El juego de la comparación es una trampa muy común, pero perjudicial. Comparar es examinar dos cosas para encontrar similitudes y diferencias. Es medir una cosa contra otra. Las mujeres solemos comenzar el juego de la comparación a una edad temprana. Comparamos los vestidos, los zapatos y las muñecas; y luego el tamaño del sujetador, los novios, el peso, y la capacidad de cocinar y la limpieza de nuestros hogares. Cuando no tenemos mucho éxito en un aspecto de nuestra vida, a veces encontramos consuelo al ver que alguien más tiene menos éxito que nosotras en eso. Es el alivio que experimentamos cuando entramos a la casa de una amiga o vecina y encontramos montones de ropa y juguetes en el suelo; o el sentimiento de frustración al entrar en una casa que está absolutamente limpia y libre de polvo y en la que están horneando pan casero. Inmediatamente empezamos a comparar. Es una reacción natural.
No hay nada más cruel que la comparación que surge a veces entre las madres. Como madres, tenemos un insaciable impulso de tener éxito en la crianza de nuestros hijos. Todas hemos sentido esa presión de que nuestros hijos sean los mejores vestidos, los que logren las mejores calificaciones, o los que demuestren los mejores talentos. Podemos llegar a ser culpables de medir nuestro éxito en base al desempeño de nuestros hijos. Podemos comparar los estilos de crianza, los estilos de disciplina, los métodos de enseñanza, e incluso la espiritualidad de nuestros hijos. Cuando sentimos que están por debajo de nuestro potencial en comparación con el potencial de los demás, comienza un juego tormentoso que impulsará a los padres a hacer las cosas más absurdas. Este es el caldo de cultivo del que brotan las madres de que presionan a sus hijos sin piedad y que hacen que se comporten de una manera demencial en las actividades deportivas solo para que sus padres puedan ver que están siendo superiores a los demás niños.
Al ver la historia de Elisabet, la madre de Juan el Bautista, podemos llegar a la conclusión de que, para ser madres guiadas por el Espíritu Santo que crían a niños con un destino profético, tenemos que liberarnos del círculo vicioso de la comparación. Tenemos que liberar a nuestros hijos para que sean los individuos únicos que Dios los ha llamado a ser, aunque esto represente hacer el ridículo o una vergüenza potencial. Para comenzar, Juan, el hijo de Elisabet, ni siquiera tenía un nombre común. Estoy segura de que cuando Juan decidió que lo único que quería usar era pieles de camello, su reputación no mejoró mucho. ¡Imagínese la presión social que la familia experimentó cuando Juan decidió comer solo langostas! Elisabet tuvo que superar todas las comparaciones entre madres y simplemente permitir que su hijo fuera aquello para lo que Dios lo creó. No podemos tener miedo de permitir que nuestros hijos usen pieles de camello, aunque esa no sea la última tendencia de la moda para niños. Destacarse y ser diferentes puede ser el plan divino para nuestros hijos, pero eso requerirá que enterremos nuestros deseos de que sean aceptados o populares.
Los agitadores del Reino no fueron diseñados para adaptarse a patrones, sino para romperlos. A veces tenemos que permitir que Dios haga eso a través de nuestros hijos, y eso por naturaleza significa que no siempre van a ser como la sociedad espera.
Los agitadores del Reino no fueron diseñados para adaptarse a patrones, sino para romperlos. A veces tenemos que permitir que Dios haga eso a través de nuestros hijos, y eso por naturaleza significa que no siempre van a ser como la sociedad espera.
Los niños, con sus personalidades únicas, no fueron creados para ser medicados, etiquetados y simplemente tolerados. Lo que el mundo diagnostica como un trastorno, defecto o falla psicológica, puede ser en realidad la composición genética del destino. Lo que parece indeseable o difícil de tratar en nuestra sociedad puede ser el plan del Reino.
¿Qué personaje importante en la historia bíblica, o incluso en la historia contemporánea, llegó a cambiar el mundo por ser normal? Sin embargo, sentimos la presión como padres de ajustar a nuestros hijos a un molde llamado “normal”. Este es el plan del enemigo, porque “normal y equilibrado” es igual a “cómodo y complaciente” en el Reino. Jesús predicó un evangelio radical y vivió una vida radical, y no tuvo nada de “normal”. Y de nuevo lo digo, a medida que se acerca su regreso, Dios está levantando una generación de “Juanes Bautistas” que sacudirán nuestra nación y el mundo con un estilo y un mensaje que será de todo menos normal o equilibrado. Dios mismo dice que Él odia las cosas tibias (Apocalipsis 3:16).
Las temperaturas altas o bajas exigen una reacción, y así es como Dios desea que vivamos como creyentes. Esto comienza, sin embargo, con las madres del Reino, que no tendrán miedo o reprimirán lo que Dios ha ordenado en sus hijos.
¿Qué personaje importante en la historia bíblica, o incluso en la historia contemporánea, llegó a cambiar el mundo por ser normal? Sin embargo, sentimos la presión como padres de ajustar a nuestros hijos a un molde llamado “normal”. Este es el plan del enemigo, porque “normal y equilibrado” es igual a “cómodo y complaciente” en el Reino. Jesús predicó un evangelio radical y vivió una vida radical, y no tuvo nada de “normal”. Y de nuevo lo digo, a medida que se acerca su regreso, Dios está levantando una generación de “Juanes Bautistas” que sacudirán nuestra nación y el mundo con un estilo y un mensaje que será de todo menos normal o equilibrado. Dios mismo dice que Él odia las cosas tibias (Apocalipsis 3:16).
Las temperaturas altas o bajas exigen una reacción, y así es como Dios desea que vivamos como creyentes. Esto comienza, sin embargo, con las madres del Reino, que no tendrán miedo o reprimirán lo que Dios ha ordenado en sus hijos.
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