No es el deseo ni la voluntad de Dios que vivamos resignados. La Biblia nos dice: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios. Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados. Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios” (Romanos 8:14-19).
Estos versículos nos hablan de al menos ocho principios que disfrutamos por la libertad que tenemos en Cristo:
1. Somos guiados por el Espíritu de Dios.
2. Somos hijos de Dios.
3. No somos esclavos.
4. No tenemos que vivir en temor.
5. Hemos sido adoptados por Dios.
6. Ya no solo yo, sino que ahora el Espíritu declara que soy hijo de Dios.
7. Soy heredero de Dios y coheredero con Cristo.
8. Y la que me llama más la atención: La creación está aguardando la manifestación de los hijos de Dios.
¡Qué impresionante esta última declaración! Los cristianos no podemos vivir resignados, porque la creación aguarda la manifestación de los hijos de Dios. Alguien en su trabajo, alguien en su familia, alguien en su comunidad está aguardando la posibilidad de ver en usted el poder de Dios manifestado. Por lo tanto, no podemos resignarnos, no podemos dejar para mañana los cambios que tenemos que hacer hoy mismo. Por lo tanto, no podemos seguir declarando que el diablo se levanta contra nosotros para atarnos, sino más bien es posible que le estemos diciendo a Dios: “Mañana”. Mañana oro, mañana leo la Biblia, mañana diezmo, mañana termino con esta relación que no te agrada, mañana cambio de mente, mañana lucho por mi matrimonio, mañana cambio mis comportamientos, mañana, mañana.
Si siente que hay cosas que se van afectando cada vez más, que el matrimonio se va desenfocando, la familia se va devastando, el ministerio se va deshaciendo, las finanzas van de mal en peor... no se resigne, porque Dios nos está gritando: “Yo tengo la respuesta”. Por medio de las Escrituras nos grita: “Clama a mí, y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces” (Jeremías 33:3). Si la salud sigue empeorando, si la paz mental sigue deteriorándose, si las emociones siguen afectándose, podemos ver a Cristo gritando: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). Si se siente sin esperanza, sin consuelo, sin deseos de vivir, sin valor, escuche al Señor declarando: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” (1 Corintios 2:9).
Mientras nos encontramos atados, Dios se encuentra ansioso por desatarnos para que disfrutemos del privilegio de ser sus hijos, la bendición de ser sus hijos, la herencia de sus hijos. Sin embargo, nosotros le contestamos: “Sí, yo sé que tengo que venir a ti, que tengo que cambiar, pero lo hago mañana”.
Cuando Moisés oró y las ranas se murieron, la Biblia nos dice: “E hizo Jehová conforme a la palabra de Moisés, y murieron las ranas de las casas, de los cortijos y de los campos. Y las juntaron en montones, y apestaba la tierra” (Éxodo 8:13-14). Pero Faraón, luego de que se acostumbró a la peste de las ranas muertas, se volvió a resignar y a endurecer su corazón. Endureció su corazón y no escuchó ni obedeció la voz de Jehová. Durante varias plagas más, Faraón se arrepentía y luego se resignaba, y volvía a endurecer su corazón, hasta que llegó la muerte de los primogénitos.
Cada una de las plagas representaba a un dios de autoridad y adoración de Egipto, y en cada una de ellas las personas murieron y hubo consecuencias. En la última plaga, la muerte de los primogénitos, fue que Faraón finalmente se rindió.
Y yo me pregunto: ¿Por qué esperar a esto? ¿Por qué esperar a que las consecuencias plaguen mi vida, afecten mi destino, terminen con mi familia? ¿Por qué dejar que las consecuencias del pecado, las malas actitudes, el orgullo, la falta de perdón, la depresión, la maldad y todas estas ataduras me afecten de manera tal que tomen lo mejor de mí, mi familia y mi destino? ¿Por qué no arrepentirnos ahora? ¿Por qué no declarar que “con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20)?
Ser libre de nuestras ataduras requiere cambios radicales, requiere entrega, devoción, sacrificio, cambiar de mente, cambiar de corazón, requiere perdonar, obediencia, sometimiento, requiere amor y fe. Como vemos, ser libres de nuestras ataduras emocionales, mentales, físicas, espirituales, carnales, sexuales, de dependencia y de tantas cosas que podemos mencionar puede ser la batalla más grande de nuestra vida, pero no pelear esa batalla traerá lo que pueden ser las consecuencias más devastadoras para nosotros. Ya no se puede decir mañana, tenemos que decir hoy y ahora.
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