Me fascina la historia de Jonás, ese Jonás que es tragado por un gran pez que Dios tenía preparado nada más ni nada menos que para él. Difícilmente haya existido antes una criatura como esa, y después de ese evento -único en la historia- haya habido otra igual (Jonás 1:17).
Más allá de símbolos, figuras, tipos, representaciones, inclusive interpretaciones; veo en el Jonás anterior al pez, a un hombre con un fuerte sentido de la justicia. Justicia, en los términos humanos, claro está. Muchas veces la “justicia” del hombre difícilmente concilie con la justicia de Dios. El hombre por naturaleza es rápido para pedir perdón y clemencia por la multitud de sus rebeliones cuando sus transgresiones lo dejan en un callejón sin salida, pero es mucho más veloz, solícito y eficiente a la hora de aplicar la ley contra su prójimo; acusar, juzgar, condenar y ejecutar mano dura por las faltas de su semejante (Mateo 18:23-34).
Hay quienes hablan de códigos de convivencia cuando ellos mismas viven generando situaciones que hacen difícil y precaria la convivencia. Hablan de códigos de justicia cuando ellos incurren en discriminación, aparteid, viven invocando y tomando la Palabra y el Nombre de Dios en vano.¿Has conocido gente así? ¡Es que resulta tan fácil hallar la paja en el ojo ajeno y estar tan ciego como para no ver una viga dentro del propio ojo! (Mateo 7:1-5). Muchos de nosotros en general y en la medida en que nos resulta posible, procuramos adaptarnos y observar términos de convivencia de tal manera que nuestras acciones traigan bendición, que construyan y contribuyan al bien común (Romanos 12:16-18). No obstante ello, y esto muy a pesar de nuestros esfuerzos, aparecen en nuestro camino quienes creen estar en posición de establecer, decretar, inclusive prohibir, que nosotros sepamos algo, experimentemos un progreso en nuestras vidas, conquistemos un logro. En este sentido, todos tenemos en mayor o en menor medida, amenazas de enemigos en este mundo.
En esta clase de relaciones a veces experimentamos, lejos de procurar y orar por un arrepentimiento de estas personas, que en algunos casos nos hacen literalmente la vida imposible, que todo el poder de Dios caiga sobre ellas, bienes y familia, que la tortura y el mal por fin terminen para nosotros. ¿Quién dijo que los creyentes no sufrimos esta clase de tentaciones, sufrimientos y resentimientos? Pues, bien, Dios tiene otros planes para esta gente, y para nosotros dentro de su Soberana Justicia.
Básicamente, aunque en términos superlativos, en ese contexto se enmarcaba la actitud de Jonás. El, en realidad no tenía problemas en llevar el mensaje del Señor a donde fuera… menos a Nínive, una nación transgresora, en gran manera pecadora que no conocía ni amaba a Dios ni a su pueblo. Su poderosa máquina militar se cernía sobre lo que quedaba de la nación hebrea. Nínive, nada más ni nada menos que la capital del imperio Asirio, ejerció el dominio del antiguo Oriente medio durante unos tres siglos y era vista como una muy seria e inminente amenaza contra el pueblo de Dios. No es de extrañarse entonces, que Jonás, lejos de procurar un arrepentimiento en los términos de los planes y la infalible Justicia Divina, deseara que todo el poder del Altísimo se descargara sobre esta ciudad, literalmente la exterminara e hiciera desaparecer la amenaza de una vez con todo su furor y potencia.
Pero Dios, sin importar el enojo de Jonás (Jonás 3:4-5; 10 y 4:1) tenía otros planes mejores para Jonás mismo, para su Nación y para Nínive.
“Dios no me quita cosas, me las cambia”, me comentaba un amigo. Sin ánimo de abundar en datos, sólo diré que muy joven perdió a ambos padres y a su hermana -toda su familia- pero hoy goza de una hermosa familia, un buen pasar y quien esto escribe ha venido a ser un ”hermano del corazón”, un hermano adoptivo para él.
Así son los planes de Dios en nuestras vidas, esa es la verdadera Justicia Divina, aunque a veces nos cueste entenderla, aceptarla, asimilarla. Dios le cambió a Jonás la destrucción total de Nínive por una verdadera reconstrucción de vidas. Dios le cambió una familia, por otra bellísima a mi hermano. Dios nos cambia a nosotros, la justicia de Jonás por Su Infalible y Soberana Justicia, no para destruir, sino para construir, para hacer todas las cosas nuevas (II Corintios 5:17).
Ahora me gozo, … Porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte.
(2 Corintios 7:9 y 10 RV60)
El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.
(2 Pedro 3:9 RV60)
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