
Él se apoya en la fuerza humana, mientras que nosotros contamos con el Señor nuestro Dios, quien nos brinda su ayuda y pelea nuestras batallas”. Al oír las palabras de Ezequías, rey de Judá, el pueblo se tranquilizó” . (2 Crónicas 32: 7-8, NVI).
Desde Laquis, el rey de Asiria mandó a sus oficiales a decirle a Ezequías y al pueblo: “... ¿En qué basan su confianza para permanecer dentro de Jerusalén, que ya es una ciudad sitiada? ¿No se dan cuenta de que Ezequías los va a hacer morir de hambre y de sed? Él los está engañando cuando les dice que el Señor su Dios los librará de mis manos. (...) ¿Es que no se han dado cuenta de lo que yo y mis antepasados les hemos hecho a todas las nacio nes de la tierra? ¿Acaso los dioses de esas naciones pudieron librarlas de mi mano? Pues así como ninguno de los dioses de esas naciones que mis antepasados destruyeron por completo pudo librarlas de mi mano, tampoco este dios de ustedes podrá librarlos de mí. ¡No se dejen engañar ni seducir por Ezequías! ¡No le crean! Si ningún dios de esas naciones y reinos pudo librarlos de mi poder y del poder de mis antepasados, ¡mucho menos el dios de ustedes podrá librarlos a ustedes de mi mano!” (2 Crónicas 32: 10-12; 14-15, NVI).
Además de esto, los oficiales del rey de Asiria le gritaban al pueblo para infundirles miedo, inclusive lo hacían en lengua hebrea; también se referían al Dios de Jerusalén como si fuera igual a los otros dioses, fabricados por manos humanas (vs. 18-19).
A causa de esto, Ezequías clamó al cielo en oración: “Señor, Dios de Israel, entronizado sobre los querubines: sólo tú eres el Dios de todos los reinos de la tierra. Tú has h echo los cielos y la tierra. Presta atención, Señor, y escucha; abre tus ojos, Señor, y mira; escucha las palabras que Senaquerib ha mandado a decir para insultar al Dios viviente. (...) Ahora, pues, Señor y Dios nuestro, por favor, sálvanos de su mano, para que todos los reinos de la tierra sepan que sólo tú, Señor, eres Dios.” (2 Reyes: 15-16; 19, NVI).
Dios respondió la oración de Ezequías y lo salvó a él y al pueblo de la mano de Senaquerib, y de todos sus enemigos (2 Crónicas 32: 22).
Muchas veces como cristianos nos encontramos en situaciones parecidas a la descrita anteriormente, nos disponemos a buscar a Dios, nos preparamos cada día para vivir en santidad e integridad, nos comprometemos con el servicio en la iglesia y parecería como que esos fueran los motivos suficientes para comenzar a recibir voces contrarias, es decir, frases y dichos de personas que nos quieren desanimar en nuestra determinación de mantenernos fieles a Dios.
A veces esas voces suelen venir de nuestro entorno más íntimo, de personas a quienes amamos, que no aceptan nuestra fe y nuestra decisión de seguir a Cristo. Es posible que nuestras amistades intenten desanimarnos con argumentos que pretendan refutar la existencia de Dios o la verdad del evangelio.
Posiblemente ante un momento difícil de la vida tengamos que enfrentarnos a frases similares a las que Senaquerib le mandó a decir a Ezequías y al pueblo: “No creas”, “¿En qué se basa tu confianza?”, “Mira tu realidad”, “No te dejes engañar”, “¿No te das cuenta de que no tienes salida?”.
Aunque esas voces que se levantan en contra suenen sofisticadas, contundentes y realistas, nunca tendrán la fuerza y la vehemencia de las palabras simples de una oración elevada al cielo provenientes de un corazón sincero, confiado y fiel.
“Señor, líbrame de los labios mentirosos y de las lenguas embusteras” (Salmo 120:2, NVI).