El aprendizaje es un proceso que exige una disciplina y esfuerzo. El crecimiento cristiano, de igual modo, depende de la disposición de nuestro corazón, nuestra mente, el tiempo dedicado, la importancia que le otorgamos a la voz del Padre.
Al principio estamos ávidos de buscar la verdad y el entusiasmo nos renueva las fuerzas día a día para disciplinarnos. Sin embargo, a medida que pasa el tiempo, nos cuesta cada vez seguir aprendiendo y lo que antes nos resultaba una motivación se convierte en un sacrificio.
Por supuesto que detrás de todas nuestras debilidades hay alguien que planea la manera de ocupar nuestra mente de excusas para dejar de sentirnos culpables ante las faltas.
Podemos excusarnos eternamente, porque de hecho, no somos tan malas personas y ejercemos “no tan mal” el cristianismo… eso sí, probablemente no podemos visualizar la voluntad de Dios viviendo en una chatura.
Sabemos que no hemos sido pensados para la mediocridad pero no tenemos las agallas para pensar qué maravillosas cosas experimentaríamos si nos abandonásemos en las manos de Él.
Quizás el comienzo para comenzar a andar el camino del crecimiento espiritual sea identificar cuál resulta el enemigo que debemos enfrentar para comenzar a aprender. Las barreras del aprendizaje se erigen para impedirnos comenzar a andar ese camino.¿ Cuál es nuestro enemigo a vencer?
• No somos conscientes de nuestra ceguera. La primera tarea es reconocernos en nuestra situación. Mirar el interior y analizarnos.
• No tenemos tiempo. Es nuestra gran excusa, el caballito de batalla de todos los argumentos. No demos más rodeos: el tiempo es un recurso más de nuestras vidas que debemos administrar, es una cuestión de prioridades de nuestro corazón.
• Confundimos información con saber. A veces los estudios bíblicos resultan una fuente de datos más. El saber involucra más que el tener información. Porque yo se algo es que hago tal o cual cosa; de modo que cuando tengo internalizado un saber creo fehacientemente en él y actúo en consecuencia.
• Confundimos opinión con saber. ¿Cuántas veces hacemos hablar a la Biblia haciendo interpretaciones según nuestro parecer? Emitir opiniones acerca de lo que nosotros pensamos que Dios quiere decir está muy lejos de saber realmente qué quiere de nosotros. Esta es una conducta más común de lo que imaginamos. Pensemos en esto: frente a una controversia ¿qué solemos hacer? Seguramente opinamos del tema diciendo “Dios quiere… Dios no quiere…” y pocas veces recurrimos a la palabra y la oración para preguntar directamente a la fuente cuál es su voluntad.
• Yo no puedo. Nosotros mismos ponemos la vara de nuestro crecimiento según las aptitudes que tenemos y si la estima es baja la vara también lo será. Pero la debilidad es la materia prima preferida del Creador. ¡No se trata de lo que nosotros mismos pensamos que somos sino lo que verdaderamente podemos llegar a ser en sus manos!
• Excluimos la espiritualidad del aprendizaje. Nuestro aprendizaje es eminentemente espiritual. Podemos hacer grandes razonamientos pero la experiencia debe ser espiritual. Esto significa que lo que aprendamos debe ser transformador. Sí o sí debe tener un impacto de cambio en nuestra vida.
“Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido; y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Todas la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir , para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” 2 Timoteo 3:14 - 17
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