Una de las tareas que tuvieron que imponerse los cristianos de los primeros siglos fue la de desmontar el enredo ideológico que el paganismo había ido fabricando a lo largo de los siglos. Las creencias y explicaciones sobre el origen y funcionamiento del mundo venían envueltas en la forma de mitos que, aunque fantasiosos e irracionales, estaban difundidos por doquier en un sinfín de manifestaciones. Pero aunque fueran muy dispares entre sí, había algo en común que todos esos mitos compartían: Su idolatría.
Durante el periodo del imperio romano las manifestaciones de la idolatría fueron innumerables y algunas de ellas llegaron a tal grado de ridiculez que los autores cristianos no tuvieron más remedio que burlarse de ellas, como hizo Agustín de Hipona al mencionar la multiplicidad de divinidades que los romanos habían fabricado para describir su reparto de tareas en el proceso del crecimiento del trigo: ‘Y fue así como encargaron a Proserpina del trigo en germen, al dios Nodoto de los brotes y nudos del tallo, a Volutina de la envoltura folicular. Y cuando ya los folículos empiezan a abrirse, para dejar paso a la espiga, está la diosa Patelana; luego, cuando las espigas van igualando sus aristas, la diosa Hostilina, ya que los antiguos por el verbo igualar usaban hostire; la diosa Flora está para la floración del trigo; el dios Lacturno para el período en que está lechoso; la diosa Matuta para la maduración; la diosa Runcina para cuando se lo arranca, es decir, cuando ya lo llevan de la tierra.
Y no enumero toda la lista porque me da hastío lo que a ellos no les da vergüenza.’i Claro que no todas las manifestaciones idolátricas eran tan bobas como la del trigo; las había sórdidas hasta el extremo, como el mismo autor cristiano explica en otro sitio de la misma obra: ‘También otrora nosotros, en nuestra juventud, asistíamos a estos espectáculos ridículos y sacrílegos. Contemplábamos a los poseídos, escuchábamos a los concertistas, nos deleitábamos en las infames representaciones que se hacían en honor de dioses y diosas, de la Virgen Celeste y de Berecintia, la madre de todos ellos.
El día solemne de su purificación canturreaban los más viles comediantes ante su litera unas tales obscenidades, que se avergonzaría de oírlas no digo ya la madre de los dioses, sino la madre de cualquiera de los senadores u hombres de bien. Es más, se avergonzarían incluso las mismas madres de estos payasos... Todas estas torpezas en palabras y gestos teatrales obscenos, que les hubiera abochornado ensayarlas en casa, ante sus madres, las representaban a plena luz, ante la madre de todos los dioses, en presencia de una enorme multitud de ambos sexos que veía y oía todo esto.’ii Y es que aquellas depravadas divinidades eran la excusa perfecta para justificar las depravadas costumbres que los paganos practicaban.
Divinidades que ellos mismos se habían inventado, de modo que era un círculo vicioso: Los desviados dioses y sus desviados fabricantes y adoradores se aprobaban mutuamente. Una de las divinidades que es hegemónica en el panorama occidental actual es el dios Derecho. Lo que comenzó siendo un instrumento, un medio, para proteger a cualquier ser humano de los abusos y arbitrariedades de otro, al definir cuáles eran los derechos intrínsecos que toda persona poseía, con el paso del tiempo se ha convertido en una divinidad a la que se invoca y apela para, en su nombre, poder hacer lo que a uno le venga en gana.
De este modo, igual que los romanos con su caterva interminable de dioses y diosas, se ha ampliado el número de derechos, hasta cubrir todas las torpezas y abominaciones habidas y por haber, bajo la advocación del dios Derecho.
¿Quieres pasar de ser hombre a mujer o viceversa? Apela a Derecho.
¿Quieres acabar con tu descendiente antes de que nazca? Apela a Derecho.
¿Quieres que tu desviación sea orientación? Apela a Derecho.
¿Quieres ser padre o madre sin cónyuge? Apela a Derecho.
¿Quieres que tu unión contra natura sea legal? Apela a Derecho.
¿Quieres transgredir a toda costa? Apela a Derecho
¿Quieres que tu voluntad sea suprema? Apela a Derecho.
¿Quieres que cualquiera que niegue esas facultades sea perseguido? Apela a Derecho.
El dios Derecho te amparará y acreditará, avasallando y derrotando a quienes se atrevan a contradecirte. Pero como todos los dioses del paganismo, también el dios Derecho es incoherente e irracional, ya que niega a unos lo que concede a otros. O para decirlo de otra manera, es propicio para lo torcido y contrario para lo recto. Porque si un infante apela a Derecho para tener obligatoriamente un padre y una madre, Derecho le niega ese derecho, argumentando el derecho de sus adoradores a permitirse ese derecho. O si alguien apela a Derecho para que se reconozca que sólo hay una clase de matrimonio legítimo, Derecho niega ese derecho, que la propia naturaleza ha instituido. Y si un no nacido apela a Derecho para que sea respetado su derecho a vivir, Derecho le niega el derecho, concediéndole el derecho de decidir solamente a sus progenitores.
De todo ello se desprende que al dios Derecho habría que cambiarle el nombre por otro, que sea más acorde con su carácter. Mejor le convendría el de Torcido, porque tuerce lo recto y retuerce lo justo, llamando derecho a lo que está tergiversado.
El dios Derecho que es Torcido: He aquí la divinidad favorita actual ¡Qué degradación ha sufrido el verdadero derecho! ¡En qué monstruo se le ha convertido! Y es que cuando se le da la espalda al Dios del derecho se hace del Derecho un dios.
Verdaderamente la creación de dioses aberrantes no era exclusiva de los antiguos romanos.
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