UNA INVITACION DIVINA


Juan 17 registra la última oración de Jesús antes de ir al huerto de Getsemaní, donde clamó a Dios antes de su crucifixión. No tenemos que preguntar qué sentía Jesús antes de ser molido por nosotros. Su deseo se expone claramente en Juan. Él abre su corazón y nos permite oír los momentos más íntimos de su vida en la tierra.
Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo. Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste. Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos. (Juan 17:24-26)
Estas frases contienen la auténtica razón por la cual usted fue creado y presentan una invitación a conocer a Dios íntimamente: a conocerlo realmente y estar cerca de su corazón. En la primera petición a su Padre, Jesús pide estar cerca de aquellos a quienes está a punto de comprar con su sangre. Él no quiere que solo seamos técnicamente suyos: quiere que seamos completamente suyos. La esposa en el Cantar de los Cantares de Salomón anhela esta misma intimidad. Dice: “Pues ¿por qué había de estar yo como errante junto a los rebaños de tus compañeros? (Cantares 1:7). En su lenguaje poético, la esposa esencialmente está diciendo: “Jesús, no quiero que mis ojos estén cubiertos. No quiero que me impidan verte. Quiero verte como realmente eres. ¡Jesús, no me basta con estar cerca de tus amigos! ¡Quiero estar cerca de Ti, y en verdad conocerte íntimamente en mi propio corazón!”
Anhelamos estar cerca de Dios porque Él primero anheló estar junto a nosotros. No es un Dios que quiso redimirnos para después quedarse a distancia. Al contrario, nos compró son sangre real para poder poner su propio Espíritu en nosotros y pasar tiempo ahora y en la eternidad revelándonos su corazón.
En su segunda petición, Jesús pide que podamos ver su gloria. Este fue exactamente el deseo del que se hizo eco la esposa del Cantar de los Cantares cuando dijo que no quería que el velo le impidiera ver al Esposo. Nuestro corazón clama:“¡Quita el velo, Dios!” El corazón de Jesús también clama: “¡Padre, yo quiero!” ¿Puede imaginarse cómo habrá sido sacudido el cielo cuando Dios hombre pronunció esa frase esa noche en el huerto? ¿Puede imaginarlo intercediendo por usted en este mismo instante, pidiendo lo mismo? Amado, eso es exactamente lo que Jesús está haciendo en este momento. El escritor de Hebreos dice que Jesús vive para interceder siempre por nosotros delante del Padre como nuestro fiel sumo sacerdote (Hebreos 7:25). En este momento, Jesús está hablando con el Padre, que lo ama a usted (Juan 17:23) con el mismo amor con que Él ama a su Hijo: le esta pidiendo que revele a su corazón la gloria de lo que Él es.
La tercera petición de Juan 17:26 es la mayor de todas: que lo amemos a Él. Pero examinemos esto con cuidado. ¿Qué clase de amor quiere Jesús de nuestra parte? ¿Quiere que lo amemos como un siervo agradecido ama a su amo benevolente? No.
¿Quiere que lo amemos con lo que seamos capaces después de sobrevivir a un pasado doloroso? No. Amado, cuando Jesús le pidió al Padre que usted y yo lo amáramos, extendió la mayor vara de medir que podía emplear: el monto del amor que el Padre tiene por su Hijo Unigénito.
Cuando considero esto, siempre pienso en los niños pequeños. ¿Alguna vez ha visto a un niñito extender sus brazos tan ancho como puede, para mostrarles a sus padres cuánto los ama? ¿O un niño que se fascina con analogías? “Te amo desde aquí hasta la luna ida y vuelta, y alrededor de la tierra infinitas veces!” Jesús se extendió tanto como le fue posible, amado, y al hacerlo terminó con la idea de que el cristianismo fuera aburrido o que usted y yo pudiéramos permitir que nuestro pasado o nuestros antecedentes familiares nos impidan amarlo y ser transformados a su semejanza.
