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LA JUSTICIA HUMANA Y LA CRUZ

Cuando llega la época de la Semana Santa, es cuando más me entran los sentimientos que me hacen dudar de la justicia de los hombres. Nos acercamos a la Semana Santa. Todos estaremos de acuerdo en que la justicia que se aplicó a Jesús era un ejemplo de ceguera y de injusticia de los hombres. 

Hoy, los cristianos no podemos entender el hecho de que a Jesús se le acusase de blasfemo y de sedición por mostrar aspectos de su divinidad, de su ser Hijo de Dios. ¿No es como para dudar de la justicia humana? Error incluso en un acto democrático. La justicia del hombre, ante un acto democrático como era dejar elegir al pueblo entre Jesús, autor de la vida, y Barrabás, un ladrón y malhechor, se equivocó, no acertó en su conclusión. Aplicaron mal el concepto de justicia. Fallos, errores humanos. Era la justicia humana que erraba y de la cual ha quedado suficiente testimonio en los Evangelios. No. 

En épocas de Semana Santa, mi credibilidad en la justicia humana cae por los suelos. No siempre puedo creer en la justicia de los hombres. La justicia con puños levantados no es justicia. Hay situaciones inmisericordes, injustas, de puños levantados amenazantes y espadas que todavía hoy, siguen abriendo los costados de muchas personas. No. No siempre puedo creer en la justicia humana. ¿Siguen existiendo estos errores hoy en el mundo? ¿Sigue Jesús sufriendo como el crucificado ante las situaciones de injusticia en la tierra hoy? ¿Se está, de alguna manera y en muchas ocasiones, reactualizando su crucifixión, su pasión, su corona de espinas, sus escupitajos y burlas? ¿Tropieza el hombre siempre en las mismas piedras? Ante estas preguntas y situaciones debemos mirar a lo alto. Sí. Yo, en estos casos, miro al cielo como implorando una justicia misericordiosa como la que aplicó Jesús en muchas situaciones en donde reinaba la injusticia humana. Necesitamos en el mundo una justicia hecha e impartida por aquellos que han sido perdonados y transformados por el Espíritu de Dios. ¿Estamos dispuestos a trabajar en ello, o somos, simplemente, cristianos pasivos ente la injusticia? La injusticia humana ante el resucitado, debería remover conciencias. 

El juicio humano, visto desde la cruz me lleva a hacerme esta pregunta a la luz de la injusticia ante el crucificado: ¿Se está repitiendo en el mundo aquella parábola en la que se muestra la injusticia del hombre contra el hombre, la parábola de los dos deudores? Los fallos humanos frente a la justicia, se repiten en la Biblia. Si, además, se reproducen en el mundo hoy, no puedo creer en esa justicia humana, en esa justicia que consiste en que el acreedor agarra por el cuello al deudor incluso siendo él mismo un acreedor-deudor al que se le ha perdonado mucho. A la justicia ingrata e injusta, no se le puede llamar justicia. 

Tristes historias bíblicas que, vistas desde la injusticia de la cruz, me llevan a la desconfianza en la justicia humana. ¿Os pasa a vosotros lo mismo? Por eso, cuando miro desde las injusticias de la cruz otras historias bíblicas como la de la mujer adúltera que fue apedreada, me cuesta trabajo creer en las justicias humanas. ¡Cuidado! El grito por una justicia inmisericorde y ciega, se puede trasformar de nuevo en el grito injusto ante Jesús: ¡Crucifícale! Ellos, los que estaban dispuestos a matar a una mujer a pedradas, querían aplicar una justicia que mataba, que apedreaba hasta la muerte. Jesús, viendo que la justicia del hombre es, a veces, perversa, hace volver el dedo acusador sobre ellos mismos: “El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Sí. 

El hecho de la injusticia ante la cruz, de la falsa justicia humana, se repite hoy continuamente. Cuando reflexiono en los mil millones de hambrientos en el mundo, los grandes desequilibrios económicos, la corrupción como si gran parte del mundo hubiera caído en manos de ladrones, el egoísmo humano o, más cercano y quizás para muchos algo menos grave, el ver a los ancianos de España bajo el frío y la lluvia reclamando que sus pensiones no se conviertan en limosnas de hambre, no puedo creer en la justicia humana. 

