Tenemos muchas expectativas en nuestras vidas.
Nos casamos pensando que nunca más nos sentiremos solos; esperamos a
tener un auto en específico pensando que nos vamos a sentir diferentes; si
tenemos un apartamento, pensamos que cuando tengamos una casa todo va a ser
diferente; cuando estamos en la universidad pensamos que, cuando nos graduemos,
vamos a conseguir el trabajo de nuestros sueños, y entonces sí todo será como
siempre hemos querido; y todo para después darnos cuenta de que no se siente
como pensábamos.
El mundo conoce esto a tal grado que no te vende un producto, sino
que te vende como quiere que tú pienses que te vas a sentir cuando tengas el
producto.
No es que todo se sienta mal, sino que las emociones son engañosas.
Uno de los problemas que tiene el creyente es no darse cuenta de que
se encuentra, y que por mucho tiempo se ha encontrado ya, en la tierra de las
promesas de Dios para su vida. O estás dentro de lo que Dios te ha prometido, o
estás bien cerca, pero no puedes verlo porque esperabas sentir unas cosas que
no sientes.
Josué esperó cuarenta años para entrar a la tierra prometida. Cuando
llegó, se dio cuenta que no se sentía como él pensaba. Pero si Josué se dejaba
llevar por lo que sentía, perdía de vista que estaba en la tierra de las
promesas. Y si pierdes de vista que estás en la tierra de las promesas,
entonces no las puedes poseer.
Dios tiene que decirle a Josué que su siervo Moisés había muerto,
porque Moisés acostumbraba a salir del campamento a orar y, luego de días
fuera, entonces regresaba. Pero hubo una ocasión en la que Moisés salió, y
nunca más regresó. Dice la palabra que nadie sabía dónde estaba el cuerpo de
Moisés, por lo que no había manera de confirmar que Moisés ya no existía.
Dios le dice a Moisés: Levántate y conquista. No vas a ver el
cadáver, pero vas a saber que llegó tu tiempo, porque la tierra de las promesas
no se posee por lo obvio, sino por revelación.
Algunos están esperando que ciertas cosas ocurran en señal de que
entoces se pueden mover. Cuando se cumplan los siete años de la bancarrota,
entoces esperas moverte. Eso sería lo obvio, pero no poseemos la tierra
prometida por lo obvio, sino por revelación. Poseemos la tierra prometida por
una sola cosa: Dios te dice que te la dio, te levantas y posees. No mires, ni
busques ver el cadáver que te diga que llegó tu momento.
Josué necesitaba pararse frente a dos millones de personas y decirles
que Moisés había muerto, y que él era el elegido. ¿Cómo saber si era él? Porque
Dios se lo dijo. Todos ellos tenían que moverse por revelación.
Lo ideal hubiera sido que tuvieran el cuerpo de Moisés y lo velaran,
que todos lo vieran, que fuera obvio y que todos concluyeran que le
correspondía entonces a Josué liderar al pueblo.
Lo obvio sería que esperaras a que pasaran los siete años de la quiebra,
pero Dios dijo que te va a prosperar ahora, que te va a dar una casa ahora, a
pesar de la quiebra que tienes, y del trabajo que tienes. Dios te dijo que es
ahora.
Como no es lo obvio, tú mismo te vas a empezar a cuestionar. Pero si
te pones a pensar en lo obvio, nunca te mueves a poseer lo que Dios tiene para
ti, y pierdes de vista que estás en la tierra de tus promesas, porque estás
esperando por lo obvio, cuando es por revelación que tienes que vivir.
Los que poseemos la tierra no vivimos por lo obvio, vivimos por
revelación.
Dios le dice a Josué que como estuvo con Moisés estará con él. Josué
esperaba entonces que todas las cosas salieran igual. Pero, aunque Dios abrió
el mar para que el pueblo de Israel cruzara, bajo el liderato de ambos, con
Moisés, el pueblo cruzó en seco, pero con Josué, no fue así. Josué no tenía
vara, sino que cuando los levitas pusieron sus pies en el agua, entonces se
abrió el mar.
En otra versión dice que no fue sino hasta que tenían el agua hasta
el cuello que entonces se abrió el mar. La imagen que pinta esa versión es que
iban caminando y no se abría. Después de caminar cierta distancia, entoces
abrió.
Si alguna vez te has sentido con el agua al cuello, este mensaje es
para ti.
Una vez entran a la tierra prometida, cesa el maná. Josué debe
haberse preguntado por qué, si Dios le había dicho que estaría con él como
estuvo con Moisés, ya no les daría maná. Y es que Dios le dijo que estaría con
él, no que haría lo mismo. Y el problema es que esperamos que Dios haga hoy lo
mismo que hizo diez años atrás.
Sabes que Dios dijo que te va a prosperar, pero estás esperando que
lo haga con la misma empresa de hace diez años, y él lo quiere hacer con lo
nuevo que tiene para ti.
Estamos dentro o cerca de la tierra de las promesas esperando que
Dios haga lo mismo que él hizo, pensando que esa sería la señal de que está con
nosotros. La promesa de Dios para aquellos que poseemos la tierra, no es que
Dios va a hacer lo mismo, sino que Dios está con nosotros y va a hacer algo
nuevo, algo totalmente diferente.
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