En Juan 12, la palabra nos narra el momento en que llegan para aprehender a Jesús. En ese momento, Jesús les dijo a sus discípulos que su hora había llegado.
Curiosamente, Jesús se refiere a su hora en varias ocasiones a través de las escrituras. A María, su madre, en las bodas de Canaán, cuando esta le dice que el vino escaseaba, Jesús le responde: Mujer, ¿qué tienes conmigo? Mi hora no ha llegado. En otra ocasión, mientras oraba en el monte, Jesús dijo: Ha llegado la hora de que mi Padre sea glorificado.
En esta ocasión, nuestro Señor entendió que su tiempo había llegado para entregarse como un sacrificio, para someter su voluntad, y para hacer lo que Dios le había pedido que hiciera. Él sabía que en esa decisión se encontraba el verdadero fruto de su vida, que no estaba en los resultados que tuvo por tres años y medio en la tierra, sino que él estaba buscado unos frutos más allá de lo que había vivido.
Jesús había multiplicado panes y peces, había sanado enfermos, había libertado gente; pero él sabía que había otro nivel de fruto, otra dimensión de experiencia que él tenía que vivir, y que, esa experiencia solo llegaría entendiendo que era la hora de entregarse por completo.
En Isaías 53, se profetiza acerca del sacrificio de nuestro Señor. La escritura dice que, poniendo su vida, vería el linaje, viviría por largos días, y la voluntad de Jehová sería en su mano prosperada. Esa era la hora que Jesús estaba buscando. Él no estaba buscando satisfacer una necesidad momentánea; él quería ver un linaje.
Ahora bien, Cristo no tuvo hijos naturales. Sin embargo, él quería ver el linaje, una descendencia suya, quería vivir largos días, y tenía la expectativa de que sería prosperado en su mano. Jesús quería ver todo esto. Dios no lo obligó a poner su vida. Dice esta escritura: Cuando haya puesto su vida. Jesús puso, voluntariamente, su vida. Estuvo dispuesto a hacerlo.
Una cosa es hacer la voluntad de Dios, otra, que la voluntad de Dios prospere en tu mano.
Jesús tuvo muchos frutos en esta tierra; alcanzó grandes éxitos, logró grandes cosas; pero entendió que llegó la hora de alcanzar algo más grande. Él quería ver un linaje, una descendencia, no natural, sino que éramos nosotros. Él quería vernos a nosotros, los coherederos. Él estaba en la expectativa de ver cómo él podía reproducirse en nosotros, y quería ver cómo, en su mano, la voluntad de Jehová iba a prosperar. Pero eso no iba a ocurrir, sino hasta que él pusiera su vida.
La limitación que muchos cristianos tienen es que tienen grandes éxitos, logros, victorias en la vida, pero siempre hay quienes se quedan sin alcanzar el máximo potencial en su vida, porque tú nunca alcanzarás lo máximo, sino hasta que estés dispuesto a poner tu vida por algo.
Hay quien no se casa, porque así tiene ciertos beneficios. En un matrimonio, no se puede vivir al máximo, sin estar dispuesto a dar su vida, a dejar la soltería. Hay quien tiene éxito en el trabajo, pero nunca alcanzarás el máximo potencial laboral, sino hasta que pongas tu vida.
Mientras no derrames tu vida en algo o por algo, tu prosperidad será temporera, porque la voluntad de Jehová no prospera en la mano de aquel que no está dispuesto a poner su vida por algo más grande.
La pregunta es, si hay algo en esta vida por lo que tú estés dispuesto a poner la tuya.
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