NUESTRAS ARMAS DE GUERRA

A pesar de la guerra que Satanás ha emprendido contra nosotros, se nos han dado armas espirituales para proteger, defender y resguardar lo que nos pertenece por derecho. Independientemente de cuán organizado pueda ser el régimen de Satanás, Jesús no nos ha dejado ignorantes de sus planes. Se nos ha pedido que nos pongamos la armadura de Dios, de manera que podamos ejercer una oposición efectiva contra el enemigo. 

La Biblia dice: "Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios" (Efesios 6:13–17). 

El apóstol Pablo escribió muchas de sus epístolas estando prisionero en Roma. Durante su cautiverio pudo observar la armadura protectora que usaban los soldados romanos que estaban a cargo de cuidarlos. En el pasaje anterior Pablo usa la armadura para explicar cómo pueden defenderse los cristianos de los feroces ataques del adversario. Examinemos cada componente de la armadura de los soldados romanos para descubrir cómo se relacionan con nuestra armadura espiritual.

Ceñid vuestros lomos con la verdad En la armadura del soldado romano el cinturón era esencial para poder mantener las demás piezas de la armadura en su lugar. De este pendían ganchos especiales que aseguraban la funda donde se guardaba la espada, la aljaba para las jabalinas, y un soporte sobre el que descansaba el escudo de batalla, que era de un tamaño considerable. Además, la correa tenía unos broches que mantenían la coraza en su lugar. En Efesios 6:14 Pablo nos dice que la verdad mantiene al resto de nuestra armadura espiritual en su lugar. Mantenernos en la verdad nos permite movernos sin obstáculos en la batalla. Nos permite estar abiertos a Dios en todos los aspectos de nuestra vida. En lo natural ceñimos los lomos para prepararnos para algo que requiera preparación, fortaleza o resistencia. De la misma manera, Satanás usará cualquier pecado oculto en su vida para exponerlo y tratar de acabar con su credibilidad como cristiano. Si usted conoce sus puntos vulnerables, le cierra las puertas al pecado y confiesa toda cosa oculta que no agrade a Dios, el enemigo no podrá silenciarlo. Sin embargo, si usted se mantiene en la verdad, Satanás no tendrá nada que exponer de usted. Podrá declarar sin temor: “Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí” (Juan 14:30). 

La coraza de justicia La coraza cubría el pecho, protegiendo los órganos vitales del soldado romano. Cada coraza era hecha a la medida. La coraza del creyente no está hecha de hierro, sino de justicia. La justicia de Cristo nos permite enfrentar demonios de manera arrojada y certera, y obtener la victoria. Si usted no tiene la seguridad de la justificación mediante el sacrificio de Cristo en la cruz, será víctima de misiles de condenación, acusaciones y mentiras penetrando su corazón. 

Calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz Las sandalias de los soldados romanos no eran comunes y corrientes. Estas estaban confeccionadas de una manera muy especial. Las suelas tenían capas de metal y de cuero con clavos que se enterraban el suelo para darle estabilidad a los soldados. Incluso en nuestros tiempos modernos los zapatos nos aseguran pisadas firmes, movilidad, y protección. La victoria final sobre Satanás requiere que permanezcamos “firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor” (1 Corintios 15:58). Nuestros zapatos nos permiten asumir una postura firme contra nuestro oponente.

El escudo de la fe El escudo de los soldados romanos estaba compuesto por seis capas de piel animal. Las capas estaban especialmente curtidas y cosidas, haciendo que fueran tan fuertes y duraderas como el metal, pero además livianas. Los escudos eran mojados antes de la batalla para que si el enemigo lanzaba flechas encendidas, estas se apagaran al chocar contra este. El escudo de la fe igualmente nos protege al repeler las saetas del enemigo. Si el enemigo logra hacernos dudar de Dios, puede hacer que bajemos el escudo y lograr que una de sus saetas genere daños a nuestra alma. 

El yelmo de la salvación El yelmo del soldado romano estaba diseñado para resistir y desviar golpes de espadas, mazos, o hachas; permitiéndole al soldado mantener la máxima visibilidad. El yelmo de la salvación protege su mente. Si usted es sorprendido sin su yelmo espiritual, Satanás tendrá acceso a sus pensamientos, afectando sus acciones y sus emociones, ya que nuestras actitudes y nuestro comportamiento se originan directamente en nuestra mente. 

La espada del espíritu La espada de los soldados romanos era un arma muy efectiva. Era corta, liviana, bien balanceada, aguda, y mortal. Cuando la espada del espíritu, que es la Palabra de Dios, es proclamada en la fe, se convierte en un arma aterradora para el reino de las tinieblas. Hebreos 4:12 dice: “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”. Seguramente usted notó que todos los componentes de la armadura en nuestro arsenal espiritual son defensivos, excepto este. La espada del Espíritu es su única herramienta ofensiva. Por eso es que es tan importante que conozcamos la Palabra de Dios. Esta hace más que protegernos de los ataques del enemigo. Cambia la situación, pone el enemigo a la carrera, y nos da la victoria. 

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