Hubo una mujer que entregó todo lo que tenía. En medio de una reunión de hombres, entró con un frasco de alabastro, a una casa donde se encontraba Jesucristo, quien no había sido recibido como correspondía. Era tradición que se te proveyera, al menos, agua para limpiarte los pies.
Esta mujer había escuchado de la grandeza del Señor, supo que estaba en aquel lugar y, sin que nadie se diera cuenta, tomó los pies del Maestro y comenzó a ungirlos y, dice la biblia que los hombres que estaban en aquel lugar, aquellos que no habían dado nada, que no habían recibido al Maestro propiamente, comenzaron a criticarla.
Los que te critican cuando tú le das algo al Señor, son aquellos que no dan nada; son los Judas que están sacando de la bolsa, y no pueden entender que muchos de nosotros hemos recibido la revelación de que nuestro milagro se encuentra en aquello que tenemos en nuestra mano; que podemos entender que, cuando le damos algo al Señor, Dios siempre nos va a dar mucho más.
Aquella mujer estaba allí, con aquel frasco de alabastro que, dice la biblia que correspondía al salario de todo un año. Lo que tenía en su mano no era poco.
Aquellos hombres que estaban allí, criticando a aquella mujer, no habían entregado nada, pero ella había entregado algo, al punto que Cristo dijo: De esta ofrenda que ha dado esta mujer, se hablará por la eternidad.
Muchas veces, –como a la mujer de flujo de sangre–, es un toque lo que te saca a la luz, lo que hace que seas expuesto. A veces, es una limpieza en tu corazón, el corregir algo incorrecto en nuestro carácter –como pasó con la mujer samaritana–; pero, en otras ocasiones, lo que hace la diferencia es entregar lo que tenemos a nuestro Señor; son nuestras ofrendas las que nos ponen delante de nuestro Señor.
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