MI MAMA


De cierto modo perdí a mi mamá hace algún tiempo, aunque no estoy segura de cuándo.

No se ha ido como cuando alguien sufre un grave accidente de tránsito, con daños severos, y queda en estado vegetal.

El proceso de la pérdida ha sido lento… gradual… frustrante… incesante… Primero, perdí algo de todo, y luego, todo de algo… de alguna época, o… todo de un solo golpe.

Las carreteras de su cerebro están bloqueadas con desvíos que la conducen a donde ella no quiere ir. El embrague del motor de sus pensamientos, que se niega a funcionar adecuadamente, provoca que ella comience a hablar, tartamudee, y luego se detenga confundida.Yo solía avergonzarme porque mi mamá le hablaba a cualquier cosa que estuviera en movimiento. Ella escucha mis palabras, pero la traducción para darle el sentido correcto es errónea. La información que más quiero que escuche se pierde.

¿Qué es lo que hago yo? Se lo repito de nuevo, una y otra vez… quizá algo se le quede. Está bien, no necesito hablar. Solo tengo que estar ahí. Tocarla. Sostener su mano. La música —comentan algunos— es lo último que se olvida. Le encanta la música. Puedo darle el regalo de la música, como una canción exclusiva para ella.

Mis recuerdos...

Siempre me han fascinado sus manos.

Recuerdo que, cuando era niña y me sentaba a su lado en la iglesia, yo solía trazar con mi dedo las venas de su mano.

Ella toca el piano. Solía tocar para los niños de cinco años en la escuela dominical «Cristo me ama», «Cristo ama a los niñitos».

Le encantan las buenas bromas, o aún mejor una historia chistosa. Solíamos hacerla reír hasta que las lágrimas le bajaran por las mejillas. Siempre era durante la cena y por eso ella siempre era la última en terminar de comer. Le encanta comer, de hecho, le encanta vivir. A ella los paisajes, sonidos, sabores, olores, colores… todos… le parecen igualmente maravillosos.

Pero, antes de cualquier otra cosa está la gente.

Para mi mamá la gente es muy importante, la familia, los amigos, los conocidos… aun los extraños son importantes. Yo solía avergonzarme porque mi mamá le hablaba a cualquier cosa que estuviera en movimiento.

Si alguien en el pasillo del supermercado elegía la misma clase de sopa que ella, ¡lo convertía en un motivo de celebración!

Ahora extraño ese lado de mamá, porque a través de su persona he aprendido a apreciar y a confiar en otros por lo que son.

Sus propios recuerdos...

Desde afuera, pareciera que tienen poca vida. Pero… ¿será realmente así?

Ella vive en el presente, y lo disfruta a cada momento, y con gracia para olvidar cada decepción.

Cada vez que le hablo por teléfono, tengo que aprender a vivir con ella ese encuentro. Después de cada conversación, debo estar consciente de que lo importante no es lo que ella recuerde, sino que el evento y lugar olvidados fueron reales y con mucho significado en aquella situación específica.

Es posible que sus recuerdos se hayan reducido a los sentimientos esenciales de sentir amor y reconocer la comodidad, el apoyo y la esperanza.

Quizás… esta enfermedad, que yo veo como una cruel ladrona, sea en realidad un bello regalo.

Sujeta al proceso

Algunos comentan que ciertos pacientes se comportan violentos por la confusión que sienten, y lastiman a aquellos que se preocupan por ellos. Me pregunto si su enfermedad llegará tan lejos. No lo sé.

Todo lo que puedo lograr es que las dos vivamos a plenitud día a día, gozando lo que tenemos y somos ahora mismo, para que cada una le exprese a la otra quién es. Para ella… eso ya es suficiente. Yo estoy procurando aprender que eso para mí también sea suficiente.

La semana pasada hablamos por teléfono.

A veces le temo a esas conversaciones. Pero esa resultó ser una buena llamada. Ella me escuchó, y me hizo una pregunta esforzándose por entenderme. Y, lo mejor de todo, logré hacerla reír. No solo una, sino ¡tres veces!

Aún puedo conseguir que se divierta, que disfrute el momento.

Hoy hablé con ella por teléfono. Me comentó que me escuchaba feliz y contenta.

Ha olvidado que vivo en Australia, y que Dave y yo somos misioneros acá.

Me preguntó cuántos hijos tenía.

En noviembre nos tomaremos fotos para un retrato familiar. Le mandaré una copia con nuestros nombres impresos en ella, así mamá nos podrá ver continuamente.

