Cuando veáis el arca del pacto de Jehová vuestro Dios [...] saldréis de vuestro lugar y marcharéis en pos de ella.
Josué 3:2-3
Cuando Dios dijo: “Marchen en pos de ella [del arca]”, estaba diciendo: “Síganme”.
Mientras los israelitas se preparaban para cruzar el Jordán, Dios fue a la cabeza mostrándoles el camino. No los soldados. No Josué. Ni los ingenieros y sus planes ni las Fuerzas Especiales y su equipo. Cuando vino el momento de atravesar aguas que no se podían pasar, el plan de Dios fue simple: confíen en mí.
El pueblo lo hizo. Unas bandas escogidas de sacerdotes caminaron hacia el río.
Cargando el arca se abrieron paso pulgada a pulgada hacia el Jordán.
La Escritura no esconde su temor: los pies de los sacerdotes fueron “mojados” a la orilla del agua (Josué 3:15). No corrieron, no se echaron un clavado ni se zambulleron en el río. Fue el más pequeño de los pasos, pero con Dios el paso de fe más pequeño puede activar el milagro más poderoso. Al tocar el agua, se detuvo la corriente. Y todo Israel cruzó sobre tierra seca (v. 17).
Si Dios podía convertir un río furioso en una alfombra roja, entonces: “Ten cuidado, Jericó. ¡Aquí vamos!”. Como les había dicho Josué: “En esto [en el cruce] conoceréis que el Dios viviente está en medio de vosotros” (v. 10). ¡Los hebreos sabían que no podían perder! Tenían el derecho de celebrar.
Al igual que nosotros.
Para el pueblo de Josué, vino seguridad al estar firmes en tierra seca mirando el Jordán en retrospectiva.
Para nosotros, la seguridad viene cuando nos paramos firmes en la obra terminada de Cristo y miramos la cruz en retrospectiva.
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