En Génesis 24, recordemos que Isaac era el hijo de la promesa de Dios para Abraham y Sara. Sus padres querían asegurarse de que se casara con una mujer que compartía sus mismas creencias, así que enviaron a su siervo a cientos de kilómetros para buscar una novia para Isaac.
El sirviente llegó al pozo que estaba a las afueras de donde la familia del hermano de Abraham vivía y, sin saber cómo encontrar a la mujer adecuada, pidió a Dios una señal.
Génesis 24:42-44
Llegué, pues, hoy a la fuente, y dije: Jehová, Dios de mi señor Abraham, si tú prosperas ahora mi camino por el cual ando, he aquí yo estoy junto a la fuente de agua; sea, pues, que la doncella que saliere por agua, a la cual dijere: Dame de beber, te ruego, un poco de agua de tu cántaro, y ella me respondiere: Bebe tú, y también para tus camellos sacaré agua; sea ésta la mujer que destinó Jehová para el hijo de mi señor.
La primera mujer que llegó al pozo fue Rebeca, quien dejó al siervo sorprendido al ofrecerse a darles agua también a sus camellos. Al preguntarle quién era su familia y darse cuenta de que era hija del hermano de Abraham, el siervo tuvo claro ahí que esa era la mujer indicada.
Su familia quería que esperaran diez días para completar el ajuar de Rebeca, despedirse de ella, aconsejarla, prepararla… pero debían marchar inmediatamente. Todos le preguntaron a ella si era eso lo que quería. Y Rebeca fue categórica:
Génesis 24:58
Y llamaron a Rebeca, y le dijeron: ¿Irás tú con este varón? Y ella respondió: Sí, iré.
Ella estaba dispuesta a dejar a su familia inmediatamente, a dejarlo todo, a despedirse de su familia, viajar cientos de kilómetros a un lugar extraño y casarse con un hombre al que no conocía.
Y estoy segura de que estaba dispuesta porque así se lo estaba mostrando el Señor.
Me encanta el recuento del primer encuentro entre Isaac y Rebeca porque parece una historia de novela:
Génesis 24:63-67
Y había salido Isaac a meditar al campo, a la hora de la tarde; y alzando sus ojos miró, y he aquí los camellos que venían.
Rebeca también alzó sus ojos, y vio a Isaac, y descendió del camello;
Y la trajo Isaac a la tienda de su madre Sara, y tomó a Rebeca por mujer, y la amó.
Él la amó.
Isaac y Rebeca nunca se habían conocido antes de casarse. Dieron un salto de fe y aprendieron a amarse el uno al otro.
Escoger amar a alguien siempre es un acto de fe y siempre es una elección.
Por mucho que creas conocer a una persona antes de casarte y convivir con ella, la verdad es que no se conocen en absoluto. Ahora bien, esas cosas que no conocías de la persona con la que te casaste pueden ser obstáculos permanentes o superables dependiendo de si elegimos “amar a pesar de” o no.
Amar a pesar de que ronque
Amar a pesar de que no compartamos algunos gustos
Amar a pesar de su familia
Amar a pesar de algunas costumbres
Amar a pesar de… lo que sea que no conoces del otro.
Esa es la lección más importante que saco de la historia entre Isaac y Rebeca (además de las comparaciones obvias con la forma en la que Rebeca llegó a la vida de Isaac). ¿Qué aprendes tú de esta historia de amor?