Es bien sabido que, para la nación de Israel, cada séptimo día era denominado “el Sabat”, o día de reposo. Se le ordenó a los israelitas que lo mantuvieran separado y distintivo de los otros seis días de la semana. Era santo. En el Sabat, todo trabajo regular y toda tarea mundanal debían cesar para ser dedicado únicamente al Señor.
Pero lo que no se conoce bien es que el Sabat no era solamente un día, sino también un año. Al igual que cada séptimo día era el día de reposo, así también cada séptimo año era el año de reposo. “Jehová habló a Moisés en el monte de Sinaí, diciendo: Habla a los hijos de Israel y diles: Cuando hayáis entrado en la tierra que yo os doy, la tierra guardará reposo para Jehová. Seis años sembrarás tu tierra, y seis años podarás tu viña y recogerás sus frutos. Pero el séptimo año la tierra tendrá descanso, reposo para Jehová; no sembrarás tu tierra, ni podarás tu viña” (Levítico 25:1-4).
El año de reposo de igual manera debía ser apartado y distintivo de los seis años que lo precedían. Había de ser un año santo, un año dedicado especialmente al Señor. Durante el año de reposo no debía hacerse trabajo alguno en la tierra. Toda siembra y cosecha, todo arado y plantado, toda recogida y cosecha tenían que cesar al final del sexto año. “Seis años sembrarás tu tierra, y recogerás su cosecha; mas el séptimo año la dejarás libre” (Éxodo 23:10-11).
Durante el año de reposo tenían que descansar no sólo las personas, sino también la tierra. Los campos se dejaban libres, los viñedos desatendidos, y no se mantenían los huertos. La tierra misma observaba su propio reposo para el Señor.
Durante el año de reposo, el pueblo de Israel debía dejar sus campos, viñedos y huertos abiertos para los pobres. Durante la duración de este año la tierra pertenecía, en efecto, a todo el mundo. Y todo lo que creciese por sí solo se denominaba hefker, que significa “sin dueño”. Por tanto, durante el año de reposo la tierra, en efecto, pertenecía a todo el mundo y a nadie al mismo tiempo.
Igual de sorprendente que lo que sucedía a la tierra durante el año de reposo era lo que le sucedía a la gente el último día de ese año:
“Cada siete años harás remisión. Y esta es la manera de la remisión: perdonará a su deudor todo aquel que hizo empréstito de su mano, con el cual obligó a su prójimo; no lo demandará más a su prójimo, o a su hermano, porque es pregonada la remisión de Jehová” (Deuteronomio 15:1-2).
“Cada siete años” se refiere al último día del año de reposo. Elul era el último día del año civil hebreo y el día veintinueve era el último día de Elul. Por tanto, el 29 de Elul, el último día del año de reposo, se producía una generalizada transformación en la esfera económica de la nación. Todo aquel que tenía una deuda quedaba liberado. Y todo acreedor tenía que liberar la deuda que se le debía. Por tanto, el 29 de Elul todo el crédito era borrado y toda deuda era cancelada. Las cuentas económicas de la nación eran, en efecto, canceladas. Era el día de anulación y remisión económica de Israel.
En la forma hebrea de considerar el tiempo, cada día comienza no con la mañana sino en la noche. Esto se remonta a Génesis 1, cuando el relato de la creación registra que hubo primero oscuridad, noche, y después el día. Por tanto, cada día hebreo comienza con la noche anterior a ese día. Y como la noche comienza con la puesta de sol, cada día hebreo comienza en la puesta de sol. Por tanto, el momento en que todas las deudas habían de ser o eran canceladas era la puesta de sol del 29 de Elul.
En español, el mandato del 29 de Elul ordena que todo acreedor “otorgue una remisión”. Pero el hebreo original ordena que todo acreedor haga un “shemitá”. En estos dos primeros versículos de Deuteronomio 15 la palabra shemitá aparece no menos de cuatro veces. Al final del segundo versículo está escrito: “porque es pregonada la remisión de Jehová”. En hebreo se denomina el “Shemitá” del Señor.
La palabra shemitá se traduce con mayor frecuencia como “la liberación” o “la remisión”. La palabra española remisión se define como “la cancelación o reducción de una deuda o un castigo”. El Shemitá de la antigua Israel se refiere no sólo a la liberación de la tierra, sino también a la anulación de la deuda y el crédito ordenada por Dios y realizada a escala masiva y nacional.
Shemitá llegó a ser el nombre del último día del año de reposo, 29 de Elul, el día de Remisión; pero también llegó a ser el nombre del año de reposo en su totalidad. El séptimo año llegaría a conocerse como el año del Shemitá, o simplemente el Shemitá. El año del Shemitá comenzaba con la liberación de la tierra y terminaba con el día de Remisión, cuando las personas mismas eran liberadas.
Por tanto, la palabra shemitá cubre tanto el séptimo año como el último día de este año. Hay motivo para eso. Ese último día, el 29 de Elul, es el crescendo del año, su cúspide y culminación: la remisión del año de Remisión. En cierto sentido, todo acerca del año del Shemitá se desarrolla hacia ese día final, cuando todo es liberado, remitido y cancelado en un día; o más concretamente, el anochecer de este día, la última puesta de sol.
