Curiosamente, a la única persona a la que Dios le dio una promesa en el huerto del Edén fue a aquella a la que siempre le iban a echar la culpa. Dios no le dio una promesa a Adán. En Génesis 3, Dios le dice a la mujer que, de su simiente, de adentro de ella, saldría uno que le aplastaría la cabeza al enemigo.
Aquella que cargaría con la culpa, tenía la promesa de libertad. Aquella que sería señalada por su esposo, aquella que tendría que cargar con la culpa de que uno de sus hijos mató al otro por haber salido del huerto del Edén, aquella que tendría que vivir con la culpa de que, por causa de ella, todo estaba mal en el mundo, era aquella que tenía la promesa.
Quizás tú piensas que, por ti, todo está mal en tu familia. Quizás te han acusado de que, por tu culpa, está pasando lo que está pasando, pero Dios sabía de antemano que, el que cargara con la culpa, necesitaría una palabra de libertad.
El libertador que tú esperas no viene de afuera, sino de adentro de ti. La culpa que tú has estado cargando toda tu vida se puede ir, si tú entiendes que hay una palabra para darte una segunda oportunidad.
Eva recordó la promesa que Dios le había dado, y dio a luz otro hijo, Set. Y Set tuvo un hijo, Enós. Y añade la palabra, en Génesis 4:26, que entonces los hombres comenzaron a invocar el nombre de Jehová. Cambió el lenguaje de toda aquella época. Ya no condenaban a Eva, ya no la culpaban; ahora, clamaban a Jehová.
A tu vida vendrá algo, en lugar de lo que se ha perdido. Dios va a ordenar toda tu vida, y tus generaciones clamarán a él.
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