A veces algunas chicas nos reunimos a estudiar la Biblia. También hablamos de nuestras cosas y tomamos café, y es un lujo compartir galletas de chocolate sin sentirte culpable. Eso no se puede hacer con cualquiera hoy en día.
Quien más y quien menos, todas nosotras estamos pasando por una época difícil, en sentidos diferentes, pero con situaciones que nos preocupan y de las que hemos de ocuparnos. Familia, amigos, trabajo, nada que no sea humano. Oramos unas por otras, y hemos aprendido lo importante y beneficioso que es eso. No somos perfectas. Muchas veces llega el día y apenas nos ha dado tiempo de leernos el capítulo de la semana. Otras veces tenemos asuntos prioritarios que requieren hablar y ser escuchadas.
Esta vez nos tocaba estudiar la resurrección de Lázaro, y con todo lo trascendental que es el libro de Juan, yo me di cuenta de que ese día en especial salimos todas un poco tocadas.
Dice cosas que no son solo importantes, sino centrales en el mensaje del evangelio y en quién es Jesús mismo; pero sobre todo, en ese pasaje es imprescindible la relación personal que tenían dos mujeres con Jesús, al que llamaban su Maestro. La resurrección de Lázaro (y después la resurrección del propio Jesús) no podría entenderse así de bien sin la perspectiva femenina que es la que guía y dirige la narración tal cual nos ha llegado.
En este mes de marzo tan femenino, sobre todo los días que preceden al Día de la Mujer, todo queda empañado de un esfuerzo intelectual de incluir cualquier perspectiva de la mujer en las ecuaciones sociales y culturales. Es un esfuerzo loable, y lo lleva siendo ciento cincuenta años. Pero hoy en día a veces esas celebraciones se quedan en poco más que un escaparate de feminismos trasnochados.
Junto a los reportajes digitales sobre mujeres luchadoras se seguían viendo anuncios de muchachas en bikini, y así, cuando se cuela el dinero y los beneficios, ningún esfuerzo por hacernos creer que se honra a las mujeres puede resultar creíble. Las plataformas LGBT y su visión de una identidad de género basado en el sexo contrastan con las plataformas de (¿cómo llamarlos?) conservadores, o puritanos religiosos, la mayoría de ellos católicos y de muy derechas, que definen a las mujeres igualmente por su sexo, aunque en el otro extremo del espectro. En medio de eso, ya nadie duda de que una mujer de hoy puede trabajar de lo que quiera, ser profesional de lo que quiera y organizarse su vida con libertad.
Pero de ahí a la realidad, nadie puede decir que las mujeres de hoy en día sean libres para tomar cualquier decisión o que no sufran estigmas y dudas en cuanto a su identidad.
Hay mujeres que quieren ser amas de casa y se sienten culpables. Hay mujeres que quieren dar de mamar a sus hijos hasta que tienen dos y tres años y se sienten cohibidas por madres y abuelas de la cultura del biberón, que no dejan de recordarles lo esclavo que es eso (aunque muchas opinemos que no tiene que ser necesariamente verdad). Hay mujeres que sienten que esa libertad sexual que deberían defender no es más que una promiscuidad que solo beneficia a cierta clase de hombres, pero no se sienten con libertad para decirlo. Si te tiñes, o no te tiñes, si te maquillas o no lo haces, si eres vieja con treinta y cinco pero demasiado joven con treinta, si eres madre o no, si tienes novio, marido, o lo estás buscando, cuántos kilos te sobran y qué estás haciendo para solucionarlo, si aceptas o no hacer horas extra en el trabajo a pesar de que querías ir a recoger a tu hijo a la guardería, y el dinero hace falta, si te gusta cocinar o no: todo suma o resta a los ojos de los que no dejan de observar.
La libertad se esgrime y se defiende en cualquier esquina, pero sin una dirección clara. Las mujeres de hoy se siguen preguntando qué se supone que deben ser y hacer para contentar no solo a los hombres, sino al resto de mujeres y a la misma opinión pública.
