Satanás realmente no quiere un creyente persistente, metódico, inoportuno que viva por la oración. No quiere a alguien tan tenaz y disciplinado en oración que una vez que esa persona comience a orar, Satanás sabe que, sin importar lo mucho que obstaculice la respuesta, él no tiene esperanza de ganarle. Si tuviéramos más cristianos que oraran así, entonces habría un desmantelamiento inevitable, paso a paso, día a día, del reino de las tinieblas que él jamás podría resistir. El fin de su reino de cautiverio, enfermedad, deformidades y tormento emocional sería determinado. Así que él se siente bastante contento de hacernos pensar que las cosas grandes están en realidad solamente en manos de Dios, de manera que nunca tenemos la necesidad de preocuparnos más allá de nuestras necesidades y de las de nuestra familia inmediata.
¿Se le hace difícil de creer? Bueno, entonces considere la historia de Daniel. En ninguna otra parte de la Biblia vemos tantas intrigas en contra de una persona para que dejara de hacer algo: el objetivo era simplemente evitar que este hombre orara tres veces al día. Sadrac, Mesac y Abed-nego fueron echados en un horno de fuego ardiente, ¿por qué? Porque ellos solamente inclinaban su rodilla ante Dios, algo que hacían regularmente con Daniel.
Daniel fue echado en el foso de los leones...¿por qué? Porque abría las ventanas de par en par y oraba con valentía. Aun así, no vemos que Daniel realice milagros como los de Moisés. No hubo plagas de liberación sobre los caldeos como sobre los egipcios. No. Más bien vemos a un simple profeta de Dios que oró de manera sistemática tal que nada lo podía disuadir de hacerlo, y generó la liberación de Israel de Babilonia.
Busque la historia de Daniel 9. Daniel está leyendo un día en el libro de Jeremías en uno de sus tiempos de oración e hizo un descubrimiento. Según Jeremías, Dios dijo que el exilio de Israel solamente duraría setenta años. Daniel es un hombre viejo en este momento, así que comenzó a contar su cumpleaños: “Veamos, fui llevado al exilio cuando era un muchacho de tal edad, y ahora tengo tantos años; ¡eso es más de setenta años!”. Eso fue todo, una promesa en la Escritura ¡que no se había cumplido! ¿Entonces qué hizo Daniel? Empezó a buscar a Dios en oración y en ayuno para averiguar qué estaba pasando. Comenzó confesando sus pecados y los pecados de Israel y presentó su petición al cielo, inquiriendo la razón por la que no se había cumplido la promesa de Dios. Recibe una visión de parte del Señor acerca del futuro, pero no es la respuesta que está buscando, así que permanece en oración. Recibió otras visiones, cosas increíbles y asombrosas, pero nuevamente no eran la respuesta a su pregunta, así que siguió orando. Luego, finalmente, después de tres semanas, un ángel se le apareció a Daniel diciendo.
Daniel, no temas; porque desde el primer día que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido. Mas el príncipe del reino de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme, y quedé allí con los reyes de Persia. He venido para hacerte saber lo que ha de venir a tu pueblo en los postreros días; porque la visión es para esos días… Él me dijo: ¿Sabes por qué he venido a ti? Pues ahora tengo que volver para pelear contra el príncipe de Persia; y al terminar con él, el príncipe de Grecia vendrá. Pero yo te declararé lo que está escrito en el libro de la verdad; y ninguno me ayuda contra ellos, sino Miguel vuestro príncipe (Daniel 10:12-14, 20-21).
En el mismo momento en que Daniel comenzó a orar, Dios envió a su mensajero, pero de inmediato se topó con interferencia demoníaca, y le tomó veintiún días de lucha poder pasar con la respuesta. Satanás permitió que otras revelaciones pasaran, esperando que Daniel quedara tan fascinado por ellas que se olvidara de lo que estaba pidiendo; pero cuando Daniel persistió, las fuerzas de Satanás fueron finalmente derrotadas.
Daniel recibió su respuesta, y en ese mismo año, según algunos eruditos, el rey Ciro decretó que se reedificara el templo en Jerusalén (consulte Esdras 1:1-4). Fue el primer paso hacia el retorno de Israel a la Tierra prometida.
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