¡No! No siempre es fácil creer en la justicia que imparten los hombres. Justicia humana que reproduce los sufrimientos de Jesús en la cruz, no es justicia. Una pena, un contrasentido bíblico, una repetición de la pasión de Jesús en la cruz, un repetir el grito de que, en muchas ocasiones, la justicia humana no es tal. Justicia injusta muchas veces avalada por leyes, decretos y decisiones humanas.

Tristes ideas de justicia de los hombres aunque estén sustentadas en miles de normativas de los políticos, en cientos de miles de códigos perfectos desde el punto de vista jurídico, penal o legal, pero que son inmisericordes y no pueden amar ni perdonar. Son las justicias humanas que no están atentas al sufrimiento de los hombres. Se presentan falsamente revestidas de normas justas, pero son sólo el aspecto exterior. El interior es putrefacción y nidos de gusanos. Sin embargo, no me cabe duda de que me gustaría creer en las justicias humanas. 

Desearía que el hombre cambiara y aceptara nuevos valores, los valores del Reino que irrumpen en nuestra historia con la figura de Jesús, y que los cristianos deben aplicar en el mundo, un mundo de dolor que espera la mano tendida de los creyentes. Creeré en la justicia humana cuando haya muchos que, cambiados por el poder de Dios, se consideren deudores perdonados que, a su vez tienen que perdonar. ¡Cuán importante es aquí la influencia de los cristianos! ¿Y nos vamos a quedar indiferentes y pasivos? 

Que no se repita de nuevo en la justicia humana el grito de crucifícale. Se necesitan estos cambios, transformaciones, nuevos valores no sea que, en muchas ocasiones, cuando el hombre esté gritando por justicia, ese grito esté confundido y lo que haga sea estar gritando por la crucifixión de otros, de los más débiles, manteniendo las injusticias que se practicaron en torno a la cruz de Jesús que potencian los tristes recuerdos de las grandes injusticias humanas que tuvo que sufrir y presenciar al autor de la vida.

