Cuando el pueblo de Israel vio que Moshé tardaba en regresar del Monte Sinaí hicieron un ídolo, un becerro de oro. En la inauguración oficial de esa nueva “religión”, similar a la religión de los egipcios que adoraban animales, declararon: “Ele ELOQUEJA Israel”, “Este es tu Dios, Israel”.
Es interesante observar que, consciente o inconscientemente, utilizaron la misma expresión que HaShem utilizó en el primer mandamiento cuando dijo “Anojí HaShem, ELOQUEJA”, Yo HaShem, soy tu Dios”.
Evidentemente la intención NO era reemplazar a HaShem por un becerro de oro. El pueblo judío seguía creyendo en Dios. Pero no todos estaban conformes con que HaShem sea “ELOQUEJA”: un Dios al que uno “sirve” comportándose con integridad y con una conducta moral intachable…
El becerro de oro era un “ELOQUEJA” completamente diferente. Para “servirlo” el pueblo se emborrachó y se entregó a la lujuria y a la promiscuidad. Esa es la forma de adorar a los ídolos paganos.
Este detalle es revelador y muy relevante para comprender la naturaleza de nuestra Emuná o fe judía. Más allá de lo obvio, la principal diferencia entre servir a HaShem y servir al becerro es que el becerro de oro NO habla, no se revela, no demanda nada, no se mete en lo hago o dejo de hacer. Mientras que HaShem exige que practiquemos la quedushá, que obedezcamos elevandonos y controlando nuestros impulsos, al becerro de oro se lo adora justamente obedeciendo a los más bajos instintos. El becerro de oro NO se entromete en mi vida privada. No tiene demandas éticas ni espirituales. Al igual que los dioses griegos o romanos, sólo me pide que de vez en cuando le ofrezca algún sacrificio, para satisfacer SUS apetitos…
Yo leí un poco sobre la vida de Albert Einstein, un gran científico y alguien que ayudó al Estado de Israel. Siempre me interesó comprender su filosofía religiosa. Lo que aprendí es que Einstein creía en Dios, pero a su manera. No creía en el Dios de Abraham Itsjaq y Yaaqob, un Dios “personal”, es decir, que nos indica qué debemos hacer con nuestras vidas.
El dios de Einstein y de muchos individuos progresistas o liberales, es el sabio creador del mundo, pero no se mete en lo que yo hago o dejo de hacer. Es como el dios de Aristóteles que creó el mundo y luego lo abandonó a su suerte. O el dios pasivo que Espinoza que es todo (o nada) a la vez, pero que no tiene una voluntad específica, o si la tiene no la manifiesta. La paradoja es que millones de individuos creen en Dios, pero se relacionan con Él ח”ו como si se tratara del becerro de oro: no piensan que necesariamente hay que obedecer Su voluntad.
El primer mandamiento, por el otro lado, deja muy en claro que HaShem no es sólo el Creador. Él es también quien define qué está bien y qué está mal. La forma judía de relacionarnos con Dios pasa en primer lugar por la obediencia a Sus mandamientos. Por observar el código de conducta que Él estableció. Nuestra relación con HaShem, tal como la relación entre esposos o entre padres e hijos, consiste en una serie de derechos y obligaciones.
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