¿De qué trata la intercesión? ¿Tiene que ver solo con orar? Bueno, yo creo que la intercesión siempre debe comenzar con oración; pero la verdadera intercesión rara vez termina allí. Algunas palabras que podrían describir intercesión son: intervenir, mediar, negociar, y arbitrar; pero mi descripción favorita es “levantarse por algo o alguien”. Entre las maneras de interceder están: hablar por otro para defenderlo como un abogado, hablar en un conflicto que necesita ser resuelto, y levantarse en favor de los oprimidos y sin voz.
La Palabra nos muestra en qué momento debemos involucrarnos, dónde encontrar respuestas, y cómo arreglar lo que está dañado. Nos dirige hacia la luz al final del sendero.
“Dios no nos ha dado discernimiento para condenar, sino para que podamos interceder”.—Oswald Chambers
Ahora que sabemos en qué consiste la intercesión, podemos entender mejor lo que significa interceder. Es común que haya intercesión en los casos en que la luz y la oscuridad se encuentran. Jesús vino a mediar entre Dios y la humanidad, e intervenía cada vez que encontraba las oscuras fuerzas de la enfermedad, posesiones demoníacas, distorsión religiosa y opresión. Rebatió el doble discurso religioso de los maestros de la ley, arbitrando de manera brillante y con una sabiduría asombrosa.
Antes de levantarse del sepulcro, se levantó muchas veces para defender a otros.
Cuando le trajeron a una mujer acusada de adulterio, Jesús intercedió por ella al discernir que los líderes religiosos la habían traído solo para tratar de entramparlo y atraparlo. Estaban utilizando la Palabra de Dios como un instrumento de juicio. Ante este desafío intercesor, Cristo discernió la verdadera intención de los líderes religiosos y pronunció palabras de luz hacia sus oscurecidos corazones.
“Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella” (Juan 8:7). Jesús se agachó y esperó que se fueran los acusadores. Luego se levantó otra vez, y dijo: “Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó? Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más. Otra vez Jesús les habló, diciendo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (vers. 10–12).
Jesús le concedió el privilegio de llevar una vida sin pecado a la luz de su futuro, algo que ella jamás pudo disfrutar mientras estuvo atada a la oscura condena de su pasado. ¡Las piedras ya no podrían enviar al sepulcro a esta mujer sin nombre! Hermanas, soltemos las piedras de condenación y tomemos la espada de la luz. El discernimiento tiene el poder de iluminar el mundo para otros.
Jesús intercedió también cuando se paró frente a un sepulcro de piedra y levantó a Lázaro de los muertos. Jesús lloró por el dolor de la pérdida del amigo.
“Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado. Y habiendo dicho esto, clamó a gran voz: ¡Lázaro, ven fuera! Y el que había muerto salió, atadas las manos y los pies con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: Desatadle, y dejadle ir” (Juan 11:41–44).
Lázaro abandonó la oscuridad del sepulcro y encontró liberación en la luz de un nuevo día. El discernimiento y la verdadera intercesión tienen el poder de liberar a los cautivos retenidos hacia un nuevo destino. A lo largo de su recorrido espiritual, Jesús fue capaz de discernir la obra del maligno e interceder para traer verdad, luz, y sanación a una tierra ensombrecida. En mi opinión, su mayor muestra de discernimiento ocurrió cuando dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34).
El discernimiento identifica cuándo alguien está cegado, e intercede fijándose más en la ignorancia que en sus actos. La cruz acabó con nuestra separación de Dios, pero su intercesión no terminó allí. Jesús no solo se levantó de los muertos; también ascendió al cielo: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros” (Romanos 8:33–34).
Gracias a este discernimiento eterno, se nos ha prometido: “¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? [ . . . ] Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó” (vers. 35, 37).
Querida amiga, es hora de fortalecernos en la Palabra, iluminar este mundo con el verdadero discernimiento, y levantarnos e iluminar a otros a través de nuestros actos de intercesión.
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