Los roles y las jerarquías, dentro de los parámetros sociales y culturales del ser humano marcan estructuras y funciones muy importantes. Nos ubican a quiénes y cómo dirigirnos, el rol que ocupamos y nuestra accesibilidad a ciertas personas.
No tenemos la posibilidad sencilla de acceder a una autoridad gubernamental, por ejemplo, sin pensar en notas, solicitudes y varias personas previas a la posibilidad de un encuentro.
Cuando pensamos en la Autoridad Superior en el Universo completo, al Creador absoluto de la existencia de la vida, al Rey de Reyes y Señor de Señores y al mismo tiempo nos vemos a nosotros mismos, incapaces de manejar nuestro amanecer cada día, porque dependemos de Él… ¿Cuán accesible tenemos la posibilidad de un encuentro personal con tal Subli me Ser?
En Hebreos 2: 11 leemos: “¿Qué es el hombre, para que en él pienses? ¿Qué es el ser humano para que lo tomes en cuenta?” NVI. La respuesta absoluta y real es simple, una sola palabra: NADA. El ser humano no es nada ante la Majestuosidad de Dios.
Sin embargo, y casi como un absurdo en los órdenes jerárquicos y estructurales establecidos por el mismo hombre, ése Dios Santo y Poderoso, anhela un encuentro personal e íntimo con ese hombre o mujer que no es capaz de darse a sí mismo ni siquiera la posibilidad de respirar día a día. Cada mañana en la que contemplamos el amanecer, Dios nos está brindando una nueva posibilidad de hablarle y hablarnos, guiarnos, ayudarnos, cuidarnos, sanarnos, y la mejor y primera de todos: salvarnos de esa muerte segura a la que estamos destinados desde el día que nacemos.
Entonces la decisión de vivir una vida alejada de esa posibilidad continua de estar con Él es absoluta y plena del ser humano. Nosotros somos quienes ponemos las trabas a esa cita espiritual de la que estamos más que invitados. El ser inferior es quién rechaza al Ser Superior.
En Apocalipsis 3: 20 leemos: “Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré, y cenaré con él y él conmigo.” NVI (énfasis añadido).
Allí está Él; de pié junto a tu cama, cada mañana, esperando que abras tus ojos y lo saludes, le agradezcas, encomiendes tu vida a Él, decidas caminar de Su mano. Dispuesto a conceder los deseos de tu corazón, a darte los regalos que día a día tiene preparado para tu vida, susurrarte de su amor al oído y brindarte de su más dulce compañía.
Estás leyendo este artículo, y Él continúa de pié a tu lado, gira los ojos de tu corazón y comienza a mirarlo; decide acceder a ese encuentro y jamás te arrepentirás de esa decisión. Hoy es el día, hoy llama a tu puerta, hoy quiere entrar.
¿Vas a perderte de tan privilegiada cita?
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