SOMETERSE NO SIGNIFICA OBEDECER CIEGAMENTE

Lamentablemente, en vez de comprender esta dinámica de trabajo en equipo, por lo general vemos la sumisión en términos de obediencia. Recientemente conversaba sobre esto con una amiga que frecuentemente predica en conferencias matrimoniales. Utilizando la definición de la sumisión que dice: “Obedezca a su esposo”, ella se dio cuenta de que, en sus cuatro décadas de matrimonio, se había sometido solo una vez. En aquella oportunidad, su esposo sintió el llamado de un ministerio en particular que requirió mudarse a otra ciudad. Ella no sintió ese llamado, pero sabía que era importante para él, así que decidió seguirlo. En el transcurso de los meses siguientes ella también sintió el llamado.
Pero cuando mi amiga y su esposo no logran ponerse de acuerdo en algo en su matrimonio, trabajan en ello hasta que lo logran. Y así han afrontado situaciones importantes: si ella debía o no renunciar a su trabajo de tiempo completo; quién de los dos se quedaría en casa; si debían buscar una oportunidad para ser pastores. El objetivo es estar de acuerdo, así que luchan juntos hasta que lo consiguen.
No comprendo por qué algunas mujeres se sienten orgullosas de decir: “Yo lo dejo tomar todas las decisiones, aun cuando creo que está cometiendo un error”. Si usted cree que su esposo se equivoca, usted tiene un problema en su relación. Un desacuerdo, por definición, significa que al menos uno de los dos, o ambos, no está escuchando a Dios. ¿No sería mejor y más acorde con las Escrituras luchar juntos por lo que quieren, orar fervientemente, juntos e individualmente, y buscar consejo hasta que ambos estén de acuerdo? Si usted siempre se está poniendo detrás de su esposo, sin luchar ni hablar sobre las cosas, entonces fácilmente podría estar evitando la unidad, no mejorándola.
“Pero espere —dirá usted—, ¿cómo puede la sumisión no estar relacionada con las decisiones y la obediencia, cuando Efesios 5:24 dice que las mujeres se deben someter a sus esposos ‘en todo’?”. Bueno, he aquí 1 Pedro 3:5-6 (NVI), que dice: “Así se adornaban en tiempos antiguos las santas mujeres que esperaban en Dios, cada una sumisa a su esposo. Tal es el caso de Sara, que obedecía a Abraham y lo llamaba su señor. Ustedes son hijas de ella si hacen el bien y viven sin ningún temor”.
Sara obedecía a Abraham y lo llamaba su señor. Esto significa que debemos obedecer a nuestros esposos también, ¿no es así?
Recientemente, estuve conversando sobre lo que debemos hacer si nuestros esposos están tomando decisiones financieras equivocadas. Si él quiere mentir en una planilla de solicitud de un préstamo, y quiere que su esposa firme el documento junto con él, ¿qué debería hacer ella? Una comentarista respondió: “Ella debe obedecer a su esposo, aunque él esté equivocado. Si ella se niega a firmar, está desobedeciendo a Dios, e incurrirá en juicio por ello. Debe obedecer a su esposo como su señor”.
Espere un segundo. ¿Acaso las Escrituras dicen que debemos obedecer a nuestros esposos, aunque estén equivocados? La mayoría de las que comentan mis publicaciones parecen creer eso. Cuando les pregunté qué significaba para ellas la sumisión, la gran mayoría dio una definición relacionada con la obediencia: “Obedecer a nuestros esposos tal y como obedecemos a Dios, o a un superior militar”.
¿De verdad esto es que lo que Pedro quería decir? En Hechos 5, Lucas relata la historia de un hombre y su esposa, llamados Ananías y Safira. Ellos eran de los primeros discípulos, y deseaban ganar puntos con sus compañeros cristianos. Así que vendieron una propiedad y Ananías les dio una parte del dinero, no el precio total de la venta, a los apóstoles, diciéndoles que esa cantidad había sido lo que había recibido. Luego de que Pedro lo reprendiera por su engaño, Ananías cayó muerto.
Poco después, Safira llegó y Pedro le preguntó: “¿Vendieron ustedes el terreno por tal precio?”. Ella respondió que sí y entonces Pedro le dijo: “¿Por qué se pusieron de acuerdo para poner a prueba al Espíritu del Señor? ¡Mira! Los que sepultaron a tu esposo acaban de regresar y ahora te llevarán a ti” (Hch. 5:9). Safira cayó muerta también.
Pedro le dijo a Safira que habría sido mejor para ella hacer lo que ella pensaba, que ponerse de acuerdo con su esposo para mentir. Recordemos: Pedro fue uno de los que nos exhortó como esposas a obedecer a nuestros esposos como Sara obedecía a Abraham y lo llamaba señor. Aun así, Pedro fue el mismo apóstol que dejó muy en claro que no deberíamos obedecer a nuestros esposos si nos están llevando hacia el pecado.
De hecho, ¡Pedro habría sido la última persona en decir que pusiéramos alguna vez a una autoridad humana en el lugar de Dios! Más adelante, en el mismo capítulo de Hechos, Pedro y los otros apóstoles fueron arrestados por el sumo sacerdote y todos sus partidarios (la secta de los saduceos) y puestos en prisión por predicar en el nombre de Jesús. Durante la noche, un ángel se apareció ante ellos y los liberó, y comenzaron a predicar nuevamente. Cuando los líderes judíos vieron esto, se quedaron perplejos, para decir lo menos. Así que mandaron a traer a Pedro y los apóstoles, y les exigieron claramente que mantuvieran sus bocas cerradas con respecto a Jesús. Luego, Lucas escribiría en Hechos 5:29: “‘¡Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres!’, respondieron Pedro y los demás apóstoles”. A ninguna otra autoridad humana se le pondrá jamás por encima de Dios, y eso incluye a su esposo.
Safira fue castigada por obedecer a su esposo, y en el Antiguo Testamento, Abigaíl fue elogiada y recompensada por desobedecer a su esposo. En 1 Samuel 25 podemos leer su historia. Ella estaba casada con un bueno para nada llamado Nabal. Cuando David, antes de ser rey, le pidió provisiones a Nabal como pago por la protección que él les había brindado a sus rebaños y a sus sirvientes, Nabal lo rechazó. Abigaíl sabía que esto significaría la muerte para ellos y para sus sirvientes, así que fue a donde David e intercedió. David la perdonó a ella y a sus sirvientes, aunque Dios pronto le dio muerte a Nabal. Y David elogió a Abigaíl y se casó con ella. Ella nunca se sometió y siguió a Nabal de forma ciega. Realmente estaba detrás de él e hizo lo que Pedro le dijo a Safira que debió haber hecho, y se preguntó: “¿Qué quiere Dios que yo haga en esta situación?”.
Dios no nos pide a las mujeres que obedezcamos ciegamente a nuestros esposos. Debemos “Practicar la justicia, amar la misericordia, y [humillarnos] ante [nuestro] Dios (Miqueas 6:8)”. Y esto aplica para el matrimonio también. Debemos caminar en humildad con Dios, no seguir a nuestro esposo y alejarnos de Él. Si seguir a nuestro esposo significa ir en contra de los mandamientos de Dios, debemos seguir a Dios en lugar de a nuestro esposo.

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