Todos los días tenemos delante de nosotros cosas que no sabemos cómo suceden, pero Dios lo conoce. ¿Qué sucede cuando una semilla es sembrada en la tierra, para que comience a brotar vida de ella? Ni el mejor científico lo puede explicar. Solo Dios conoce lo que sucede allá adentro, pero nosotros disfrutamos de los resultados.
Cuando tú comienzas a confesar la palabra, aunque no la entiendas, carga espíritu y carga vida. Toda tu vida ha sido el producto de todo lo que tú has estado hablando. Si has estado hablando problemas, tienes problemas, si has estado hablando de bendición, Dios te ha bendecido, si has estado hablando de enfermedad, entonces ha venido la enfermedad.
Lo más poderoso que tú tienes a tu disposición es el poder de hablar, de sembrar la palabra. En vez de estar usándola para cosas que no tienes que hablar, para estar llevando chismes, para estar dando tu opinión de las otras personas, para estar diciendo y repitiendo lo que dicen las noticias, la radio, la televisión, los periódicos, deberías comenzar a usar tu boca para bendición, para prosperidad, confesando la palabra, confesando aquello que tú quieres traer a tu vida, porque tus palabras funcionan como un magneto.
Lo entiendas o no lo entiendas, lo puedas definir o no lo puedas definir, la palabra que tú hablas produce resultados. La palabra de Dios nos lo enseña, una y otra vez, porque todo lo que Dios decía se hacía. Todo lo que Dios hablaba sucedía. Cuando Dios creó al mundo, no lo creó con materia, sino que todo lo que vemos hoy vino de lo que no se veía.
Cuando las cosas no se ven, tú tienes la palabra a favor tuyo.
Lo primero que Ezequiel recibió en su experiencia con el Señor, en el capítulo 37, fue confianza. Ezequiel no sabía si aquellos huesos iban a vivir, pero, cuando confesó la palabra, Ezequiel sabía que no importaba cuan seco, cuan regado, estuvieran aquellos huesos delante de él, una revelación, en combinación con la palabra que él confesó, activó el poder de la resurrección, de la restauración, y lo que estaba muerto, delante de él, cobró vida.
Santiago 1:18 dice: Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos la primicia de sus criaturas. Ese nuevo nacimiento es producto de la palabra que sale de tu boca, cuando tú confiesas a Jesucristo como tu Salvador, como tu Señor.
Es una ironía el hecho de que nos resulte tan fácil creer en la salvación, creer que somos cristianos y que el Espíritu de Dios mora en nosotros, producto tan solo de una confesión de nuestra boca, y luego no queremos usar lo mismo que nos trajo la salvación, lo mismo que nos trajo la vida eterna, lo mismo que nos trajo esa relación con Dios, para poder recibir todas las bendiciones que Dios tiene para nuestra vida.
Lo mismo que te trajo la salvación es lo mismo que va a hacer que tus finanzas abunden. Lo mismo que te trajo la salvación es lo mismo que va a resolver el problema familiar. Lo mismo que te trajo la salvación es lo mismo que va a poner tu cuerpo y tu salud en orden con la palabra del Señor.
Todo lo que decimos carga poder. El poder está en nuestra lengua. Si tú quieres que algo viva, tienes que hablarle a eso que tú quieres que viva. Una cosa es hablar de algo, y otra muy diferente es hablarle a algo. Deja de hablar de la economía, y comienza a hablarle a la economía, para que se ponga en línea con la palabra del Señor.
Por otro lado, hay cosas de las que tú no deberías estar hablando. El mismo Jesús, estando en la cruz, tuvo que callar, en un momento dado, porque, mientras se mantuvo hablando, se mantuvo con vida, y él necesitaba morir, para experimentar la muerte, y así completar aquello para lo cual él había sido enviado. De la misma manera, hay cosas en tu vida que necesitan morir. Deja de hablar lo que no tienes que estar hablando, deja de darle vida a aquello que Dios quiere muerto, comienza a hablarle a aquello que tú quieres que produzca resultados en tu vida.
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