JUSTICIA ANHELADA

La justicia de la que tienen hambre y sed los bienaventurados, es por la justicia del evangelio de Jesucristo. La palabra “justicia” significa “sin culpabilidad, inocente, puro, santo, de carácter recto, sin trampa y sin engaño”. De modo que los bienaventurados que tienen hambre y sed de justicia no desean engañar ni ser engañados, anhelan no hacer trampa, son gente que tienen hambre y sed de vivir una vida en paz, con una conciencia limpia. Este punto es muy importante, ya que en el momento en que nos desconectamos de nuestra conciencia, nos encontramos en peligro, porque la conciencia es el instrumento que Dios usa para guiarnos hacia el bien y apartarnos del mal. No obstante, Satanás puede nublar tu conciencia. ¿Cómo logra hacer esto? Él te ataca e invade tu mente, y tú alimentas la naturaleza de Satanás, es decir, le das paso a malos pensamientos y empiezas a hacer cosas erradas que según tu parecer están bien, perdiendo la brújula de la justicia del cielo.
Los bienaventurados que tienen hambre y sed de justicia buscan la pureza de Dios, la santidad del Señor, el carácter recto de Jesús; buscan vivir una vida sin abusos, sin injusticias, sin trampas ni engaños.
La justicia de Dios se establece en la tierra cuando la Palabra se encarna, cuando la podemos ver en cuerpo y carne, y entonces esa Palabra empieza a expresarse, a poner una opción nueva en nuestras mentes, la opción de la justicia del reino de los cielos, para que tú y yo decidamos. Dios nos hace libre para que podamos decidir, y la justicia del cielo es la opción que debemos escoger.
Por lo tanto, en eso consiste la justicia. La justicia consiste en que Jesús es la verdad y, a través de esa verdad que él nos presenta, tenemos una opción de salir de las tinieblas a la luz sin culpabilidad.
Sin la cobertura de Jesús, el juez, Satanás, siempre decidirá tu mal. Necesitamos a Cristo Jesús en nuestra vida. Resulta algo terrible, temible y desastroso pasar por este mundo sin haber recibido a Jesús en nuestro corazón.
La Palabra de Dios le promete una respuesta positiva a los que se apasionan por la justicia. En el momento en que te apasionas por la justicia, las Escrituras afirman que va a producirse una respuesta de parte de tu Dios: serás saciado.
Esto se manifiesta de diferentes maneras, una de las cuales tiene que ver con establecer la justicia, ya que si tienes hambre y sed de ella, de inmediato calificas para establecerla. En otras palabras, los que tienen hambre y sed de justicia son aquellos a los que Dios llama, a los que Dios prepara, a los que Dios unge y respalda para establecer su reino. Si no tenemos hambre y sed de justicia, no podemos instaurar el reino de los cielos ni contar con el respaldo de Dios.
Dios en primer lugar desea que establezcas la justicia, y en segundo lugar te la da como recompensa, ya que nuestro Dios se complace y encuentra gran placer en premiar a los justos.
Sabemos que el Espíritu Santo está presente en nuestra vida. Es decir, cuando confesamos a Cristo como nuestro Señor y Salvador, cuando nuestro corazón se decide por Jesús, de inmediato el Espíritu Santo nos hace templo suyo y nos sella con su presencia. Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él (Juan 14:23).
En el versículo anterior, no obstante, Jesús está hablando de otra dimensión de la presencia. Él dice: “El que me ama, mi palabra guardará, o sea, defenderá, establecerá y buscará mi justicia, entonces mi Padre lo amará y vendremos a él”. Ahora no es solo el Espíritu Santo el que mora en nuestra vida, sino también Jesús, de modo que habrá etapas en tu vida en que la presencia de Jesús será evidente. Cuando los amigos de Daniel estaban en el horno, las Escrituras afirman que el rey y sus hombres vieron a una cuarta persona  caminando con ellos dentro del horno, alguien “semejante a hijo de los dioses” (Daniel 3:25).
De seguro vas a experimentar resistencia, vas a sufrir persecución, pero hay uno que va a permanecer contigo a cada paso del camino, porque Jesús ciertamente va a venir a ti. “Vendremos a él, y haremos morada con él”, dicen las Escrituras. Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, la plenitud de la Trinidad se hará presente en tu vida. Cuando en tu corazón decides establecer la justicia, el cielo entero se vuelca a tu favor. La plenitud del cielo se hace presente en tu vida. ¿Dónde están aquellos que establecen la justicia del Dios vivo? Espero que estén aquí. Cuando Dios empiece a levantarte, acuérdate de esto: No participes de la mesa del rey, sino guarda la Palabra del Dios vivo. Si lo haces, el mismo Cristo ha prometido estar contigo.
Una presencia tangente de la unción de Jesús sigue a aquellos que viven, defienden y se mantiene firmes en su Palabra, contando con la autoridad y el respaldo de Dios Padre. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo forman una sola deidad, los tres son Dios, pero es posible distinguir la manifestación de cada uno de ellos. Cuando el Dios Padre se manifiesta, todo el mundo se desploma al piso y permanece tirado por la autoridad que su presencia proyecta. Se trata de una autoridad, un dominio y un poder tales, que ni siquiera un mosquito puede seguir volando, no hay demonio que pueda moverse, no hay criatura que permanezca en pie. Solo es posible permanecer postrado con el rostro en tierra y clamar: “Santo, santo, santo. Ten misericordia de mí”.

NAHUM Y LA JUSTICIA DE DIOS


Nahum. Autor de un texto breve, Nahum suele ser un gran desconocido –moléstese el lector en preguntar por él a la gente que lo rodea– a pesar de que fue contemporáneo de Isaías. De hecho, no son muchos –Calvino es una de las excepciones– los que han llegado a captar la grandeza de su breve libro. No sabemos mucho de Nahum e incluso es difícil determinar si ése era su nombre real o un simple apodo ya que la palabra en hebreo significa “consolador”. Incluso su lugar de origen, Alqosh, no se ha identificado con certeza ya que algunos lo ubican en el Alqosh asirio y otros en Cafarnaum o Capernaum en Galilea. 

