¿FRUTO PROHIBIDO?

Es parte del imaginario colectivo —y tomando como base el relato bíblico— atribuir a la «manzana» que Eva le dio a su marido Adán una simbología de seducción y atracción a la lujuria y los pecados sexuales. Muchas canciones, poemas y guiones cinematográficos nos remiten en forma sutil o manifiesta a los objetos del deseo que a menudo tienen forma oscura y femenina.

Es, tal vez, esta manera de pensar la que ha llevado a la sociedad a ver la sexualidad y sus manifestaciones como algo inmoral e impronunciable. Hemos realizado una educación sexual insuficiente o inadecuada, pues cargamos con el estigma del «fruto prohibido» que hace que nos avergoncemos de nuestra condición natural de seres sexuados. Por esto hemos distorsionado los conceptos y creado toda clase de confusiones en nuestros niños y jóvenes perpetuando, de esta manera, la idea de que el sexo es un tema sucio y desagradable.

¡Nada más alejado de la verdad bíblica! Los bellos relatos de la creación nos hablan de seres humanos desnudos que no se avergonzaban de su condición. La conciencia de tal desnudez vino con el pecado. Dios, como Hacedor sabio, crea dos individuos muy diferentes en su morfología pero interdependientes y complementarios. La soledad de Adán vino a ser mitigada por alguien de su misma especie con quien podía establecer comunicación al mismo nivel. Ninguno de los animales satisfacía sus necesidades relacionales.
Podemos afirmar, entonces, que Dios mismo pensó en la sexualidad como un ingrediente fundamental para las relaciones de pareja, pues permite la posibilidad de convivencia y una comunión profunda en medio de las diferencias de género.
Es un error común pensar que al hablar de sexualidad se alude solamente a los asuntos puramente reproductivos. Sexualidad es un concepto amplio que incluye todo aquello físico, emocional o social que nos hace hombres y mujeres. Abarca también los sentimientos, el carácter, y las actitudes que acompañan nuestras relaciones. Lo que explícitamente tiene que ver con relaciones sexuales es sólo una parte del mundo de posibilidades que existen en la expresión del afecto y el amor.

Hablar de roles asignados socialmente o de violencia basada en el género es tocar otros aspectos de la sexualidad. Las diferencias culturales han hecho que también existan «permisos» y «prohibiciones» a la hora de abordar el tema. Por ejemplo, ha sido mal visto por algunos esposos que sus esposas les mencionen prácticas que prefieren u otras que no les gustan. Se ha dado por sentado que es el hombre el que tiene un «apetito sexual incontrolable» y que por esta condición son ellos los que deben tomar todas las iniciativas, que no está bien para una «señora decente» manifestar ninguna necesidad al respecto.
En otros sectores se ha visto como algo inmoral que se asocie el «deber conyugal» con el placer. Las mujeres han sido vistas por lo general como «receptoras» por obligación y no como participantes activas con derecho a ser complacidas.
Hay que admitir, por supuesto, que hoy tenemos mayor acceso a información científica, más recursos educativos y mayor apertura social al tema. Sin embargo todavía estamos lejos de tener una sociedad bien formada e informada a todos los niveles. Sólo algunos grupos gozan del privilegio de «saber» lo que necesitan para desechar los mitos y las inexactitudes que hemos aprendido.

Algo que ha estado siempre en el fondo de la discusión —al menos en nuestro medio— es la expresión de que la sexualidad debe estar siempre «abierta a la vida». Es decir, la procreación es la razón de ser de la intimidad sexual entre los esposos. La visión desde la perspectiva bíblica es diferente: es «abierta a la vida» en tanto que es regalo que enriquece lo humano en nosotros y nosotras. Por supuesto que es el medio por el cual el Señor nos bendice con hijos, pero es privilegiadamente un espacio de íntimo acercamiento al ser interior del que amamos. Fortalecemos lazos de compromiso por medio de las manifestaciones físicas del amor.

Podríamos evaluar muchos aspectos de la sexualidad y extendernos en explicar lo que la Biblia nos enseña al respecto —tenemos buenos libros cristianos que nos ayudan—. Sin embargo, baste afirmar, en este espacio, que las múltiples expresiones de nuestra masculinidad o femineidad son muestra preciosa del plan de Dios para nuestras vidas. Él desea que vivamos en plenitud —seamos hombres o mujeres— y esa vida en abundancia supone que entendemos nuestro cuerpo, aceptamos quienes somos y nos abrimos a relaciones matrimoniales armoniosas y equilibradas, donde existe el genuino deseo de que el otro goce de todo lo que Dios ha puesto a nuestra disposición. En este contexto, el fruto no es entonces prohibido ¡es permitido!

0 comentarios: