«¡Vamos...vamos... no me venga a tirar con la Biblia en la cabeza! ¡Deje a Dios en la iglesia, hermano, que acá estamos hablando de negocios!»
¿Cuántas veces hemos escuchado expresiones como estas? ¿Se las dijeron alguna vez a usted? Para muchos de nosotros no es fácil establecer un puente directo entre la Palabra de Dios y nuestra vida financiera. Para muchos creyentes la única conexión entre la Biblia y su bolsillo se limita a la posibilidad de comparar la proporcionalidad del tamaño del primer elemento, con respecto al segundo!
Sin embargo, la Biblia tiene mucho que decir con respecto a nuestra vida financiera. Parafraseando a R.C. Sproul en su libro «In Search of Dignity»: «la forma en la que manejamos nuestras posesiones está determinada por nuestros valores sociales». Nuestros valores sociales se ven afectados por cómo entendemos el mundo que nos rodea, esa visión del mundo está moldeada por nuestros valores morales y ellos, a su vez, están relacionados con nuestra creencia en la existencia o no de Dios y Sus demandas para nuestra vida. Como vemos, entonces, sin lugar a dudas nuestra teología está íntimamente relacionada con nuestra billetera... ¡y nuestra Biblia es el manual financiero perfecto!
Es cierto que la Biblia no nos aconsejará si debemos invertir en una Cuenta de Ahorros o en el Mercado de Valores. Como cristianos, sin embargo, deberíamos buscar en las Sagradas Escrituras los principios divinos que han de guiar nuestro manejo financiero de cada día y nuestras inversiones a corto, mediano y largo plazo. Al final de cuentas, es la misma Palabra de Dios la que al principio de nuestra relación con Jesucristo nos confronta con lo que para muchos de nosotros es nuestra primera lucha de lealtades: «Ningún siervo puede servir a dos señores... No podéis servir a Dios y a las riquezas» (Lucas 16:13). Como vemos, la forma en la que manejamos nuestro dinero, es una de las maneras en las que demostramos dónde estamos parados espiritualmente.
Un buen ejemplo es el pasaje de Mateo 25:31ss, donde nuestro Señor usa el factor económico para poner en evidencia la realidad de la salvación en la vida de un grupo de hombres y mujeres religiosos. Es importante notar que ambos grupos, tanto ovejas como cabritos, estaban convencidos de que irían al Cielo. Sin embargo, su salvación verdadera (a pesar de que reafirmamos que es sólo por la fé y por la gracia de Dios), se demostró por la forma en la que se comportaron en un área secreta de sus vidas: la económica.
Aquí va un concepto financiero bíblico muy importante: La forma en la que manejamos nuestras posesiones (sean muchas o pocas), es una expresión externa de una condición espiritual interna.
En el pasaje de Mateo, Cristo les pregunta: «cuando tuve hambre, ¿gastaste de tu dinero para hacerme una comida o, por lo menos, comprarme una hamburguesa?; cuando tuve sed, ¿me diste algo de beber?; y cuando me vine a tu tierra como inmigrante, ¿me invitaste a pasar un par de días en tu casa mientras me encontraba un trabajito y un lugar donde alquilar?» El Señor continúa: «cuando me faltó ropa, ¿fuiste tú el que me la compraste? y cuando estuve enfermo o cuando cometí un crimen, ¿te atreviste a confrontar a tu jefe para pedir un día libre, o sacrificaste un día de tus vacaciones para venir a visitarme?»
Cada una de estas preguntas es una pregunta financiera. Todas, demuestran valores sociales, morales y espirituales que deberían ser el fruto de una vida cristiana que va madurando y va entendiendo más y más cómo vivir las Escrituras más allá del domingo.
La Biblia tiene mucho en común con nuestro bolsillo... pero esa relación va mucho más allá de su tamaño.
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