El libro que lleva su nombre debió escribirse en algún momento previo al año 615 a. de C., es decir, poco antes de la caída de Asiria, el imperio que había aniquilado al reino de Israel y que había estado a punto de conquistar Jerusalén. Su primer capítulo es un poema extraordinario centrado en la justicia de Dios. En la actualidad, resulta muy habitual retratar a Dios como una especie de Santa Claus que pasará por alto cualquier acción que perpetren los seres humanos y que tiene como misión casi exclusiva atender nuestras peticiones aunque nosotros no tengamos Su voluntad en la menor consideración. Algunos incluso denominan a semejante comportamiento el propio de un padre sin percatarse de que un padre así estaría educando a sus hijos para ser caprichosos, egoístas, indisciplinados y mal criados. 

Nahum, sin embargo, nos recuerda que Dios es no sólo justo sino también justiciero (1: 2). El despliegue de Su justicia haría temblar a las mismas montañas (1: 5) y, por supuesto, Su cólera no puede ser resistida (1: 6). Esa justicia que, tarde o temprano, acaba ejecutándose va acompañada por el hecho de que Dios es también bueno y no rechaza a los que se acercan a El y constituye un refugio en el peligro (1: 7). Pero Su paciencia no significa que vaya a dejar el mal impune (1: 3). De hecho, por citar un ejemplo, siempre castigará a aquellas culturas en las que es habitual rendir culto a imágenes (1: 14). Los juicios de Dios son, por paradójico que pueda resultar, el paso previo a la paz (2: 1) y es así porque implican que se hará justicia. Una clara demostración de esa tesis es el anuncio de que el imperio asirio recibiría su justo castigo por todas las iniquidades que había perpetrado a lo largo del tiempo. Algunos pensarán que la caída de los imperios se explica simplemente por razones políticas, sociales o económicas. Así es, ciertamente, pero sólo en parte. La clave real del desplome de los imperios a lo largo de la Historia es que Dios los acaba llamando a juicio (2: 14). No hay excepciones. 

Si Nahum habla de Asiria, otros profetas se refieren a diversos estados y, por supuesto, esa circunstancia no concluyó en los tiempos bíblicos. Fue la razón por la que Bartolomé de las Casas estaba convencido de que los días del imperio español estaban contados y por las que no pocos anunciaron la derrota final de Napoleón y Hitler o el desplome de la Unión soviética. Esos imperios podrán haber acumulado riquezas ingentes fruto del saqueo (3: 1), habrán podido disponer de pueblos como si fueran de su propiedad (3: 4), habrán podido entregarse a la superstición religiosa convencidos de que los protegerá del destino (3: 4). Sin embargo, nada de eso podrá salvarlos del juicio de Dios. Al fin y a la postre, Dios siempre ejecuta juicio porque es justo e incluso, sin poder entender lo que sucede, serán muchos los que aplaudirán cuando haga justicia porque la maldad perpetua merece su castigo (3: 19). 

Efectivamente, pocos años después de que se escribiera el libro de Nahum, Asiria fue aniquilada y no fueron pocos los que exhalaron un suspiro de alivio. No es poco lo que se puede aprender de este breve libro. En sus versículos, se disipan las visiones bobaliconas y buenistas que tanto se han difundido y que tanto gustan porque son una excusa para la irresponsabilidad y para guiar la propia vida sobre la base de nuestras únicas apetencias. Dios es justo; Su justicia es cósmica y, precisamente por ello, la acabará ejecutando sobre personas, culturas, naciones e incluso poderosos imperios. Dios es igualmente soberano y nunca pierde las riendas de lo que sucede en Su creación. Por supuesto, también llama a la gente a la conversión, a que cambie su forma de vida, a que se vuelva a El. Ay de aquel que pase por alto estas realidades.

