En Santiago 3, dice la palabra del Señor, que todos ofendemos muchas veces y que, si alguno no lo hiciera, sería perfecto.
Si fuéramos perfectos, quizás, si hubiésemos sido uno de los que encontró a aquella mujer en el mismo acto del adulterio, hubiéramos permanecido ahí, con la piedra en la mano. Pero, mientras Jesús escribía en el suelo, la conciencia de cada uno de aquellos hombres le comenzó a decir que quizás no estaban aptos para hacer lo que estaban a punto de hacer y, la biblia dice que, uno por uno pusieron las piedras en el piso y se retiraron.
La escritura en Santiago 3 continúa diciendo que, si alguno no ofendiera, sería perfecto, capaz de refrenar todo su cuerpo. Y es que, el que tiene control de sus palabras, tiene control de todo su cuerpo. El que tiene control de lo que dice, el que tiene la revelación de que lo que dice tiene espíritu y tiene vida, ese tiene el control de todo su cuerpo y de todo lo que hace.
Este es un pasaje que hemos escuchado en muchas ocasiones, pero tiene tres ilustraciones bien específicas que representan el poder que tiene aquello que sale de nuestra boca, el poder de las palabras que hablamos.
Lo primero que lo representa es el freno que se encuentra en la boca de los caballos. Lo quiere decir esta ilustración es que, con tan solo un pequeño movimiento en la boca, el hombre puede cambiar su dirección completamente.
Con tan solo declarar que estamos sanos, nuestra salud toma un giro completamente diferente. Con tan solo decir: Yo y mi casa serviremos a Jehová; el destino de tu casa ha tomado un giro completamente diferente, porque, de la misma manera que, con tan solo ese pequeño freno en la boca de un caballo, cambiamos la dirección, le hacemos detenerse o acelerar, con tan solo tú poner freno a aquello que tú estás diciendo, y tener la conciencia de que, lo que sale de tu boca tiene espíritu y tiene vida, puede cambiar tu vida completamente.
Lo segundo con lo que se compara el poder que tiene lo que declaramos es con el timón de un barco. El barco representa las circunstancias a nuestro alrededor. Cuando tiramos del freno de un caballo, automáticamente el caballo se mueve o se detiene. Pero, cuando tomamos el timón de un barco, se está moviendo, aunque no sintamos la diferencia. En un momento, llegaremos a ver el barco en una dirección completamente diferente, pero no es algo que surge al instante.
Cuando hablas la palabra, cuando empiezas a confesar acerca de las cosas que están a tu alrededor, aunque tú no lo puedas ver inmediatamente, existe un cambio que comienza a suceder y, sin darte cuenta, varios días o meses más tarde, cuando vienes a ver, puedes notar que las circunstancias, la situación, aquello que te rodeaba, está completamente diferente, porque las palabras, aquello que decimos, aquello que sale de nuestra boca, carga vida, carga espíritu, y carga poder.
Lo tercero con lo que esta escritura compara el poder de lo que sale de tu boca es con un pequeño fuego. Un fuego puede comenzar bien pequeño, pero se puede convertir en algo bien grande.
Muchas veces fallamos, porque no le damos importancia a todo lo que sale de nuestra boca, porque pensamos que es un fuego pequeño, porque pensamos que es algo que no tiene valor. Podemos pedir disculpas, y Dios puede restaurar cualquier situación, porque Dios da nuevas oportunidades, pero tenemos que entender que lo que sale de nuestra boca, puede comenzar como un fuego pequeño, pero se convierte en algo más grande.
Fuimos creados a la imagen de Dios, y Dios todo lo creó, a través de la palabra. Cuando estudiamos Génesis 1, vemos que, para Dios crear el mundo, él no reunió materiales para crear los cielos y la tierra, no reunió materiales para crear los animales, no reunió todo lo verde que encontrara en aquella tierra desordenada para crear las plantas, porque para la creación del mundo Dios no necesitó materia, sino que todo lo que necesitó fue verbo, fue palabra. Todo lo que Dios necesitó fue que saliera una palabra de su boca.
Cuando Dios habla, las cosas suceden, y tú fuiste hecho a la imagen de Dios. Cuando tú hablas las cosas suceden, y tú no necesitas materia para confesar la palabra de Dios. Tú lo que necesitas es tener una palabra en tu boca que vaya de acuerdo a la palabra que Dios ha revelado en tu corazón porque, cuando tú dices esa palabra, aunque no haya materia, están la vida y el espíritu que carga esa palabra y, aunque sea moviendo el barco poco a poco, tu barco va a tomar un rumbo diferente. Tu barco va a llegar al puerto que tú estás esperando, porque él ha puesto dentro de ti el espíritu y la vida, que te van a llevar a producir los resultados que tú estás esperando.