La idea de que una nación cese todo el trabajo en su tierra durante un año entero es una proposición radical. No menos radical es la idea de un día en el cual todo el crédito y la deuda son cancelados. Las repercusiones de estos dos requisitos son tan grandes, que surgieron preocupaciones en generaciones posteriores en cuanto a las consecuencias económicas y financieras del Shemitá. Esas preocupaciones fueron intensificadas cuando el pueblo judío regresó a la tierra de Israel en tiempos modernos.
A fin de resolver esas preocupaciones, los rabinos buscaron idear maneras de evitar los requisitos más radicales del Shemitá. Una de ellas estaba basada en la idea de que el Shemitá se aplicaba principalmente a tierras cuyos dueños eran judíos. Por tanto, en el año del Shemitá, los agricultores judíos vendían sus tierras a personas no judías y seguían trabajando. La venta se hacía bajo un acuerdo en el cual la tierra regresaría al agricultor judío al final del año del Shemitá.
De la misma manera, los rabinos idearon maneras de evitar la cancelación de deudas. El sabio rabínico Hillel desarrolló un sistema mediante el cual las deudas podrían ser transferidas a un tribunal religioso. Ya que un tribunal no es un individuo, la deuda sobrevivía al año del Shemitá. Otros idearon otras estrategias igualmente. Por tanto, el Shemitá se seguía observando, de una forma u otra, pero esas formas llegaron a ser cada vez más simbólicas.
No todos aceptaron esos métodos. Judíos ortodoxos en Israel cuentan historias de agricultores judíos que fielmente guardaron el requisito del Shemitá sin ninguna alteración y terminaron con una cosecha extra abundante al año siguiente. Independientemente de la controversia que les rodeaba, el hecho de que esos métodos fuesen ideados por rabinos revela dos cosas que demostrarán su importancia a la hora de desentrañar el misterio del Shemitá:
1. El Shemitá tiene consecuencias que afectan concretamente el ámbito financiero y económico.
2. Los efectos del Shemitá tienen similitudes clave con los efectos de un desplome económico y financiero.
¿Cuál fue el motivo del Shemitá en un principio? Hay varias respuestas, y todas ellas tocan el ámbito espiritual.
El Shemitá da testimonio de que la tierra y, efectivamente, el planeta tierra, le pertenece a Dios y sólo le es confiado al hombre como mayordomo. Dios es soberano. Su soberanía se extiende también a los ámbitos del dinero, las finanzas, la economía y las posesiones. Esas cosas son confiadas al cuidado del hombre pero en definitiva pertenecen a Dios.
El Shemitá declara que Dios es primero y está sobre todos los ámbitos de la vida y, por tanto, debe ser situado primero y por encima de cada ámbito. Durante el Shemitá, Israel era, en efecto, impulsado a alejarse de estos ámbitos terrenales y acercarse a lo espiritual.
El Shemitá limpia y elimina, pone fin a desequilibrios, equilibra cuentas y anula lo que ha sido edificado en los años anteriores: una limpieza masiva de la situación financiera y económica. Pone fin a los compromisos y trae liberación. Su liberación se aplica no sólo a la tierra y a las cuentas financieras de la nación, sino también a algo mucho más universal. El Shemitá requiere de las personas que liberen sus apegos a la esfera material: sus posesiones, sus finanzas, sus bienes y sus deseos y búsquedas con respecto a tales cosas. Es romper vínculos. Y quienes liberan son de igual manera liberados, al no ser ya poseídos por sus posesiones, sino libres.
El Shemitá es un recordatorio de que Dios es la fuente de todas las bendiciones, espirituales y físicas igualmente. Pero cuando Dios es apartado de la escena, finalmente seguirá la eliminación de bendiciones. Así, el Shemitá aborda un defecto en particular de la naturaleza humana: la tendencia a divorciar las bendiciones de la vida del Dador de esas bendiciones, divorciar el ámbito físico del espiritual. Entonces busca compensar la pérdida de lo espiritual aumentando sus deseos sobre el mundo físico, persiguiendo así cada vez más cosas, aumento, ganancias: materialismo. Este aumento de cosas, a su vez, deja aún más apartada la presencia de Dios. El Shemitá es el antídoto para todas esas cosas: la eliminación de afectos materiales para permitir que entren la obra y la presencia de Dios.
La observancia del Shemitá es un acto de sumisión y humildad. Es el reconocimiento de que todo lo bueno proviene de Dios y en última instancia no puede ser poseído, sino sólo recibido como una encomienda. Las posesiones son soltadas, las cuentas son canceladas, aquello que se ha acumulado es eliminado. El Shemitá humilla el orgullo del hombre.
Por último, el Shemitá comparte los atributos del día de reposo, todo un año dado a reposar y dejar reposar, a liberar y ser liberado, a descargar a otros y dejar las cargas propias, a hacer borrón y cuenta nueva con los demás y con uno mismo, el tiempo designado por Dios para el reposo, la renovación y el avivamiento.
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