LA CREACIÓN Y EL HUERTO DEL EDÉN

Cuando se lee por primera vez el Génesis sorprende que algunas historias se expliquen dos o tres veces. Tales duplicaciones o repeticiones se interpretan, desde la hipótesis documentaria, como pruebas que demostrarían que el redactor tenía ante sí diversos documentos, o fuentes antiguas, que contaban la misma historia de diferentes maneras, y que él extrajo lo que encontró disponible, incorporando así todo el material utilizable sin preocuparse de repetirlo dos o más veces. Esto es lo que suele decirse, por ejemplo, del relato de la creación y del huerto del Edén. 

No obstante, una tarea así, de recopilación de leyendas antiguas, o de recorta y pega, no parece muy acorde con el carácter de un redactor inspirado por el Espíritu Santo, según manifiesta la Biblia. En especial, el texto del apóstol Pablo cuando afirma que: Toda la Escritura es inspirada por Dios… (2 Ti. 3:16). ¿Existe alguna otra explicación diferente que sea más respetuosa con el texto bíblico y con la reputación del autor inspirado? Estamos convencidos de que sí y vamos a procurar desarrollarla. 

En el relato de Gn. 1:1 hasta Gn. 2:3 se describe la creación del universo en seis días y se resalta el séptimo como el momento en el que Dios se abstiene de crear y se complace en lo que había hecho. Inmediatamente empieza la historia del huerto de Edén (Gn. 2:4), en la que se narra la creación individual de Adán y Eva (que los académicos partidarios de la hipótesis documentaria consideran como otro relato diferente de la creación). Según esta opinión, se trataría supuestamente de una segunda cosmogonía contradictoria con la primera y que no tendría nada que ver con ella. 

Esto se fundamentaría, sobre todo, diciendo que el primer relato pertenecería a la fuente P (porque se refiere a Elohim), mientras que el segundo, al emplear YHWH (Yahvé), se debería asignar a la fuente J. En fin, dos historias distintas sin apenas nada en común. Desde luego, es evidente que estas dos secciones presentan un carácter diferente. Esto nadie lo pone en duda. La primera sección ofrece una visión general de la creación en la que el Creador (Elohim) es un ser trascendental que está por encima de lo finito y temporal y, por tanto, no parece tener contacto directo con el ser humano ni con las demás criaturas. Mientras que la segunda sección ofrece una bella y, a la vez, dramática narración al estilo oriental que cautiva e intenta inculcar enseñanzas éticas y religiosas, apelando más a los sentimientos que al intelecto de los lectores. Dios (YHWH) está aquí en contacto directo con el ser humano y con los demás seres creados. 

No obstante, a pesar de tales diferencias obvias, ¿demuestra esto que se trata de dos relatos contradictorios procedentes de dos autores o tradiciones diferentes? ¿No pudo redactar ambas historias la misma persona inspirada por Dios? Actualmente, existe cierto cansancio entre los especialistas por tanta hipótesis indemostrable, subjetiva y estéril sobre el proceso histórico de composición de los textos. Hoy interesa más la teología del relato final que las fuentes del mismo y suele rechazarse la clasificación de palabras y frases atribuidas a tradiciones diversas como hace la hipótesis documentaria. Al escribirse el Pentateuco, ya existían seguramente entre los propios israelitas ciertas tradiciones sobre la creación del mundo y la vida humana. Todos los pueblos de Oriente las tenían, de acuerdo a su propia cultura y creencias. 

Es posible que hubiera toda clase de interpretaciones y leyendas. Quizás unas más eruditas que otras. Los sabios y filósofos que habían meditado acerca del origen de las cosas tendrían sus propias explicaciones, mientras que la gente común poseerían sus narraciones populares para hacer comprensibles los temas difíciles a las mentes sencillas. Es fácil entender que cuando el autor de los primeros libros bíblicos intentó relatar los orígenes no era ignorante de todas estas interpretaciones existentes. Y, desde luego, el Pentateuco tenía la necesidad de manifestarse ante la realidad de tales relatos externos e internos a Israel. Retener lo bueno y desprenderse de lo erróneo. Y así lo hizo. Es posible que las tradiciones de algunos pueblos periféricos al pueblo escogido por Dios y las propias de Israel pudieran servir al redactor inspirado como materia prima para su propia elaboración. Él seleccionaría todo lo que fuera idóneo. Quizás lo purificó y extrajo aquello que pertenecía a las cosmovisiones paganas y, en cambio, resaltó lo que estaba de acuerdo con la voluntad del Dios de Israel y era adecuado para la educación del pueblo. No es descabellado pensar que las tradiciones procedentes del círculo de los “sabios” y aquellas que corrían en el ámbito popular pudieron servir al propósito de la Biblia, convenientemente filtradas y depuradas por el mismo autor inspirado por el Espíritu de Dios. Quizás las primeras pudieron reflejarse en el primer relato bíblico, que muestra la creación de los cielos y la tierra por medio del fiat o mandato milagroso del Creador, y no -como afirmaban otras cosmogonías paganas- a causa de las luchas intestinas entre distintos dioses, que mostraban las mismas debilidades y pasiones humanas, o como la guerra entre Dios y las fuerzas de la naturaleza. Mientras que las segundas, las domésticas o propias del vulgo, podrían haber sido empleadas en la antigua historia de Adán y Eva, como fuente de instrucción moral para la vida religiosa y ética. 

