El poder para alterar las circunstancias es liberado en las oraciones proféticas de las madres y los padres. Los eruditos modernos interpretan el significado de profetizar como proclamar el evangelio. Sin embargo, proclamar el evangelio es predicar y enseñar (Mateo 28:19-20, Marcos 16:15). La palabra predicar se encuentra en más de cuarenta versículos en el Nuevo Testamento. La palabra griega común es kerysso, que significa “proclamar o anunciar un mensaje”. Esta se utilizaba para describir a una persona que había sido enviada por un rey a una ciudad con una proclama para ser leída en público.
La palabra enseñar en griego es didasko, que significa, “aprender de la instrucción”. No es lo mismo profecía que profetizar. La palabra profecía se utiliza en la mayoría de los contextos de mensajes bíblicos que predicen acontecimientos futuros. La palabra profetizar es profeteia, que significa “predecir acontecimientos bajo inspiración divina; ejercer el oficio de profeta”. Bíblicamente cuando hablamos de profetas se trata generalmente de hombres que operan bajo este don. Sin embargo, la Biblia también identifica a algunas mujeres como profetisas que operan bajo este don inspirado (Éxodo 15:20; Jueces 4:4; 2 Crónicas 34:22).
Lucas nos revela que dos mujeres que eran primas fueron también inspiradas por el Espíritu Santo. Sus declaraciones divinas fueron tan importantes, que aparecen registradas en el Nuevo Testamento. Elisabet era la mayor, y María la más joven. Ambas estaban embarazadas y ambas fueron informadas por el ángel Gabriel de que les nacerían hijos. Ellas supieron los nombres de sus hijos desde antes de nacer: Juan, el hijo de Elisabet, y Jesús el Hijo de María. Elisabet declaró una gran bendición sobre María: “Y exclamó a gran voz, y dijo: Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre” (Lucas 1:42).
María respondió a las buenas noticias de Elisabet, y sus palabras también son recordadas por los fieles religiosos de todo el mundo: “Porque ha mirado la bajeza de su sierva; pues he aquí, desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones” (Lucas 1:48).
En los tiempos del Nuevo Testamento María era un nombre común entre las mujeres israelitas. De hecho el nombre María aparece sesenta y un veces en cincuenta y tres versículos diferentes de la Biblia. La hermana mayor de Moisés y Aarón se llamaba María (Éxodo 15:20). Tenemos a María, la madre de Cristo (Mateo 1:16), a María Magdalena (Mateo 27:56); a María la madre de Santiago y Juan (Mateo 27:56); a María de Betania (Lucas 10:42); y a María la esposa de Cleofás (Juan 19:25). La Biblia se refiere a María como “la esposa de José”, y en relación con Cristo la llama “su madre” ocho veces en Mateo (Mateo 1:18; 2:11, 13-14, 20-21; 12:46; 13:55) .
El Padre de Cristo era celestial, pero su madre era terrenal. Imagínese a Cristo explicando la diferencia entre su lado paterno y su lado materno. Cuando le preguntaban qué edad tenía, tal vez decía: “Soy mayor que mi madre, pero tengo la misma edad de mi Padre”. Cuando le preguntaban dónde nació, podía responder: “Por parte de mi madre, en Belén, pero por parte de mi padre siempre he existido”. Cuando le preguntaban dónde vivía, podía explicar: “Por parte de mi madre, he vivido en Nazaret, pero por parte de mi padre solo estoy visitando la tierra durante unos años”. Cuando le preguntaban cuáles eran sus posesiones, la respuesta podía ser: “Por parte de mi madre tengo que pedir todo prestado, pero por el lado de mi Padre soy dueño de todo lo que ves”. Cuando reveló que moriría, pudo dar estos detalles: “Por el lado de mi madre voy a morir en Jerusalén, pero por el lado de mi Padre voy a vivir para siempre”. Como Jesús, la gente lo veía como un hombre terrenal, pero como Cristo, Él era el Hijo ungido de Dios.
El primer milagro de Cristo fue motivado por las instrucciones de su madre. En esos tiempos la celebración de una boda se extendía durante siete días (Jueces 14:15-18). La mayor preocupación durante esa semana de fiesta y celebración era quedarse sin comida y bebida. En Juan 2 se dice que se habían quedado si bebida, y María se preocupó. Cuando María se acercó a Cristo en busca de ayuda, Él se mostró tajante, diciendo: “Aún no ha venido mi hora [para realizar milagros]”. Sin responderle, María se dirigió a los criados y les dijo: “Haced todo lo que os dijere” (Juan 2:4-5).
En ese momento, María dio la declaración de misión de todo el ministerio de Cristo. Cualquier cosa que Él o Dios nos pida que hagamos, hagámosla. La bendición solo se libera a través de la obediencia, ¡y los milagros se manifiestan cuando hacemos lo que Él nos dice! Cristo actuó por la fe de su madre, y su primer milagro fue convertir el agua en vino en las bodas. Hay una cierta autoridad que se libera cuando una madre fija su atención en Cristo y comienza a declarar palabras que alterarán la situación actual y crearán un milagro para el futuro.
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