EL NOMBRE SANADOR DE DIOS


El periodista le preguntó a la niña de tres años el nombre de su padre. Ella miró desconcertada, tomó fuertemente la mano de su padre y entonces respondió suavemente: “Papi”. Su padre, un general de cinco estrellas del ejército, altamente condecorado y un hombre muy influyente, le sonrió tiernamente a su hija después de escuchar su respuesta.

En su tierna mente, él no era un hombre con títulos, honores o incluso con un nombre o un apellido auspicioso. Él era una persona muy especial a quien ella llamaba “Papi”. En ese título residía todo cuanto ella necesitaba a su corta edad: amor, provisión, protección, diversión, seguridad y consuelo. Para otros, él podía ser el “General” o “Señor”; para esta pequeña él simplemente era “Papi”.

¿Qué importancia tiene un nombre? De acuerdo con el Diccionario Webster’s, un nombre es “una distinción designada a una persona o cosa”. Describe el carácter, la cualidad, la posición, la ubicación y la relevancia de cualquiera cosa a la que esté vinculado.

El significado de los nombres de las personas en las culturas bíblicas tenía una mayor trascendencia que en la actualidad. Reflejaba un aspecto de la naturaleza de la persona. A menudo, a un niño se le daba nombre de manera “profética” de acuerdo con una característica distintiva, su destino divino o un acontecimiento relevante en su nacimiento.

Por ejemplo, Jacob, que significa “el que suplanta o engaña”, caracterizaba la naturaleza embustera de este hijo de Isaac quien le robó a su hermano y engañó a su padre para que le diera la bendición patriarcal que le pertenecía a su hermano. Dios cambió el nombre de Jacob por Israel (“Dios gobierna” o “un príncipe de Dios”) después del encuentro redentor de Jacob con Dios.

Un hijo de Finees, el sacerdote, nació cuando el arca del pacto le fue robada a Israel en su derrota a manos del enemigo. El arca era la habitación para que la gloria de la presencia de Dios viviera en medio de ellos. De manera que su madre llamó al bebé: Icabod, que significa “sin gloria”. Su nombre describía el trágico acontecimiento que ocurrió en el tiempo de su nacimiento.

José era un seguidor de Cristo a quien los apóstoles llamaban Bernabé, que significa “hijo de consolación o ánimo” (Hechos 4:36). Vendió una propiedad y llevó el dinero a los apóstoles para los necesitados (v. 37). Fue el primero en hacerse amigo de Saulo de Tarso (más tarde llamado Pablo) cuando los demás apóstoles le temían.

Bernabé defendió a Saulo y lo ayudó a convencer a las iglesias de que realmente se había convertido y que ya no representaba un peligro para los creyentes. La vida de Bernabé reflejaba el significado de su nombre, era conocido por animar y consolar a los necesitados.

De la misma manera, Dios revela su carácter en los nombres que se da a sí mismo. Su nombre predominante es Jehová, el cual está escrito en la Biblia más de seis mil veces. Jehová significa: Dios y Señor supremo, el verdadero Dios, Aquel “que existe”.

Cuando Dios le dijo a Moisés que liberara a Israel de Egipto, le ordenó a Moisés que le dijera al pueblo: “YO SOY me envió a vosotros” (Éxodo 3:14). En nuestra mente, “YO SOY” necesita un calificativo, una descripción limitativa que le siga al tiempo presente del verbo “ser”: Yo soy . . . ¿qué? Al carecer de dicho calificativo debemos entender que Dios no tiene límites, Él es el supremo: Creador, Dios, Señor, Soberano del universo, entre otros miles “calificativos” que nos revelan su carácter y naturaleza.

Asombroso es la única palabra que puede describir a este gran e infinito Señor Dios, Jehová. Como criaturas finitas, nos sentimos insignificantes e impotentes ante tal grandeza infinita. Aunque Dios sea el gran YO SOY, sin límites, puede parecer increíble que prefiera que lo conozcamos como “Papi”.

Esta revelación de Dios como nuestro Padre es el mayor entendimiento que podamos recibir de la naturaleza del corazón amoroso de Dios. Su idea al crear a la humanidad, de acuerdo con las Escrituras, era tener una familia; hijos e hijas quienes aprendieran a conocerlo como “Abba, Padre”: Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos; ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios (Romanos 8:15–16).

¿Qué padre cariñoso no sufre cuando ve a su hijo en dolor, enfermo o afligido? Muchos han dicho que estarían dispuestos a resistir lo que su hijo esté padeciendo en lugar de ver al pequeño sufrir. ¿Cuánto más sufre el amor mismo (“Dios es amor”, 1 Juan 4:8) cuando ve a sus hijos en aflicción? Es lógico que YO SOY tenga una solución para la desventura de sus hijos. Él desea llenar nuestros corazones de su gozo.

Uno de aquellos maravillosos calificativos de YO SOY que Dios le comunicó a su pueblo Israel es Jehová Rafa que significa: “Yo soy Jehová tu sanador” (Éxodo 15:26). Rafa significa “sanar” en el sentido amplio y puede referirse literalmente a ser el médico de los hombres, como lo muestra en el pasaje al revelar primero su naturaleza sanadora. Asimismo, se refiere a la sanidad de aflicciones individuales, de heridas nacionales, a la restauración del favor, a la sanidad de aguas amargas y a la restauración hacia la plenitud de cualquiera otra situación que así lo requiera.

F. F. Bosworth explica la importancia del nombre de Dios para sanidad: “Jehová Rafa es el nombre dado para revelarnos el privilegio de ser sanados como parte de nuestra redención. Este privilegio es comprado por la Expiación [ . . . ] Esto es tan sagrado y vinculante para cada iglesia hoy como las ordenanzas de la cena del Señor y el bautismo cristiano. Jehová Rafa es uno de sus nombres redentores, el cual sella su pacto de sanidad”.

Usted no puede separar a Dios de sus nombres y esperar conocer al Dios vivo, el YO SOY. Él es quien dice ser o no es Dios. Y Dios nunca cambia. Este principio de su inmutabilidad rechaza toda falsa afirmación de que Él pueda ser un tipo de Dios en el Antiguo Testamento y otro en el Nuevo Testamento.

Más bien, entendemos que la revelación mostrada de su persona, carácter y naturaleza fue parcialmente revelada en el Antiguo Testamento. La naturaleza de Dios se mostró perfectamente a través de su Hijo, Jesús, en el Nuevo Testamento. Jesús les enseñó a sus discípulos que venía a revelar al Padre. Él dijo: “Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto” (Juan 14:7).

Lo único que podemos concluir desde el momento en que Dios se reveló a sí mismo a Israel como Jehová Rafa, “el Señor tu sanador”, es que Él continúa siendo el sanador de sus hijos. Él no ha cambiado su nombre. Jesús lo confirmó al llevar a cabo grandiosos milagros de sanidad cuando caminó sobre la tierra.

Como nuestro amoroso Padre celestial, Dios nos ofrece su propia naturaleza, el atributo divino de su amor sanador. Él no puede cambiar su carácter. Declaró a través de su profeta: “Dios no es hombre, para que mienta, ni hijo de hombre para que se arrepienta” (Números 23:19). El día de hoy Dios le dice: “YO SOY Jehová Rafa, el Señor tu sanador”.

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