JUSTICIA DE DIOS VS JUSTICIA DE JONAS

Me fascina la historia de Jonás, ese Jonás que es tragado por un gran pez que Dios tenía preparado nada más ni nada menos que para él. Difícilmente haya existido antes una criatura como esa, y después de ese evento -único en la historia- haya habido otra igual (Jonás 1:17).
Más allá de símbolos, figuras, tipos, representaciones, inclusive interpretaciones; veo en el Jonás anterior al pez, a un hombre con un fuerte sentido de la justicia. Justicia, en los términos humanos, claro está. Muchas veces la “justicia” del hombre difícilmente concilie con la justicia de Dios. El hombre por naturaleza es rápido para pedir perdón y clemencia por la multitud de sus rebeliones cuando sus transgresiones lo dejan en un callejón sin salida, pero es mucho más veloz, solícito y eficiente a la hora de aplicar la ley contra su prójimo; acusar, juzgar, condenar y ejecutar mano dura por las faltas de su semejante (Mateo 18:23-34).
Hay quienes hablan de códigos de convivencia cuando ellos mismas viven generando situaciones que hacen difícil y precaria la convivencia. Hablan de códigos de justicia cuando ellos incurren en discriminación, aparteid, viven invocando y tomando la Palabra y el Nombre de Dios en vano.¿Has conocido gente así? ¡Es que resulta tan fácil hallar la paja en el ojo ajeno y estar tan ciego como para no ver una viga dentro del propio ojo! (Mateo 7:1-5). Muchos de nosotros en general y en la medida en que nos resulta posible, procuramos adaptarnos y observar términos de convivencia de tal manera que nuestras acciones traigan bendición, que construyan y contribuyan al bien común (Romanos 12:16-18). No obstante ello, y esto muy a pesar de nuestros esfuerzos, aparecen en nuestro camino quienes creen estar en posición de establecer, decretar, inclusive prohibir, que nosotros sepamos algo, experimentemos un progreso en nuestras vidas, conquistemos un logro. En este sentido, todos tenemos en mayor o en menor medida, amenazas de enemigos en este mundo.
En esta clase de relaciones a veces experimentamos, lejos de procurar y orar por un arrepentimiento de estas personas, que en algunos casos nos hacen literalmente la vida imposible, que todo el poder de Dios caiga sobre ellas, bienes y familia, que la tortura y el mal por fin terminen para nosotros. ¿Quién dijo que los creyentes no sufrimos esta clase de tentaciones, sufrimientos y resentimientos? Pues, bien, Dios tiene otros planes para esta gente, y para nosotros dentro de su Soberana Justicia.
Básicamente, aunque en términos superlativos, en ese contexto se enmarcaba la actitud de Jonás. El, en realidad no tenía problemas en llevar el mensaje del Señor a donde fuera… menos a Nínive, una nación transgresora, en gran manera pecadora que no conocía ni amaba a Dios ni a su pueblo. Su poderosa máquina militar se cernía sobre lo que quedaba de la nación hebrea. Nínive, nada más ni nada menos que la capital del imperio Asirio, ejerció el dominio del antiguo Oriente medio durante unos tres siglos y era vista como una muy seria e inminente amenaza contra el pueblo de Dios. No es de extrañarse entonces, que Jonás, lejos de procurar un arrepentimiento en los términos de los planes y la infalible Justicia Divina, deseara que todo el poder del Altísimo se descargara sobre esta ciudad, literalmente la exterminara e hiciera desaparecer la amenaza de una vez con todo su furor y potencia.
Pero Dios, sin importar el enojo de Jonás (Jonás 3:4-5; 10 y 4:1) tenía otros planes mejores para Jonás mismo, para su Nación y para Nínive.
“Dios no me quita cosas, me las cambia”, me comentaba un amigo. Sin ánimo de abundar en datos, sólo diré que muy joven perdió a ambos padres y a su hermana -toda su familia- pero hoy goza de una hermosa familia, un buen pasar y quien esto escribe ha venido a ser un ”hermano del corazón”, un hermano adoptivo para él.
Así son los planes de Dios en nuestras vidas, esa es la verdadera Justicia Divina, aunque a veces nos cueste entenderla, aceptarla, asimilarla. Dios le cambió a Jonás la destrucción total de Nínive por una verdadera reconstrucción de vidas. Dios le cambió una familia, por otra bellísima a mi hermano. Dios nos cambia a nosotros, la justicia de Jonás por Su Infalible y Soberana Justicia, no para destruir, sino para construir, para hacer todas las cosas nuevas (II Corintios 5:17).

Ahora me gozo, … Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación,  de que no hay que arrepentirse;  pero la tristeza del mundo produce muerte.

