noche, ella se arrodillaba al lado de su cama y le pedía al Señor que la ayudara. Entonces ella recibió una llamada telefónica que cambió su vida.
Una confesión poderosa Sam, el hermano de Anne, llamaba seguido para saber cómo se encontraba, y como ella estaba tan acostumbrada a mantener su dolor escondido, su respuesta siempre era, «estoy bien». Pero ese día en particular fue diferente. Cuando Sam la presionó para que respondiera con honestidad, ella se desarmó y le confesó: «No, no estoy bien». Aunque no le contó sobre su aventura amorosa, esa pequeña confesión rompió la oscuridad. En ese instante, Anne aprendió una transformadora verdad del Espíritu Santo. «Me di cuenta de que no era necesario contarle todo a mi hermano» —comenta—, «pero cuando decidí ser sincera con él, esa confesión me dio poder. Encubrir mi secreto me estaba matando». Al reconocer que ella debía cambiar de rumbo, Anne cortó la relación que sostenía con su pastor. Cuando se lo confesó a su esposo, él quedó profundamente herido, pero se mantuvo comprometido con su matrimonio. No obstante, aunque Jonás y Dios ya la habían perdonado, a Anne le tomaría mucho tiempo perdonarse a sí misma. Ella y Jonás empezaron a recibir consejería y Dios comenzó a restaurar su relación. De hecho, fue durante este proceso que Jonás se interesó por la consejería como una profesión.
Con un matrimonio en proceso de restauración y un deseo de ayudar a otros de la misma manera, Jonás empezó a estudiar en un centro cristiano evangélico de consejería con atención integral, en Akron, Ohio. Desde entonces él y Anne empezaron a desarrollar la visión de su propio centro de consejería. Ellos habían llegado a un punto crítico en su camino de retorno a la integridad. Anne estaba aprendiendo que la transparencia y la confesión mutua entre ambos, no solo con Jesús, profundizaba su relación con Dios y otros. Dios utilizó esta «levadura y luz» para formar su nueva visión, no solo del ministerio de consejería, sino con respecto a lo que Dios quería lograr con el dolor de ambos. «Del dolor nació el propósito» —asegura Anne.
La masa crece La pareja regresó a su ciudad de origen en 1987, con solo US$25 en sus bolsillos. Jonás siguió estudiando consejería, así que Anne buscó trabajo para sostener a la familiar. El único empleo que encontró fue administrar un puesto de comida en la feria del agricultor del lugar. Le fue tan bien que pronto ella y Jonás decidieron abrir su propio negocio en el que vendían helados, pizzas y pretzels suaves. Al principio los pretzels eran horribles, tanto, que Anne incluso pensó en sacarlos del menú. Pero Anne y Jonás, que habían crecido en familias de panaderos, decidieron experimentar con la receta, y le añadieron un «ingrediente secreto», que muy pronto incrementó las ventas. Los clientes respondieron con mucho entusiasmo a su producto, y empezaron a acercarse a ella para pedirle permiso de usar su nombre para vender pretzels en otros lugares. Ella firmó su primer contrato de negocio con una promesa legal escrita, un apretón de manos, y una cifra de US$1.250. Lo que ella no sabía es que esto se llamaba «franquicia». Con la ayuda de profesionales en establecer licencias y contratos, la franquicia se disparó y hoy en día tiene 1.000 sucursales alrededor del mundo.
Un nuevo capítulo Como miembro ejecutiva, Anne sentía que la compañía creciente absorbía todo su tiempo, así que optó por tomar una decisión. En el 2005, vendió su negocio —con este hecho iniciaba un nuevo capítulo de su vida, literal y figuradamente. Comenzó a trabajar en su libro, en el que ella cuenta su historia a su manera —sin arreglos, ni adornos, sencillamente, la pura verdad de las experiencias que había vivido. Como resultado de compartir su vida privada, y de su proceso de sanación y la aprobación del público, Anne decidió dictar conferencias para ayudar a las mujeres a contar sus historias y renovar su relación con Dios.
«Dios me llamó a ayudar a las mujeres a que sean transparentes» —comparte ella—. «Las mujeres se mueren por contar su historia en un lugar seguro. Podemos lograrlo en el cuerpo de Cristo. Dios usa la verdad de nuestras historias para llevarnos a lugares inimaginables». En abril de 2009, Anne dictó su primera conferencia: «Siete mujeres, siete historias», en El Centro Familiar de Gap. El Centro Familiar, que abrió sus puertas en septiembre de 2008, representa el cumplimiento de la visión de toda la vida de los Beilers, de ofrecer consejería y un centro de servicio comunitario para los residentes de Lancaster y los Condados de Chester.
El centro, de 5.109,5 metros cuadrados, incluye las oficinas del FRCC, una iglesia, una biblioteca, servicios de salud, una guardería, clases universitarias públicas, e incluso un restaurante familiar —llamado el Café de Ágela, en memoria de su preciosa bebita. El éxito del centro vale para Anne más que su imperio de pretzels. «Estoy disfrutando el deseo que mi corazón había guardado desde que era una niña» —comparte ella. «Es el sueño de ayudar a la gente a cultivar relaciones familiares saludables a un nivel espiritual». Aunque la vida siempre estará llena de dobleces y giros, Anne está convencida de cuál es el camino que quiere seguir.
«El éxito y la abundancia de mi vida dependerá de la calidad de mis relaciones, en especial, mi relación con Dios» —confiesa Anne—. «No existe gozo más grande».
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