LOS EGREGOR NO CRISTIANOS

 

He estado reteniendo mucho líquido esta semana, lo cual significa que no estoy durmiendo bien, y me encuentro cayendo en algunos agujero de conejo (temas que te absorben profundamente) interesantes a altas horas de la noche. Últimamente he estado investigando un concepto llamado “egregores”, y es fascinante cómo conecta textos antiguos, psicología y Sagrada Escritura.

La palabra proviene del griego egrégoroi, que significa “vigilantes”. Se encuentra en el Libro de Enoc, donde los “Vigilantes” eran los ángeles que abandonaron su lugar designado en el cielo, descendieron a la Tierra e influenciaron a la humanidad de maneras totalmente erróneas. Enseñaron conocimiento prohibido, corrompieron a las personas y finalmente fueron juzgados por Dios.

Con el tiempo, el término egregor llegó a describir la presencia o energía espiritual que se forma cuando las personas se unen en torno a un mismo enfoque o propósito. Es como una forma de pensamiento colectivo, una “mente grupal” que empieza a cobrar una especie de vida propia. Puede verse en la cultura, la política e incluso en los fanatismos —básicamente en cualquier lugar donde grandes grupos de personas vierten emoción, atención y creencia en algo.


Aquí es donde se conecta con la Biblia. En Efesios 6:12, Pablo dice que “no luchamos contra carne ni sangre, sino contra principados y potestades”. Estas son entidades espirituales que influyen en sistemas, naciones e ideologías. Cuando las personas se reúnen en torno a algo que no proviene de Dios —ya sea el miedo, el orgullo, el engaño o el control—, es casi como si estuvieran alimentando una versión moderna de lo que los antiguos llamaban un egregor. Se convierte en una fuerza espiritual que comienza a moldear a esas personas, en lugar de que ellas moldeen al egregor.


Pero el revés también es real. Cuando las personas se unen en torno a Cristo, eso no es un egregor; es el Cuerpo de Cristo. Es el mismo principio de unidad, pero impulsado por el Espíritu Santo en lugar de la emoción humana. Uno drena y engaña; el otro da vida y verdad. A qué le entregamos nuestra energía y nuestro acuerdo importa profundamente, porque no solo cambia la cultura, sino que también moldea la atmósfera invisible que nos rodea.



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