La amargura es el pecado más fácil de justificar y el más difícil de diagnosticar, porque es razonable disculparlo ante los hombres y ante el mismo Dios.
A la vez, es uno de los pecados más comunes, peligrosos y perjudiciales y –como veremos– el más contagioso.
Es mi esperanza y oración que la persona amargada no solamente se dé cuenta de que en verdad eso es pecado, sino que además encuentre la libertad que sólo el perdón y la gracia de Dios le pueden ofrece.
A la vez, es uno de los pecados más comunes, peligrosos y perjudiciales y –como veremos– el más contagioso.
Es mi esperanza y oración que la persona amargada no solamente se dé cuenta de que en verdad eso es pecado, sino que además encuentre la libertad que sólo el perdón y la gracia de Dios le pueden ofrece.