Todavía me llama «cariño». Eso me tranquiliza.

Junio y julio de 2006

Viajamos a los Estados Unidos para visitar a nuestra gente.

Vi a mi mamá. La mayoría de sus cabellos grises ahora eran mechones blancos. Sus dientes estaban amarillentos por tantas tazas de té que había bebido en todos estos años.

Nos sonrió y saludó, pero en sus ojos no apareció ni una sola chispa de reconocimiento. Me descubrí a mí misma alejándome de ella, como si fuera una extraña.

Ni siquiera me sentía cómoda diciéndole mamá porque ella no sabía quién era yo.

Le traje un CD que le grabé con algunos de sus himnos favoritos interpretados por mí con la guitarra.

Me sentía muy satisfecha de haberlo hecho. Me escuchó y empezó a tararear junto a mí, después de cantar un par de versos ella empezó a cantar la letra conmigo. La música conectaba una parte mía con una parte de ella. Así logré mi cometido. Le doy gracias a Dios por la idea de haberlo grabado.

Noviembre de 2006

Han pasado cinco meses desde que visité a Mamá.

La llamé esta semana y sostuvimos una pequeña plática.

Ella me preguntó: «¿Qué has estado haciendo?»

La puse al tanto de todo lo que pasaba, cómo estaban los niños, en la casa y en la escuela.

Y luego, cuando ya había terminado me preguntó otra vez «¿Qué has estado haciendo últimamente?»

Así que le conté un poco más, detalles que se me habían escapado antes. La tercera vez que preguntó yo ya no tenía más historias. Pero ella sonaba contenta y pensé que por lo menos me había escuchado y se había reído por un rato.

Cuando dijo «adiós, cariño», me hizo sonreír.

Febrero de 2007

Archie me confirmó que Mamá está, oficialmente, en la segunda etapa de Alzheimer. Para mí, estas fueron buenas noticias, porque, de hecho, yo había pensado que ella estaba mucho más avanzada en la enfermedad. Me alegró escuchar que ella aún podía estar estancada. Mamá ya cumplió 80 años. Es difícil de creer, en serio. Me resulta duro aceptar su envejecimiento porque no me encuentro allá, viviendo con ella, para observar los cambios graduales que se van dando. Ella sonaba muy contenta cuando me saludó, a pesar de que no sabía cuál sería la voz que escucharía. Ya no me preocupa si ella reconoce o no mi voz cuando le hablo por teléfono. Solo la saludo. «Hola mamá». Y parece que ella acepta que yo soy su hija sin importar si le encuentra sentido o no a este hecho. Repetidas veces me mencionó qué bueno era que la hubiera llamado y qué bueno era saber de mí. Cuando me despedí diciéndole: «Te amo», ella dijo con el mismo tono de siempre «yo también te amo, cariño».

Mientras leía uno de los libros devocionales de Jerry Bridges, me encontré con unos versículos en el Salmo 16 que, aunque suene un poco cruel, los quiero recordar en el funeral de mamá. Salmo 16.2, 5, 6, 9, 11.

Septiembre de 2009

Últimamente me ha resultado difícil contactar a mamá por teléfono, así que le mandé un largo correo de feliz Día de las Madres. Nunca me respondió. Así que decidí llamarla por Skype. Archie me dijo que todo andaba bien y me preguntó si quería hablar con ella. Él tuvo que recordarle quién era yo. Ahora mamá ya no me reconoce. Ella sonaba muy contenta cuando me saludó, a pesar de que no sabía cuál sería la voz que escucharía. Archie tuvo que convencerla de colocar el teléfono en su oído para que me escuchara. Cuando le pregunté cómo estaba, hizo un enredo entre cosas buenas y malas, que yo entendí como que ella tiene sus días buenos y sus días malos. Le dije: «Pero tú sabes que Dios está contigo en los días buenos y en los días malos, ¿verdad?» Me respondió que sí. Hablamos un poco más y le comenté: «¿No te parece bueno saber que aunque olvides todo lo demás siempre recuerdas a Jesús?» Ella respondió: «Eso es cierto».

Ahora puedo ver con más profundidad el significado de la frase «no hay para mí bien fuera de ti» (Salmo 16.2).

«Así sucederá también con la resurrección de los muertos.

Lo que se siembra en corrupción, resucita en incorrupción;

lo que se siembra en oprobio, resucita en gloria;

lo que se siembra en debilidad, resucita en poder;

se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual.

1 Corintios 15.42–44ª » - NVI

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