LAS MUJERES EN LA GENEALOGÍA DE JESÚS

Para presentar y demostrar ante el pueblo hebreo que el Galileo era hijo de Abraham y descendiente del rey David, por lo tanto judío verdadero por los cuatro costados y posible candidato a Mesías, ¿por qué tuvo el evangelista que referirse también a cuatro mujeres de dudosa reputación entre los hebreos? 

¿A qué venía mencionar a una prostituta de Jericó llamada Rahab (Jos. 2:1-7), a una moabita pagana como Rut (Rut 1:4), a una adúltera que llevaba por nombre Tamar (Gn. 38) y a la madre de Salomón, Betsabé, que fue la mujer de Urías, a la que David sedujo mediante una crueldad imperdonable (2 S. 11 y 12)? 

¿No ponían en peligro estas menciones todo el pedigrí judío de Jesús, ante una mentalidad tan patriarcal como la hebrea?

Parece como si Mateo hubiera estado buceando en las páginas del Antiguo Testamento con el fin de encontrar a las candidatas más improbables y desprestigiadas.  Las genealogías eran para los judíos, salvando las distancias, como los historiales académicos o currículos para nosotros hoy. 

De la misma manera que algunos desaprensivos tienden a inflar los suyos con el fin de parecer más de lo que en realidad son, también ciertos hebreos se montaban las genealogías a gusto del consumidor. Todos querían un pedigrí inmaculado que los posicionara adecuadamente en aquellas cultura tan religiosa. Nadie deseaba ovejas negras en su familia. Siendo esto así, Mateo inicia su evangelio como pegando un puñetazo en la mesa. ¡Atención, compatriotas, el linaje de Jesús es otra cosa porque que él no miente como nosotros! ¡Al encarnarse en la raza humana se hermanó hasta con las prostitutas! 

En efecto, con la genealogía mateana de Jesucristo tres muros se vinieron abajo. El primero en caer fue aquel que separaba a los hombres de las mujeres (y que todavía los sigue separando en tantas culturas y religiones). Si las genealogías judías mencionaban solamente a los varones cabezas de familia, la de Jesús incluye también a las féminas más discriminadas de la sociedad. 

En Cristo no existen argumentos para el desprecio de la mujer. No hay justificación para que ganen menos sueldo, obtengan cargos menos cualificados, tengan que ocultar su cabello, sean agredidas por su sexo, menospreciadas por su condición femenina y tantas otras injusticias como padecen hasta el día de hoy. Si ni siquiera podían ser testigos en ningún juicio hebreo, Jesús las convertirá en los primeros testigos de su resurrección. El viejo desprecio desaparece en Cristo y desde ese momento, mujeres y hombres alcanzarán el mismo nivel en el amor de Dios.  

El segundo muro en derrumbarse, es el que dividía el mundo entre judíos y gentiles. Tanto Rahab como Rut eran gentiles, no pertenecían al pueblo de Israel, y sin embargo hallaron su lugar en la genealogía del Maestro. Ya no hay judío ni gentil porque el Evangelio que nos trae Jesús es universal. Mientras que el tercer muro en desaparecer es el que había entre los “santos” y los pecadores. 

Dios sabe arreglárselas para que también algunos grandes pecadores sirvan a sus propósitos divinos. Jesús manifestó públicamente que él había venido no para llamar a los justos (o a los que se creen justos) sino a los pecadores (Mt. 9:13). De manera que, ya desde el principio del evangelio, se adelanta la increíble gracia y el amor de Dios que lo abarca y trastoca todo.  

¿A qué se debe entonces que dos mil años después todavía el mundo no haya entendido (o por lo menos no ponga en práctica) el antiguo mensaje de las credenciales femeninas de Jesucristo?

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