Quiero anunciar el mensaje cristiano considerando siempre su contexto histórico, no menospreciando la secuencia del relato leído, y sólo haciendo aplicaciones responsables.
No quiero oír, aprobar, o estar de acuerdo con predicaciones temáticas en donde el texto bíblico es apenas utilizado como pretexto para hacer afirmaciones irresponsables de bendiciones, portentos y milagros.
Quiero estar siempre abierto al soplo del Espíritu. Él puede visitar mi vida, familia, iglesia y nación como lo desee. Reconozco que las intervenciones de Dios suceden de acuerdo a su discreción. Él puede tanto entrometerse en el transcurso de la historia, como lo hizo en algunas circunstancias, como puede mantenerse escondido y en silencio, como prefirió en otras.
No quiero manipulaciones de lo sagrado para demostrar la presencia de Dios. No quiero intentar «ajustar» los actos divinos a las expectativas de auditorios ávidos por señales venidas del cielo. Si Dios prefiere que mi fe se base apenas en el testimonio de hombres y mujeres del pasado, me quedo satisfecho, sin exigir ninguna manifestación sobrenatural.
Quiero ver a la iglesia actuando mejor en la política. Entiendo que es el deber de toda religión la defensa de la justicia. Quiero que se abogue por los pobres (representados por huérfanos y viudas), se asuman posturas sobre los sutiles engranajes de la muerte, y se sepa discernir el peligro del «mundo». Quiero ver a la iglesia haciendo Política (así mismo, con «P» mayúscula).
No quiero participar de campañas de candidatos «oficiales» de ninguna institución. No tolero que algunos pastores todavía piensen que las iglesias necesitan de representantes electos. No quiero tener «muchachos de los mandados» en las cámaras y las asambleas. No quiero hacer política (con «p» minúscula). No quiero disputar por el poder.
Quiero andar el largo camino del discipulado, ayudando a hombres y mujeres a forjar sus vidas siguiendo los pasos de Jesús. Quiero fundar mi predicación en los principios bíblicos que integran a las personas. Deseo profundizar mi percepción acerca de la manera en que el Evangelio orienta la vida en la tierra. Quiero ver a los cristianos experimentando una bella calidad de vida aquí, antes de partir hacia el cielo.
No quiero buscar atajos para la madurez. No quiero formulas fáciles para nada. No quiero paquetes venidos del exterior que, bajo la pretendida fama de ser «principios transferibles», lograrán mágicamente resolver los problemas conyugales, las enfermedades y las disfunciones familiares. No quiero una espiritualidad disgregadora, que no tiene pie sobre la tierra. No quiero respuestas piadosas a las angustias humanas y no quiero que las personas esperen por el paraíso para comenzar a vivir.
Quiero caminar con gente que reconozca sus defectos, sepa conversar sin espiritualizar y demonizar los asuntos abordados y me permitan reír y llorar. Quiero ser amigo de los que lloran el dolor del mundo porque notan en él su propio mundo de dolor.
No quiero andar con religiosos que gusten de frases hechas. No quiero vivir con quien se esconde del sufrimiento humano con muletillas teológicas. No quiero más estar en ambientes y reuniones que no desborden para la vida.
Quiero ser amigo de Dios y de hombres y mujeres que aman la paz. Quiero ser más simple de lo que soy, quiero ser más sensible de lo que puedo lograr, quiero ser menos codicioso de lo que siempre fui. Quiero vencer la vanidad que alimenté en falsos espejos.
No quiero perder mi alma en nombre de la religión. No quiero dejar ir por la alcantarilla los pocos años que aún me quedan. No quiero un día lamentar haber perdido la vida queriendo encontrarla.
No quiero oír, aprobar, o estar de acuerdo con predicaciones temáticas en donde el texto bíblico es apenas utilizado como pretexto para hacer afirmaciones irresponsables de bendiciones, portentos y milagros.
Quiero estar siempre abierto al soplo del Espíritu. Él puede visitar mi vida, familia, iglesia y nación como lo desee. Reconozco que las intervenciones de Dios suceden de acuerdo a su discreción. Él puede tanto entrometerse en el transcurso de la historia, como lo hizo en algunas circunstancias, como puede mantenerse escondido y en silencio, como prefirió en otras.
No quiero manipulaciones de lo sagrado para demostrar la presencia de Dios. No quiero intentar «ajustar» los actos divinos a las expectativas de auditorios ávidos por señales venidas del cielo. Si Dios prefiere que mi fe se base apenas en el testimonio de hombres y mujeres del pasado, me quedo satisfecho, sin exigir ninguna manifestación sobrenatural.
Quiero ver a la iglesia actuando mejor en la política. Entiendo que es el deber de toda religión la defensa de la justicia. Quiero que se abogue por los pobres (representados por huérfanos y viudas), se asuman posturas sobre los sutiles engranajes de la muerte, y se sepa discernir el peligro del «mundo». Quiero ver a la iglesia haciendo Política (así mismo, con «P» mayúscula).
Si Dios prefiere que mi fe se base apenas en el testimonio de hombres y mujeres del pasado, me quedo satisfecho, sin exigir ninguna manifestación sobrenatural.
No quiero participar de campañas de candidatos «oficiales» de ninguna institución. No tolero que algunos pastores todavía piensen que las iglesias necesitan de representantes electos. No quiero tener «muchachos de los mandados» en las cámaras y las asambleas. No quiero hacer política (con «p» minúscula). No quiero disputar por el poder.
Quiero andar el largo camino del discipulado, ayudando a hombres y mujeres a forjar sus vidas siguiendo los pasos de Jesús. Quiero fundar mi predicación en los principios bíblicos que integran a las personas. Deseo profundizar mi percepción acerca de la manera en que el Evangelio orienta la vida en la tierra. Quiero ver a los cristianos experimentando una bella calidad de vida aquí, antes de partir hacia el cielo.
No quiero buscar atajos para la madurez. No quiero formulas fáciles para nada. No quiero paquetes venidos del exterior que, bajo la pretendida fama de ser «principios transferibles», lograrán mágicamente resolver los problemas conyugales, las enfermedades y las disfunciones familiares. No quiero una espiritualidad disgregadora, que no tiene pie sobre la tierra. No quiero respuestas piadosas a las angustias humanas y no quiero que las personas esperen por el paraíso para comenzar a vivir.
Quiero caminar con gente que reconozca sus defectos, sepa conversar sin espiritualizar y demonizar los asuntos abordados y me permitan reír y llorar. Quiero ser amigo de los que lloran el dolor del mundo porque notan en él su propio mundo de dolor.
No quiero andar con religiosos que gusten de frases hechas. No quiero vivir con quien se esconde del sufrimiento humano con muletillas teológicas. No quiero más estar en ambientes y reuniones que no desborden para la vida.
Quiero ser amigo de Dios y de hombres y mujeres que aman la paz. Quiero ser más simple de lo que soy, quiero ser más sensible de lo que puedo lograr, quiero ser menos codicioso de lo que siempre fui. Quiero vencer la vanidad que alimenté en falsos espejos.
No quiero perder mi alma en nombre de la religión. No quiero dejar ir por la alcantarilla los pocos años que aún me quedan. No quiero un día lamentar haber perdido la vida queriendo encontrarla.
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