LA VERDADERA RIQUEZA

Entre más grande sea la visión que Dios le dio, es más probable que Él haya llamado a otros junto con usted para llevarla a cabo. De hecho, es posible que usted no sea el líder de la tarea. Generalmente Dios prueba nuestra dedicación en su plan, comprobando si seremos fieles ayudando a alguien más a llevar a cabo la visión que Él le ha dado. A menudo pensamos en la tarea de establecer el Reino y nos olvidamos de la gente en el camino. Estamos muy dispuestos a utilizar y abusar de la gente para obtener lo que deseamos o para cumplir con lo que Dios nos está llamando a hacer. Pero es importante recordar que aunque llevar a cabo algo para el Reino nos hace sentir extremadamente plenos, las riquezas están en las relaciones que desarrollamos, no en las instituciones que construimos o en los programas reconocidos a nuestro nombre. Para decirlo de otro modo, las riquezas del Reino son su pueblo, no sus tabernáculos. Lo único de esta Tierra que durará para siempre, son las relaciones que nos llevamos al cielo. Jesús incluso elogia a los sinvergüenzas que consideran primero sus relaciones. Observe lo que dijo acerca del hombre que hemos llegado a llamar “el mayordomo infiel”: Había un hombre rico que tenía un mayordomo, y éste fue acusado ante él como disipador de sus bienes. Entonces le llamó, y le dijo: ¿Qué es esto que oigo acerca de ti? Da cuenta de tu mayordomía, porque ya no podrás más ser mayordomo. Entonces el mayordomo dijo para sí: ¿Qué haré? Porque mi amo me quita la mayordomía. Cavar, no puedo; mendigar, me da vergüenza. Ya sé lo que haré para que cuando se me quite de la mayordomía, me reciban en sus casas. Y llamando a cada uno de los deudores de su amo, dijo al primero: ¿Cuánto debes a mi amo? Él dijo: Cien barriles de aceite. Y le dijo: Toma tu cuenta, siéntate pronto, y escribe cincuenta. Después dijo a otro: Y tú, ¿cuánto debes? Y él dijo: Cien medidas de trigo. Él le dijo: Toma tu cuenta, y escribe ochenta. Y alabó el amo al mayordomo malo por haber hecho sagazmente; porque los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz. Y yo os digo: Ganad amigos por medio de las riquezas injustas, para que cuando éstas falten, os reciban en las moradas eternas. —Lucas 16:1–9 (énfasis añadido) Este hombre virtualmente estaba robándole a su amo. ¿Jesús lo está elogiando por eso? ¡No lo creo! Observe lo que Jesús dice acerca de este hombre: él utilizó el dinero para hacer amigos, para remover las cargas (de deudas, en ese caso) de sobre otros y, por lo tanto, también elevó la reputación de su amo a un hombre generoso. ¿No somos más que mayordomos de las provisiones de nuestro Señor? Somos virreyes sobre la Tierra, gobernadores designados sobre el “plano” de nuestras relaciones, embajadores del Reino de los cielos equipados con tiempo, talentos, tesoros, fe y una creciente sabiduría del Dios del universo. Tenemos acceso a las riquezas del cielo a través de la oración. Entonces, ¿qué hacer con ese acceso? ¿Construir nuestros propios reinos o los Reinos de Dios? ¿Crear nuestros propios lugares de lujo y comodidad, o aligerar las cargas de los demás? ¿Atesoramos o apreciamos (es decir, incrementamos en valor) nuestras relaciones o nos relajamos para mirar todo lo que tenemos y decir: “Reposa, bebe y regocíjate” (Lucas 12:16–21)? Estas preguntas son difíciles, pero las respuestas son reveladoras. Permítame hacerle otra pregunta ya que estamos en esto: ¿Está casado? Fuera de su relación con Dios y la honestidad consigo mismo no hay una relación más poderosa en la Tierra y, sin embargo, muchos de nosotros la menospreciamos. No es difícil ver las estadísticas acerca de la familia y el divorcio, y darnos cuenta de que el matrimonio está siendo atacado. ¿Por qué? Es muy simple: “Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca de cualquiera cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos” (Mateo 18:19). ¡Imagínese durante un momento el ilimitado poder de un esposo y una esposa que caminan constantemente de acuerdo! ¡El poder de una madre y un padre que comprenden el poder de