APRENDIENDO DE LA DESILUCION


Las desilusiones pueden ser dolorosas, sin importar su magnitud. Mi amiga Nancy terminó una larga relación por la que luchó durante años. Las palabras hirientes, los tristes recuerdos y la fricción diaria habían dejado su cicatriz. «Nunca he experimentado la cercanía emocional que otras parejas gozan» me confesó Nancy. La esperanza de lograr una profunda satisfacción se convirtió en una terrible pesadilla y sus sueños destruidos la llevaron a terminar su relación.

Otro amigo, Alberto, perdió el trabajo que amaba. Sus amigos y compañeros valoraban sus logros pero su supervisor estaba extrañamente distante, lo criticaba y le daba poco reconocimiento. Se sentía asfixiado y subestimado, de tal manera que al final el trabajo de sus sueños se convirtió en su frustración.

Susana, por su parte, sabía que algo andaba mal mucho antes de que el doctor se lo dijera: «La biopsia resultó positiva, es maligno y debemos realizar una lumpectomia o una mastectomia para sacarlo». Los siguientes días fueron un torbellino de confusiones a medida que Susana luchaba por entender lo que ocurría. No se suponía que esto formaría parte de su vida tan especial: presidenta de su clase, animadora, mujer de sociedad, esposa y madre orgullosa. El cáncer atacaba a otras personas. ¿Cómo se suponía que manejaría esta tragedia?

Cuando reflexiono sobre mi propia vida, me doy cuenta de que no soy diferente a mis amigos. Todos experimentamos desilusiones: relaciones turbulentas, bajas evaluaciones laborales o académicas, la muerte de algún ser querido, problemas de salud, desaires sociales, etcétera.

Las desilusiones pueden terminar en depresiones o desesperación, lo cual puede llevar a serias consecuencias. El psicólogo de UCLA, James C. Coleman, lo explica con varios ejemplos: «Las víctimas de naufragio que pierden las esperanzas pueden morir en unos cuantos días aun cuando, psicológicamente hablando, pueden vivir más». Dr. Coleman remarca que la desilusión puede llevar al suicidio, mientras que la desesperación causada por la pobreza puede manifestarse como apatía. «Los valores, propósitos y esperanzas parecen actuar como catalizadores» para movilizar la energía y encontrar satisfacción. Sin ellas, puede parecer que la vida no vale la pena.

Cómo mantener las esperanzas vivas



  1. Ajuste sus expectativas

    No todos los equipos ganan el campeonato mundial ni tampoco todos los atletas ganan el oro olímpico. No todos los solicitantes obtienen el trabajo, las personas se enferman y no todos los matrimonios viven felices para siempre. Entonces uno podría pensar que no vale la pena establecer metas tan altas, pero la verdad es que a nadie le gusta ser un mediocre y siempre busca alcanzarlas. Por otro lado también podemos apoyar nuestra esperanza donde no debemos. Por ejemplo, si su mayor esperanza es lograr el éxito con el tiempo se desilusionará porque el éxito es transitorio. El Rey Salomón escribió: «Consideré luego todas las obras que mis manos habían hecho y el trabajo en que me había empeñado, y he aquí, todo era vanidad y correr tras el viento, y sin provecho bajo el sol» (Eclesiastés 2.11). Por otro lado, si tenemos tanto miedo en salir desilusionados podemos sentirnos tentados a disminuir nuestras expectativas y alejarnos de lo que Dios quiere para nosotros. Lograr el balance adecuado es difícil mas no imposible.

  2. Aprenda de sus fracasos

    Las desilusiones y los fracasos ayudan a formar el carácter y la paciencia cuando se lo permitimos. Nos enseñan a ganar y a perder con gracia, un arte que se está extinguiendo en estos días. Pablo le comparte a la iglesia en Roma (Ro 5.3-4): «nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, carácter probado; y el carácter probado, esperanza…» La fortaleza espiritual interna, la que resulta de una fe sincera en Dios, ayuda a formar nuestras actitudes.

  3. Entable relaciones

    Dios a menudo ministra nuestras heridas a través de otras personas. Sin embargo, a veces nos sentimos tentados a levantar muros cuando estamos vulnerables, pero, si dejamos por fuera a nuestros amigos, podríamos estar cerrándole la puerta a la sanidad y esperanza. Durante un tiempo particularmente difícil de mi vida, le agradecí a Dios por mis amigos cercanos. Mi esposa estaba divorciándose de mí, algunos compañeros me estaban traicionando y yo temía la posibilidad de cáncer. Dos días antes de que el divorcio llegara a concretarse, un amigo de toda la vida me llamó para saber cómo estaba. Lloré mientras le contaba que mi mundo se derrumbaba pero al saber que mi amigo estaba ahí y que realmente se interesaba por lo que estaba sufriendo, gané fuerzas y esperanzas para soportar las pruebas.

  4. Profundice su relación con Dios

    Los amigos son esenciales pero no olvidemos que son seres humanos que pueden defraudarnos o equivocarse. Afortunadamente muy temprano en mi vida me di cuenta de que Dios nunca me dejaría porque ya me había dicho: «Nunca te dejaré ni te desampararé» (Hebreos 13.5). Su amistad me ha sostenido todos estos años aún en medio de las criticas de amigos y enemigos, los desafíos financieros, las decepciones académicas y las relaciones destruidas. Dios es el único cuyo historial está limpio, así que tiene sentido confiar en Él. Pablo renovó sus fuerzas y esperanzas a través de su amistad con Dios, por eso escribe: «Si Dios está por nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no eximió ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos concederá también con Él todas las cosas?» (Romanos 8.31–32). Pablo estaba convencido de que nada podía separarlo del amor de Dios: «Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios…» (v. 38). Cuanto más pongamos nuestra seguridad en el eterno amor de Dios, menos poder tendrán las desilusiones para minar nuestras esperanzas.

  5. Concéntrese en la esperanza final

    Durante ese oscuro momento de mi vida, mi mentor me recordó lo que Pablo había dicho a la iglesia en Roma: «Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien…» (8.28). Mi mentor me dijo que eso seguía vigente aún en nuestros días y la verdad es que estaba en lo correcto. Algunas veces nos concentramos en el aquí y ahora, pero recordemos que nuestra situación actual no es el final de la historia. Pablo sabía perfectamente lo que se sufría por las desilusiones, solo basta con leer sus cartas para darnos cuenta. No obstante, nunca dejó de animar a los creyentes a ver más allá, aun en medio de las pruebas y aferrarse a la esperanza suprema en Dios. El apóstol escribe: «Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día. Pues esta aflicción leve y pasajera nos produce un eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación, al no poner nuestra vista en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas.» (2 Corintios 4.16-18). Los planes de Dios son siempre mayores que los nuestros y aunque las desilusiones duelen a corto plazo, no se comparan en nada con la esperanza final que gozamos en el Señor.

    Pedro exhorta a sus destinatarios (1Pe 1.13): «Por tanto, ceñid vuestro entendimiento para la acción; sed sobrios en espíritu, poned vuestra esperanza completamente en la gracia que se os traerá en la revelación de Jesucristo». En otras palabras, cosas maravillas ocurrirán una vez que Jesús regrese a este mundo tan convulsionado. Pero aún hoy, Dios ofrece su compasión, perdón y fuerzas a aquellos que confían en Él. Una relación con Él nos llena de una gran esperanza que nos fortalece para enfrentar cualquier desilusión.

0 comentarios: