BIENAVENTURADOS

Cuando Jesús declara: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”, se establece el primer nivel de su discipulado. El que no cumpla con esto, en verdad no es discípulo de Cristo.

¿Qué significa “bienaventurado”? Esta palabra proviene del término griego makarios,que denota auna persona de la cual Dios se ocupa de forma personal a fin de que esté totalmente satisfecha, completa y bendecida. Define a alguien que aunque esté en el mundo, se mantiene apartado de él, ya que Dios lo rodea y levanta una columna de fuego para su protección. A una persona “bienaventurada” nadie la puede tocar, porque está bendecida, satisfecha y favorecida dondequiera que se encuentre.

En otras palabras, una persona que es bienaventurada proyecta la bendición de Dios como algo favorable hacia otros, que se traspasa, se contagia. Se trata de una satisfacción que va progresando y propagándose. Sin embargo, aunque este estado es para ti y para mí, resultacondicional. No es algo tan sencillo como decir: “¡Nos salvamos! ¡Aleluya!”, o como suelen repetir muchos cristianos: “Lo digo, lo confieso y lo tengo”. Para ser bienaventurado, hay una condición. Leamos lo que dice la Palabra de Dios en Mateo 5:3: Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Ahora bien, tal vez alguien se pregunte que si ser bienaventurado es estar completo, satisfecho y bendecido, ¿por qué hay que ser pobres en espíritu? ¿A quiénes se refiere la Escritura cuando habla de “los pobres en espíritu”?

Primero que todo, aclaremos que eso no tiene nada que ver con la pobreza material. Dios siempre quiere bendecirte, y mucho. Para Dios vales lo mismo si tienes diez pesos o diez millones, puesto que él es el Dios infinito. Tengamos en cuenta que Jesús está hablando aquí de una virtud espiritual, no material. Todo esto tiene que ver con virtudes espirituales diseñadas para que tu corazón sea alimentado.

Desgraciadamente, en el hombre existe un sentido de independencia de Dios que se manifiesta como orgullo. A veces pensamos que merecemos algo, pero en verdad no somos dignos de nada.

El ser humano posee también un sentido de competencia innato, siempre nos estamos comparando. Por ejemplo, las mujeres comparan su cabello, su cuerpo y otras características físicas las unas con las otras. Los hombres, aunque parezca mentira, también lo hacen, estableciendo comparaciones en cuanto a muchos aspectos: casa, auto, empleo, entre muchas otras cosas. En la iglesia, la comparación ocurre cuando hay personas que se creen más espirituales que otras, aunque en realidad el que se considera más espiritual que los demás es quien necesita aprender más de Jesús. Resulta necesario hacer a un lado toda competencia, no vale la pena perder el tiempo en esto, pues fuimos creados como seres únicos e irrepetibles. Cuando nos valoramos de acuerdo a las otras personas, corremos el riesgo de sentirnos superiores y creer que no necesitamos de nadie. Esto ocurre porque nos separamos de Dios y negamos de cierta manera la necesidad que tenemos de Él en nuestra vida, olvidándonos de nuestro origen. Las Escrituras son claras en cuanto a este tema: “Y Dios el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente”(Génesis 2:7). Se nos olvida que si respiramos es porque Dios proveyó el oxígeno, él nos dio aliento de vida, y todo como un regalo.

Cuando Jesucristo nos dice que los bienaventurados son los pobres en espíritu, quiere indicar que son aquellos que reconocen su naturaleza humana y la incapacidad para hacer las cosas apartados de la grandeza de Dios, son concientes de que sin Él nada pueden hacer.

Si entendemos que dependemos de Jesús para la salvación y que nuestro valor en la vida consiste en buscarlo y desarrollar nuestros planes con Él y para Él, ponemos de manifiesto que el temor de Dios se ha desarrollado en nuestra vida, que somos pobres de espíritu y,  por lo tanto, bienaventurados.

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