El profeta Isaías dijo que habría uno que prepararía camino a Jehová, enderezando calza en soledad a nuestro Dios. Juan el bautista entendió que aquel del que hablaba Isaías era él. Entendió que era a él a quien le tocaba bajar los montes, levantar los valles, apaciguar el camino, alinear aquello que estaba desalineado. A él no le importó lo que la gente dijo de él. No le importó parecerle extraño al mundo; no le importó ser excéntrico, hacer las cosas de manera diferente. Él simplemente entendió que él tenía un llamado y que su llamado era preparar el camino para Aquel que vendría detrás de él.
La pregunta es: ¿A quién Dios te ha llamado a prepararle el camino?
¿Habrá alguien que pueda decir que su vida es diferente gracias a que tú invertiste en ella? ¿Has ayudado a alguien? ¿Le has dado palabra a alguien? ¿Has preparado el camino para alguien? ¿Has levantado un valle para alguien? ¿Has bajado un monte para alguien?
El problema que muchas veces tenemos los cristianos es que enfocamos nuestras vidas en alguien que abra el camino para nosotros. Nos enfocamos en que alguien sea la conexión que nos consiga el trabajo, en alguien que pueda referirnos, en alguien que nos dé palabra de parte de Dios.
Deja de pensar un poco en ti, en lo que tú necesitas, en la puerta que estás esperando que se abra para ti, y enfócate en la bendición de otra persona, enfócate en abrir el camino para otra persona, en buscar quién es esa persona a quien tú tienes que abrirle el camino, para que entonces Dios se encargue de traer la persona que él usará para que lo haga para ti.
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