No va a haber manera, ni la ha habido nunca, de especificar de forma clara y directa qué es una mujer, porque esa indefinición de la identidad femenina es consecuencia del castigo del Edén, y la sentencia sigue vigente. Forma parte de nuestra naturaleza pecadora. Hay ciertos movimientos feministas que no permiten que nadie diga que las mujeres también son pecadoras, porque opinan que el instinto femenino por el que deberíamos guiarnos está por encima de eso.
Pero qué diferente nos veía Jesús. Es asombroso que en una sociedad como la de la época las mujeres aparezcan tantas veces y de formas tan relevantes a lo largo de su ministerio y su vida, empezando por la importancia de su madre. Él hablaba con mujeres que no debía, como la samaritana, o como la mujer adúltera; dejaba que se le acercasen tanto como para tocar su manto sin ser advertidas. Me imagino a un Jesús que no dudaba en aceptar las invitaciones a cenar de prostitutas, y el revuelo que se causaría, del mismo modo que no despreciaba a las mujeres de la alta aristocracia política que le seguían y le apoyaban económicamente. De todo esto se ha escrito y hablado mucho, y se agradece.
Pero en Juan 11 lo realmente importante es lo que se entrevé de la relación con Marta y María. Lo dice abiertamente: eran sus amigas. Esa es una cuestión muy difícil de entender en nuestra sociedad hipersexualizada, donde se acaba desarrollando la teoría de que detrás de esa relación tenía que haber algo más que la iglesia ha querido ocultar por motivos perversos (ya saben, El código DaVinci y todo eso) .
En vez de intentar transformar nuestro punto de vista para entender lo que nos queda lejos, la realidad debe amoldarse a nuestras creencias. Y así nos va.
Pero el hecho, simple y directo, de que Jesús fuera amigo íntimo de estas dos hermanas aporta una luz enorme a nuestras vidas. Los pasajes en los que se habla de ellas muestran tímidamente lo diferentes que eran, y a Jesús no le importaba. Cada una a su manera era importante. Tenía tanta confianza con ellas que es en su presencia cuando se nos dice que él se conmovió y lloró frente a la tumba de Lázaro, y ya sabemos lo difícil que es llorar en presencia de extraños. En Juan 11 Jesús mantiene una conversación con las dos mujeres que solo puede entenderse a la luz de las horas y horas de charlas que debieron ocurrir incluso años antes de que comenzara su ministerio. Ellas reconocen a Jesús como Maestro, como hijo de Dios, antes de haberse manifestado plenamente como tal. Se conocían bien, tanto que Jesús se toma la libertad, en el velatorio de su hermano, de recordarles lo que ya habían hablado. Jesús no teme ni rehúye sus dudas ni su dolor. La fe, aprendemos de Marta y María, no tiene nada que ver con los sentimientos, y esa es la auténtica liberación femenina, la que fue entonces y la que sigue siendo válida hoy en día.
Solamente frente a Jesús se puede ser con libertad lo que una sea, sobre todo, reconocer que no somos perfectas ni lo hacemos todo bien, pero se nos perdona igual que a los hombres. En ese momento da igual que no puedas ponerte la talla 8, porque la vida eterna también es para nosotras.
El viernes pasado hablamos en el estudio de que es fantástico poder acceder ahora a esa misma amistad. Cuando Jesús dice en otro lugar de los evangelios que ya no somos siervos, sino amigos, el mayor ejemplo de esa amistad se muestra por medio de dos mujeres, y ese es un detalle importante.
Ahora sabemos que no estudiamos la Biblia por obligación, ni porque nadie piense que debemos hacerlo, ni por revancha de que alguien pensase (a estas alturas) que las mujeres no deben estudiar. Lo hacemos por capricho. Sí, porque queremos, nos gusta y nos edifica. Esa es la única verdadera libertad que nos concede creer en el evangelio.
0 comentarios:
Publicar un comentario