(2 Corintios 7:9 y 10 RV60) 

El Señor no retarda su promesa,  según algunos la tienen por tardanza,  sino que es paciente para con nosotros,  no queriendo que ninguno perezca,  sino que todos procedan al arrepentimiento.

(2 Pedro 3:9 RV60)

JUSTICIA DE DIOS


En todo en lo que tú vayas a tener éxito en la vida, se van a levantar enemigos; pero tú no puedes permitir que las maquinaciones del mundo dañen tu corazón, tus emociones, tu espíritu, porque ¿de qué serviría que Dios te prospere y te bendiga, y que tu corazón esté dañado?
Los enemigos vienen con el territorio. Lo que tú tienes que pedirle a Dios es que nunca te dañes.
La última expresión que hizo Jabes en su oración fue: Y si me libraras del mal, para que no me dañe. Esta expresión “para que no me dañe”, más que una expresión física, es emocional.
Quizás no has experimentado daños físicos, pero sí emocionales.
Aun en medio de una sociedad deteriorada por la criminalidad, los asesinatos, las probabilidades de sufrir físicamente las consecuencias de sus efectos son mínimas para nosotros, porque no nos movemos en ese ambiente. No es que estemos exentos, pero el daño que más le duele al hombre no es el físico, sino cuando los que maquinan provocan daños en el corazón. Y ese es el peor daño que un enemigo puede hacer.
Jabes pidió que el mal no lo dañara. Podemos experimentar daños materiales, pero el peor daño es el del corazón, porque las pérdidas materiales las podemos sobrepasar, con fe, y con la conciencia de que lo material es material, y se puede recuperar, Dios te lo puede devolver. Lo que nos daña el corazón es ver las maquinaciones de la gente.
Ante estas maquinaciones, en ocasiones incluso nos preguntamos si somos nosotros los que estamos mal. Y, si tú buscas algo mal en ti, lo vas a encontrar; y tan pronto lo encuentres, tú mismo te hieres. El creyente racional lo que va a hacer es orar y pedirle a Dios que le muestre en qué está mal, para cambiarlo. Todo porque hay una persona que lo que tiene es envidia, o ha sido mal informada, y tiene algo en contra tuya.
En otras ocasiones, lo que hacen algunos es pedir justicia, y quieren es ver esa justicia. Es en esos casos en los que el corazón se daña, porque lo que realmente están es deseando que a esa persona le vaya mal, sin darse cuenta que, al hacer esto, lo que provocan es que fe se levante en sus vidas para lo malo, atrayendo para sí mismos el mal.
Ante las maquinaciones de la gente, lo que tienes que hacer, en primer lugar, es quitarte la culpa. Pídele a Dios que te muestre si hay algo mal en ti, para arreglarlo. Pero, después de que Dios hable a tu vida, si caes en cuenta de que no has hecho nada con malas intenciones, no has dañado a nadie, entonces es la otra persona la que tiene el corazón dañado. Entrégaselo a Dios. Déjalo en sus manos.
No esperes ver la justicia como el mundo la quiere ver, porque el mundo lo que quiere es revancha, mientras que Dios quiere hacer justicia. Sería muy fácil que Dios eliminara a tus enemigos del camino, pero esa no es la justicia de Dios para tus enemigos. La justicia de Dios está en Salmos 23, cuando dice: Aderezas mesa delante de mí, en presencia de mis angustiadores. El salmista no se refería al cielo, porque en el cielo no hay angustiadores. La venganza de Dios es prosperarte delante de tus angustiadores, para que ellos vean que nunca pudieron detener lo que Dios dijo que haría contigo, sino que, a pesar de lo que ellos maquinaron, Dios hizo contigo como él quiso.
Cuando nuestro corazón se daña, nos volvemos parte del mal. Pídele a Dios que, ante el mal, no te dañes. 

EL DIOS JUSTO


Cuando Jesús comenzó a revelárseme como Juez, temí empezar a querer que Dios diera rienda suelta a su ira sobre los que me habían herido. Pensé que podría desear venganza divina por despecho. Sucedió exactamente lo opuesto a medida que continué encontrando al Jesús de la Biblia. Si usted hace lo mismo, tratar de encontrar no solamente una vaga idea de Jesús el Juez, sino al verdadero Jesús, hallado por la meditación larga y amorosa de la Palabra, sé que esta revelación dará el mismo fruto en su corazón.