Todo esto es posible porque el redactor humano no existe aislado de la cultura de su época. Que esto hubiera sido así, no significa sin embargo que el Génesis no haya sido inspirado por Dios. La auténtica inspiración, en la que el Espíritu Santo toma posesión del ser humano y le estimula, o provoca, para que exprese fielmente la voluntad divina, no implica necesariamente que el redactor deba transformarse en una especie de computadora impersonal y transcriba automáticamente relatos que no comprende. Es verdad que, en ocasiones, el poder del Espíritu inspira incluso en contra de la voluntad humana del profeta o no expresa los propios pensamientos de éste, sino que sigue sólo la mente de Dios. Pero, por lo general, la inspiración respeta los conocimientos del autor y le sitúa en una atmósfera propicia a la recepción de lo divino. 

El escritor del texto bíblico conserva toda su capacidad intelectual y moral, así como sus características personales, a la hora de escribir la revelación que viene de lo alto. Dicho esto, volvamos a la cuestión planteada. ¿Es incongruente el primer capítulo de Génesis con el segundo? ¿Fueron ambos capítulos escritos por la misma persona o no? Para responder tales preguntas, es menester tratar primero las siguientes cinco cuestiones. 

1) ¿Cómo es que el primer relato dice que la creación se realizó en seis días, mientras que el segundo indica que cielos y tierra fueron creados en un día (Gn. 2:4)? En realidad, no existe aquí ninguna discrepancia. Los expertos en lengua hebrea reconocen que la expresión “el día en que Jehová Dios hizo los cielos y la tierra” significa “en el tiempo en que lo hizo” y, por supuesto, no se refiere en absoluto a un día de veinticuatro horas. La Biblia muestra muchos ejemplos de esto. En Números 3:1 está escrito: en el día en que Jehová habló a Moisés en el monte Sinaí, aunque el coloquio duró cuarenta días y cuarenta noches. También en el Salmo 18:1 puede leerse: el día que le libró Jehová de mano de todos sus enemigos, y de mano de Saúl, sin embargo es sabido que David no fue liberado de la mano de todos sus enemigos en un solo día. Es lo mismo que cuando en castellano decimos: cuando llegue mi hora, evidentemente no nos referimos a una hora de sesenta minutos sino a un momento concreto. 

2) ¿Cómo es que, en la primera sección, la creación se inicia con las aguas del abismo (la faz del abismo o de las aguas, Gn. 1:2), mientras que en la segunda se parte de una tierra seca (Gn. 2:5ss.)? 

Esta pregunta es pertinente sólo si se parte de la base de que existen dos relatos distintos. Es decir, si se considera como demostrado precisamente aquello que se debe demostrar. Pero, si ambas secciones forman un todo continuo escrito por un solo autor, como nosotros defendemos, es evidente que desde la perspectiva de la segunda sección, la creación también comenzó con las aguas del abismo mencionadas al principio. 

3) ¿Por qué en la primera sección se dice que “varón y hembra los creó” (Gn. 1:27), dando a entender que ambos fueron creados juntos, y en la segunda se explica que primero fue creado el hombre (Gn. 2:7) y después la mujer (Gn. 2: 21-22)? Tampoco esto entraña mayor dificultad desde la perspectiva de un único redactor. Al hacer referencia, el primer relato, al ser humano como una criatura entre todas las demás creadas, -aunque fuese la más racional de ellas- y constituir el último eslabón en la cadena de los actos creativos de Dios, su génesis se describe lógicamente en términos generales y, por eso, se resume con la escueta frase: varón y hembra los creó. No se explica aquí detalladamente cómo fueron creados. Sólo se ofrece una declaración indefinida de que fueron hechos por el Creador como el resto de los organismos. Será más tarde, en el capítulo dos y a propósito de la creación específica de la humanidad, cuando se explique detalladamente cómo fueron creados el hombre y la mujer. Aquí no existe ningún tipo de incongruencia que demuestre la existencia de dos autores distintos, sino una declaración general seguida de un relato detallado. Algo que constituye un recurso literario habitual a lo largo de todo el Pentateuco. 

4) En la primera sección se dice que las plantas fueron creadas el tercer día y el ser humano durante el sexto, mientras que en la segunda se afirma que hasta la creación del hombre no había plantas sobre la tierra (Gn. 2:4-5). También se especifica que después de creado el ser humano, Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer (Gn. 2:9). Se trata de una contradicción aparente que se disuelve cuando se analiza en profundidad. Conviene observar, en primer lugar, que las plantas que se mencionan como aún no creadas cuando ya existe el hombre son “toda planta del campo” y “toda hierba del campo”. Los términos hebreos que se usan para “planta” (siah) y para “hierba” (esebh) no se refieren a toda la vida vegetal ya existente. El error de creer que representaban la totalidad de las especies botánicas ha sido cometido por numerosos comentaristas no hebreos. No obstante, lo que dice la Biblia es precisamente que estas plantas en concreto todavía no habían crecido pero que las otras plantas estaban ya presentes sobre la tierra. ¿Qué significado tenían entonces estas últimas especies determinadas? 

