En la actualidad, demasiadas personas tienen perspectivas
superficiales y erróneas de Dios. Algunos lo ven como un hada madrina
que se place en concederles dulces bendiciones sin pedir nada en
absoluto. otros lo ven como su mayordomo divino que debe estar atento a
cada capricho y a satisfacer cada necesidad (de preferencia antes de
solicitarla). Aquellos que han crecido en un ambiente estricto de la
iglesia pueden ver a Dios como un policía vigilante o un juez duro que
los desdeña cada vez que se equivocan. Ninguna de estas percepciones
equivocadas tiene como resultado un corazón de amor y devoción a Dios.
Jesús
nos llama sus amigos, ¡pero Él no es un amigo ordinario! Los discípulos
no lo captaron rápidamente, pero incluso ellos se dieron cuenta de que
Jesús era el Mesías prometido que se había predicho con frecuencia en el
Antiguo Testamento. El Evangelio de Juan nos muestra que las
declaraciones de Jesús eran provocadoras para quienes lo escuchaban. Él
repitió una y otra vez un término que posiblemente no nos diga mucho,
pero que era primordial para quienes lo rodeaban. Él dijo: “Yo soy el
pan de vida”. “Yo soy la puerta”. “Yo soy la resurrección”. “Yo soy la
luz del mundo”. “Yo soy la vid”. “Yo soy el buen pastor”. De hecho, en
algún momento, Jesús les dijo: “Les digo la verdad, ¡aun antes de que
Abraham naciera, Yo Soy!” (Juan 8:58). Los judíos tenían buena memoria.
Cuando Dios se le reveló a Moisés, Él se identificó como “Yo soy”, el
Dios que siempre ha existido y siempre existirá. ¡Jesús estaba
declarando ser nadie más que Jehová mismo!
Cuando leemos los
relatos del evangelio, vemos muchas respuestas diferentes que le daban a
Jesús. Algunos lo adoraban, como la mujer que irrumpió en la cena para
mostrarle a Jesús su amor al ungir sus pies con perfume y lágrimas.
otros, como los discípulos que se encontraban en el barco cuando Jesús
calmó la tormenta que amenazaba su vida, le temían. Y algunos otros,
como los fariseos, a quienes les importaba más su posición en la
sociedad que el cuidado que Jesús le tenía a los pobres y los
marginados, lo despreciaban. Sin embargo, Él nunca aburrió a nadie.
Simplemente esa no era una opción. Hoy, la tibieza de muchos cristianos
ha hecho algo que los seguidores más devotos y los enemigos más feroces
de Jesús nunca pudieron hacer: lo hemos hecho lucir aburrido.