Cuando Jesús se reveló a mí como el Juez justo, alcancé a captar una vislumbre de la llama de fuego en sus ojos, que me llevó al ámbito de perdón más profundo que haya conocido. Comprender a Jesús como el testigo fiel (Apocalipsis 1:5), el que vio y oyó lo que nadie más, era lo que mi corazón había estado deseando siempre. Al ver en los ojos de Dios el fiero celo por la justicia y su determinación de hacer bueno todo lo malo, me encontré queriendo clamar misericordia para los que me habían perjudicado.

En mi estudio sobre el perdón a la luz de la revelación de Jesús como el Juez descubrí verdades de la Biblia que me ayudaron a explicar la obra que Dios estaba haciendo en mi corazón. Comprendí por primera vez que el Señor me reivindicaría, y esa verd

ad comenzó a dirigir mi corazón hacia el perdón real. Jesús vio, oyó y decidirá cómo enderezar las cosas. Importo tanto para él que su justicia exige que alguien debe pagar. O Jesús carga el pecado y considera pagada la deuda por su obra en la cruz, si la persona se arrepiente, o castigará a los infractores cuando se paren ante Él en el juicio. Esta realidad se apoderó de mi corazón.

Es fácil para los cristianos bien intencionados reducir el perdón de pecados a barrer las transgresiones bajo la alfombra, pero esto se convierte en catastrófico al enfrentar las peores atrocidades de la vida. ¿Cómo podemos barrer el abuso sexual bajo la alfombra? ¿Cómo podemos decirle a alguien cuyo corazón ha sido aplastado “Adela
nte, y no dejes que el delito te robe tu alegría”? Sin el entendimiento de que Dios vengará las injusticias cometidas contra nosotros, el verdadero significado del perdón se pierde. Para los que no conocen a Cristo como el Juez justo, un llamado al perdón puede parecer afirmar que a Jesús no le importa lo que nos pasó o que es demasiado magnánimo para que lo abrumen nuestras quejas. En lugar de ofrecer esperanza, el perdón se convierte en un mensaje de “superarlo y seguir adelante”.

La Escritura nos ofrece un enfoque totalmente diferente del perdón. A través del perdón entregamos nuestro caso a un Juez justo que lucha por nosotros. Podemos olvidar lo que pasó porque sabemos que Dios nunca lo hará. Alguien va a pagar por lo que se nos hizo. Cualquier noción de que Jesús es complaciente ante el pecado y el mal no se alinea con la descripción de las Escrituras del terror que les aguarda a los impíos cuando Cristo regrese. Vemos esto claramente en el libro del Apocalipsis.


Cuando nuestra comprensión del verdadero perdón se abarata, desarrollamos ideas erróneas acerca de Jesús que disminuyen nuestra autoestima porque creemos que no vale la pena luchar. En todo el mundo, los pobres, oprimidos y víctim
as de abusos anhelan recibir una respuesta a su dolor y sufrimiento. Jesús es esa respuesta. Él es el Juez justo, que pedirá cuentas, pero con demasiada frecuencia la iglesia tiene miedo de esta verdad.

Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha

llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie? (Apocalipsis 6:14-16 ).
Conocer a Jesús como nuestro Juez no nos convertirá en cristianos rencorosos que hablan constantemente palabras negativas de juicio y condenación. Puedo decirle por experiencia que en realidad es lo contrario. Cuando comprendemos que Jesús es el Juez, nos damos cuenta de una verdad igualmente importante: ¡que nosotros no lo somos! Jesús quiere sanar nuestros corazones con la revelación de que Él es el Juez, y nos quiere dar noticias realmente buenas para otros que están oprimidos.

Usted amará mucho más a Jesús si en su corazón le permite ser el Juez. Lo reto a que se familiarice con Aquél que dictará sentencia sobre toda la humanidad, pondrá fin de una vez por todas al pecado, y pedirá cuentas de todo el mal que se haya hecho.