Sé que este lenguaje puede parecer incómodo, pero Jesús sacó su chequera trinitaria y expidió el cheque más grande que pudo. Puso toda la cuenta a disposición de usted. Lo que Jesús hizo es como cuando un padre le explica a su hijo que se acerca el Día del Padre. Cuando lleva al niño a una tienda, le ayuda a elegir algo, y le da a su hijo la tarjeta de crédito para que pague ese artículo. En casa lo ayuda a envolver el regalo, y cuando llega el gran día, le ayuda al niño a bajar el regalo del estante del armario. Cuando éste le extiende su regalo, el padre se llena de gozo y exclama: “No puedo creer que hayas traído esto para mí. ¡Es justo lo que quería!”
Amado, realmente es así de bueno. Jesús termina su oración de Juan 17 diciendo que la descripción de la obra del Espíritu Santo es que tomará el amor que el Padre tiene por su Hijo y lo pondrá en nosotros. Así, Cristo mismo será formado en nosotros, y podremos amar a Dios con el amor sobrenatural que Él nos da. La clase de amor de la cual Jesús habla aquí es un amor eterno e inagotable. Es un torrente de deseo, un fuego ardiente de luz y júbilo. Realmente, del corazón de quien cree en Jesús correrán ríos de agua viva (Juan 7:38). Dios anhela soltar un río de placer dentro de usted y dentro de mí. Es un río de fuego y de amor que espera ser soltado en nuestro corazón.
Cuando empezamos a conocer a Jesús y recibimos al Espíritu Santo, comienza a fluir en nosotros un río, un río que tiene un fin anhelado. El Espíritu Santo en nosotros anhela llevarnos a las profundidades de Dios para quitar el velo de nuestros ojos y ayudarnos a ver las gloriosas riquezas del hombre Cristo Jesús, convirtiendo hasta el corazón más hostil en un torrente de afecto santo por Dios. ¿Tiene usted esta visión para su vida? Oh, mi amigo, si está aburrido, me atrevo a decirle que es su propia culpa. Si ha dejado de crecer en el amor o está esperando continuar esta búsqueda “algún día”, lo insto a que vuelva a su camino.
Nada relativo a Jesús y a lo que Él ha hecho por nosotros es aburrido, y nada en su pasado, presente, o futuro puede privarlo a usted de conocer el amor de Cristo. Él anhela que usted permita que sus ondas y sus olas de cariño rompan sobre usted y lo conduzcan a nuevas alturas de amor, y lo insta a dejar que su luz brille delante de los hombres.
Leemos en el Salmo 36:7-9: ¡Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de tus alas. Serán completamente saciados de la grosura de tu casa, y tú los abrevarás del torrente de tus delicias. Porque contigo está el manantial de la vida; en tu luz veremos la luz.
La Trinidad ha estado en un completo estado de deleite, derramando su amor Uno sobre Otro. Usted y yo existimos porque el Padre nos creó para unirnos a esta santa comunión. Sí, somos la creación y solo Él es el Creador, sin embargo, Él ha elegido compartir su propia vida con nosotros. La Trinidad en perfecta comunión sin restricción ni nada que contamine o disminuya ese amor ha sido y será siempre la suprema felicidad y delicia. Este es el amor del cual toda otra clase de verdadero amor extrae su potencia. Esto es puro amor incon- taminado: Dios amando a Dios por medio de Dios. Del Padre al Hijo, del Hijo al Espíritu, el amor sigue fluyendo y fluyendo una y otra vez.
En medio de ese anhelo, en medio de ese torrente de amor, surgió un pensamiento respecto a usted y a mí. En medio de la perfecta comunión del amor de Dios, Dios pensó: “Esto es demasiado bueno. ¿Cómo no compartirlo?” Por esa razón usted y yo fuimos creados. La Biblia dice en 1 Corintios 1:9: “Fiel es Dios, por el cual fuisteis llamados a la comunión con su Hijo Jesucristo nuestro Señor”. En Juan 14:23, Jesús dice: “El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él”.
! Oro que usted prepare su corazón para buscar el amor de Dios cada día de su vida. Jesús ya escribió el cheque para usted. Quiere que lo haga efectivo y le dé el regalo por el cual Él pagó un precio tan alto: usted.

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