La desobediencia del hombre causó una enfermedad llamada pecado que continúa arrasando con la humanidad; una división que nos aleja del amor de Dios. Esta enfermedad llamada pecado no solo se limita a una conducta impropia e inadecuada por nuestro mal proceder, sino además de ser una transgresión, es actuar independiente de Dios. Debido a esto comienzan a manifestarse emociones antes no conocidas por el hombre y la mujer, como la vergüenza, el miedo y la culpa.
Observemos la vida de Adán y Eva en Génesis 3:8-13:
Y oyeron la voz del Señor Dios que se paseaba en el huerto al aire del día; y se escondió el hombre y su mujer de delante del Señor Dios entre los árboles del huerto, Y llamé el Señor Dios al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí. Y le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? Has comido del árbol del que yo te mandé no comieses? Y el hombre respondió: La mujer que me diste, ella me dio del árbol, y comí”. Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me engañó, y comí.
La respuesta del hombre y su mujer al desobedecer a Dios fue esconderse por miedo a ser descubiertos. Al descubrir su desnudez, sintieron vergüenza porque estaban descubiertos de Dios. La palabra “vergüenza” significa un sentimiento de inutilidad e inferioridad; es además un sentimiento de temor que impide que una persona lleve algo a cabo. La vergüenza es una turbación producida por una falta cometida. Vivir alejados del amor del Padre producirá en nosotros vergüenza.
Muchas personas no estarán conscientes de esta verdad porque sus mentes se encuentran cauterizadas por la mentira del enemigo, manifestando una conducta sin vergüenza. En otros casos son personas que fueron abusadas por un pariente y aun de adultos se encierran en la vergüenza de que alguien conozca su secreto, produciendo sentimientos de coraje, frustración y aislamiento. Para otros, la vergüenza es consecuencia del abandono de un ser querido como es el caso de un matrimonio disuelto porque su pareja ya no la (o) ama y se fue con otra (o). La lista continúa, pero estos son algunos ejemplos. La Biblia dice en Salmo 34:5: Los que miraron a él fueron iluminados, y sus rostros nunca serán avergonzados.
Cuando ponemos nuestra mirada en Jesús, nuestra vergüenza desaparece porque Él ya murió en la cruz por nosotros.
La segunda emoción manifestada por el ser humano después del pecado fue el miedo, provocando una huida por no enfrentar su problema. El miedo es una emoción caracterizada por un intenso sentimiento desagradable debido a una percepción de un peligro real o imaginario, presente o futuro. Observa que el miedo aquí es acompañado por vergüenza: “Tuve miedo porque estaba desnudo”. El miedo es ausencia de Dios porque en Él no hay temor. La Palabra dice en 1 Juan 4:18: En el amor no hay temor, antes bien, el perfecto amor echa fuera el temor, pues el temor lleva en sí mismo castigo, de donde el que teme no ha sido perfeccionado en el amor.
El amor de Dios echa fuera todo temor. El miedo no proviene de Él. Este es resultado de la desconfianza y la ausencia de fe. Dios desea que podamos venir ante Él por medio de su hijo Jesús y hallar descanso. Recuerdo que cuando tenía unos 9 años nos pidieron a un grupo de juveniles y a mí tener una participación en la iglesia donde asistía. Todo estuvo bien hasta que me dieron el micrófono para que hablara. Comencé a temblar de pies a cabeza, no me salían las palabras y para colmo, la audiencia comenzó a reírse. Imagínate cómo me sentí. Me dije a mí mismo: “Jamás volveré a hablar en público”. Sin embargo, años después el Señor me halló y libertó de todo pasado y hoy en día tengo otro problema cuando me dan un micrófono: no me callo.
Muchas personas sufren de ansiedad y depresión, dos de los mayores problemas de salud mental en el mundo. Pero existe una buena noticia: Jesús vino a traer libertad del miedo por medio de su redención.
La tercera emoción luego del pecado fue la culpa. Adán culpó a Dios por darle una mujer y la hizo responsable de su desobediencia. La mujer culpó a la serpiente, por tentarla. La palabra “culpa” es algo que se mantiene dentro de sí, pero también conlleva ser expuesto, hallarse en peligro de sufrir los efectos de una mala acción y la negligencia de una desobediencia que no mide consecuencias. Existen la culpa real, que es por causa de una mala acción, y la culpa irreal, cuando después de haber sido perdonados, cargamos con acusaciones que provienen de nuestra mente.
Hay hijos que se culpan por el divorcio de sus padres. Otros culpan a las personas por sus infortunios, siendo esclavos del alma. En una ocasión conocí a una mujer que se culpaba por un aborto que se había practicado antes de conocer a Jesús y con lágrimas me contaba su sentimiento de angustia causado por la culpabilidad. Solo le hice una pregunta: “¿Estás arrepentida?”. Me contestó que sí y le respondí: “Entonces entrega esa culpa a Dios”. Desde ese momento fue libre. Una cosa es responsabilizarnos de nuestra culpa real y otra es vivir bajo las mentiras de Satanás, quien nos induce a crearnos una culpa irreal cuando ya Jesús nos perdonó. Salmos 32:1-2 (LBLA) dice:
¡Cuán bienaventurado es aquel cuya transgresión ha sido quitada, y cubierto su pecado! ¡Cuán bienaventurado es el hombre a quien Jehová no le imputa (culpa) iniquidad y en cuyo espíritu no hay engaño!
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