En Génesis 3:18, puede leerse: Espinos y cardos (siah) te producirá, y comerás plantas del campo (esebh). De manera que los indeseables espinos y cardos así como las plantas que servirían de alimento a las personas -como el trigo, la cebada y similares- no fueron creadas hasta después de la transgresión humana porque en el Huerto no eran necesarias, al haber plantas y árboles con semilla de los que podían comer. Sin embargo, después del castigo, fuera ya del Edén, los esebh sí serían importantes para su manutención diaria, mientras que los siah constituirían una desastrosa consecuencia más de la Caída. De manera que hay aquí un vínculo importante entre el comienzo y el final de la sección. Es curioso que el texto insista tanto en las plantas “que den semilla” y en los árboles frutales “que su semilla está en ellos” (Gn. 1:11-12; 29). 

¿Por qué lo hace? La idea es precisamente demostrar con claridad al lector que no existe discrepancia entre lo que se dice aquí, en el capítulo uno, y lo que se va a decir después en el capítulo dos. Las plantas que fueron creadas el tercer día son las que se reproducirán después por medio de semillas. Esto excluye aquellas para las que la semilla sola no es suficiente, ya que necesitan algo adicional que todavía no había venido al mundo. Y, ¿qué puede ser este algo adicional? Pues, precisamente, el agua de la lluvia y el ser humano que labrase la tierra (Gn. 2:5b). Por tanto, no había siah del campo porque Dios aún no había hecho llover sobre la tierra, y la esebh del campo no había brotado todavía porque no existía ningún agricultor. Incluso hoy se puede comprobar que aunque haya miles de semillas de cardos y espinos (siah) esparcidas sobre el terreno, éstas son incapaces de germinar a menos que llueva adecuadamente. Y, por lo que respecta a las hierbas de cereales y gramíneas (las esebh), aunque pueda existir trigo y cebada en estado salvaje, no suelen formarse grandes extensiones en estado natural, suficientes para alimentar a la población. 

Los campos de cereales sólo los produce el hombre. Por otro lado, la declaración de que Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista y bueno para comer (Gn. 2:9) debe entenderse también dentro de su propio contexto. Si en el versículo anterior se dice que el Creador plantó un huerto en Edén -una declaración general seguida de otra particular- no hay que entender que creó nuevas especies vegetales sino que hizo que creciesen buenos árboles de las especies que ya había creado anteriormente en el tercer día. 

5) Y, por último, la quinta cuestión que es similar a la anterior. La segunda sección nos informa de que Dios formó de la tierra las bestias del campo y los seres voladores y se los trajo a Adán para que los nombrase (Gn. 2:19), pero la primera sección dice que las bestias y los seres voladores fueron creados antes que el ser humano. ¿Cómo puede entenderse esto? Hay que observar que el ganado -que debería haber sido lo primero en presentarse al hombre- no se menciona en absoluto entre las clases de animales que Dios hizo entonces. Pero poco después (Gn. 2:20) se dice que Adán puso nombre al ganado, a las bestias y a los organismos voladores. 

Esto significa que el ganado ya debía encontrarse en el Huerto con el hombre, de acuerdo con el capítulo primero. De manera que para que todas las especies de bestias y seres voladores esparcidos por el mundo tuviesen también una representación en el lugar que habitaba Adán, Dios formó del suelo del Huerto bestias y animales voladores de los tipos creados previamente, y se los trajo al primer ser humano. La segunda sección no contiene ninguna descripción cosmológica. 

Tampoco hay en ella ninguna referencia a la abierta expansión de los cielos, ni al mar, ni a los peces o animales acuáticos. La creación de los cielos y la tierra sólo se menciona de pasada. El origen de los animales domésticos se pasa completamente por alto y del reino vegetal sólo se mencionan las árboles del huerto de Edén y las especies relacionadas con el pecado humano. Mientras que de las bestias y los seres voladores sólo se hace referencia a aquellos que fueron presentados a Adán para que les pusiera nombre. Todo esto constituye una detallada descripción de la creación del hombre -apuntada ya en el primer capítulo- que va de lo general a lo particular, según el método literario común al Pentateuco. Por tanto, en nuestra opinión, no existe disparidad entre estas dos secciones, ni nada que indique que no estuvieran unidas desde el principio de su redacción o que no fueran escritas por el mismo autor inspirado. 

Ante la cuestión de cómo es posible que en el mundo creado por un Dios bondadoso y justo exista el mal, el sufrimiento y las calamidades, el Pentateuco responde claramente que el Creador hizo un mundo bueno (Gn 1:31), pero debido a las transgresiones humanas surgió el mal en el mundo (G. 3:16-19). Esta es la respuesta que nos ofrecen los capítulos uno y dos de Génesis. Pero si los separamos e individualizamos -como hace la hipótesis documentaria- cada uno de ellos nos ofrece sólo la mitad de la respuesta.

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