Gracias por tu promesa de hacer que las naciones devuelvan a nuestros hijos e hijas a los brazos de Jerusalén (la iglesia). Ningún arma forjada contra mis hijos prosperará, y refutaré toda lengua que les acuse, porque esta es su herencia y vindicación del Señor.
Que edifiquen los lugares desolados y permíteme levantar los cimientos de muchas generaciones.
Permíteme ser un reparador de portillos y restaurador de viviendas en ruinas para que habiten mis hijos. Señor, confío en ti.
Que mis hijos sean como un árbol plantado junto a aguas que echan raíces junto al río, para que nunca teman cuando llegue el calor.
Que sus hojas sean verdes, y se mantengan libres de preocupaciones en los años de sequía, para que nunca dejen de dar buen fruto, amén.
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