las relaciones unidos para criar a sus hijos, está lleno de sabiduría y lleno de fe! ¡Cuán distinto sería el mundo en la actualidad si hubiera más parejas como estas! ¡Cuán diferente sería la Iglesia! ¡Cuán distinta sería nuestra comunidad! ¡Cuán diferente sería nuestra nación! Muchos hablan acerca del matrimonio entre homosexuales, de la homosexualidad y del aborto como amenazas contra nuestras familias, pero estos son en realidad síntomas de relaciones lastimadas, no su causa. Vemos a mujeres intentar ser hombres y hombres intentar ser mujeres, y nos preguntamos por qué nuestras iglesias son débiles y la sociedad está corrompida. Se debe a que no sabemos cómo encontrar la llenura en la santidad del matrimonio, no digamos de cómo enseñárselo a los demás. Apreciamos más los beneficios físicos del matrimonio que los espirituales y, por lo tanto, estamos dispuestos a engañar con el fin de obtener una rápida dosis de placer sexual, en maneras que Dios no determinó que necesitáramos. No sabemos cómo unir nuestra alma en matrimonio, así que peleamos por trivialidades o, peor aún, nos perdemos en nuestro mundito egoísta, viviendo juntos físicamente como compañeros de cuarto, pero con corazones, mentes y propósitos divididos. No es difícil darse cuenta, hermanos y hermanas, de que estas cosas no deben ser así. 
Más allá de la caridad, el perdón debe comenzar en casa. No podemos permitir que los pequeños ladrillos del resentimiento se acumulen entre nosotros hasta el punto en que vivamos solamente para nosotros mismos. No podemos permitirnos desatender problema tras problema en nuestra vida, hasta el punto de llegar a caminar de puntas con nuestro cónyuge, por temor de despertar al monstruo de los conflictos no resueltos que duerme en la esquina de nuestra habitación. Debemos aprender a airarnos sin pecar, pelear justamente con respecto a los problemas que más nos afectan, lidiando con las diferencias en una forma que dignifique la relación sobre nuestra necesidad de autojustificación. 
Es así como destruimos fortalezas (2 Corintios 10:4–5), derribamos las paredes intermedias de separación (Efesios 2:14) y verdaderamente nos hacemos uno guardando la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (Efesios 4:3). Porque, si no podemos llevarlo a cabo en las relaciones en que hemos comprometido nuestra vida, ¿qué esperanza hay en mejorar la relación en nuestra familia, en nuestro lugar de trabajo, en la iglesia, entre generaciones o entre etnias y culturas? A menudo se ha dicho que vivir con falta de perdón es como beber uno un veneno y esperar que la otra persona se muera. Muchas relaciones en nuestro medio han sido envenenadas de esa manera. Creo que una de las cosas por las que Dios creó el matrimonio es esta: no hay mejor manera de sacar estas heridas y prejuicios internos, que al intentar ser verdaderamente un solo espíritu, un alma y un cuerpo con alguien que posiblemente sea nuestro opuesto en muchos aspectos. Nos muestra más claramente nuestra necesidad de una relación vital y próspera con Dios. Hay cosas que solamente serán expuestas si intentamos ser uno: cosas que nos están alejando de lo que Dios desea para nosotros, actitudes que son piedras de tropiezo y prejuicios que son expuestos fácilmente en el matrimonio. De ahí la importancia de matrimonios fuertes en el Reino de Dios y la importancia para aquellos que no estamos casados de caminar más cerca de Cristo. 
Estos principios son aplicables a cualquier relación en nuestra vida, aunque ciertamente en un menor grado. Si ya hemos hecho el trabajo completo en nuestras relaciones más íntimas, nos resulta más fácil ser más transparentes en nuestras demás relaciones, lo cual hará que sean más gratificantes. Es mucho más efectivo unir nuestros propósitos con los demás en nuestro trabajo, en esfuerzos de alcance social o al compartir el Reino de Dios, que competir unos con otros constantemente. De eso se trata el Reino de Dios. Después de todo el perdón proactivo en la práctica se parece mucho al amor.

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