La justicia de la que tienen hambre y sed los bienaventurados, es por la justicia del evangelio de Jesucristo. La palabra “justicia” significa “sin culpabilidad, inocente, puro, santo, de carácter recto, sin trampa y sin engaño”. De modo que los bienaventurados que tienen hambre y sed de justicia no desean engañar ni ser engañados, anhelan no hacer trampa, son gente que tienen hambre y sed de vivir una vida en paz, con una conciencia limpia. Este punto es muy importante, ya que en el momento en que nos desconectamos de nuestra conciencia, nos encontramos en peligro, porque la conciencia es el instrumento que Dios usa para guiarnos hacia el bien y apartarnos del mal. No obstante, Satanás puede nublar tu conciencia. ¿Cómo logra hacer esto? Él te ataca e invade tu mente, y tú alimentas la naturaleza de Satanás, es decir, le das paso a malos pensamientos y empiezas a hacer cosas erradas que según tu parecer están bien, perdiendo la brújula de la justicia del cielo.
Los bienaventurados que tienen hambre y sed de justicia buscan la pureza de Dios, la santidad del Señor, el carácter recto de Jesús; buscan vivir una vida sin abusos, sin injusticias, sin trampas ni engaños.
La justicia de Dios se establece en la tierra cuando la Palabra se encarna, cuando la podemos ver en cuerpo y carne, y entonces esa Palabra empieza a expresarse, a poner una opción nueva en nuestras mentes, la opción de la justicia del reino de los cielos, para que tú y yo decidamos. Dios nos hace libre para que podamos decidir, y la justicia del cielo es la opción que debemos escoger.
Por lo tanto, en eso consiste la justicia. La justicia consiste en que Jesús es la verdad y, a través de esa verdad que él nos presenta, tenemos una opción de salir de las tinieblas a la luz sin culpabilidad.
Sin la cobertura de Jesús, el juez, Satanás, siempre decidirá tu mal. Necesitamos a Cristo Jesús en nuestra vida. Resulta algo terrible, temible y desastroso pasar por este mundo sin haber recibido a Jesús en nuestro corazón.
La Palabra de Dios le promete una respuesta positiva a los que se apasionan por la justicia. En el momento en que te apasionas por la justicia, las Escrituras afirman que va a producirse una respuesta de parte de tu Dios: serás saciado.
Esto se manifiesta de diferentes maneras, una de las cuales tiene que ver con establecer la justicia, ya que si tienes hambre y sed de ella, de inmediato calificas para establecerla. En otras palabras, los que tienen hambre y sed de justicia son aquellos a los que Dios llama, a los que Dios prepara, a los que Dios unge y respalda para establecer su reino. Si no tenemos hambre y sed de justicia, no podemos instaurar el reino de los cielos ni contar con el respaldo de Dios.
Dios en primer lugar desea que establezcas la justicia, y en segundo lugar te la da como recompensa, ya que nuestro Dios se complace y encuentra gran placer en premiar a los justos.
Sabemos que el Espíritu Santo está presente en nuestra vida. Es decir, cuando confesamos a Cristo como nuestro Señor y Salvador, cuando nuestro corazón se decide por Jesús, de inmediato el Espíritu Santo nos hace templo suyo y nos sella con su presencia. Respondió Jesús y le dijo: El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él (Juan 14:23).
En el versículo anterior, no obstante, Jesús está hablando de otra dimensión de la presencia. Él dice: “El que me ama, mi palabra guardará, o sea, defenderá, establecerá y buscará mi justicia, entonces mi Padre lo amará y vendremos a él”. Ahora no es solo el Espíritu Santo el que mora en nuestra vida, sino también Jesús, de modo que habrá etapas en tu vida en que la presencia de Jesús será evidente. Cuando los amigos de Daniel estaban en el horno, las Escrituras afirman que el rey y sus hombres vieron a una cuarta persona caminando con ellos dentro del horno, alguien “semejante a hijo de los dioses” (Daniel 3:25).
De seguro vas a experimentar resistencia, vas a sufrir persecución, pero hay uno que va a permanecer contigo a cada paso del camino, porque Jesús ciertamente va a venir a ti. “Vendremos a él, y haremos morada con él”, dicen las Escrituras. Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo, la plenitud de la Trinidad se hará presente en tu vida. Cuando en tu corazón decides establecer la justicia, el cielo entero se vuelca a tu favor. La plenitud del cielo se hace presente en tu vida. ¿Dónde están aquellos que establecen la justicia del Dios vivo? Espero que estén aquí. Cuando Dios empiece a levantarte, acuérdate de esto: No participes de la mesa del rey, sino guarda la Palabra del Dios vivo. Si lo haces, el mismo Cristo ha prometido estar contigo.
Una presencia tangente de la unción de Jesús sigue a aquellos que viven, defienden y se mantiene firmes en su Palabra, contando con la autoridad y el respaldo de Dios Padre. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo forman una sola deidad, los tres son Dios, pero es posible distinguir la manifestación de cada uno de ellos. Cuando el Dios Padre se manifiesta, todo el mundo se desploma al piso y permanece tirado por la autoridad que su presencia proyecta. Se trata de una autoridad, un dominio y un poder tales, que ni siquiera un mosquito puede seguir volando, no hay demonio que pueda moverse, no hay criatura que permanezca en pie. Solo es posible permanecer postrado con el rostro en tierra y clamar: “Santo, santo, santo. Ten misericordia de mí”.
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