Hasta donde recuerdo, el mensaje de la Iglesia ha sido la salvación de las almas. Se organizan maravillosas cruzadas de evangelización para traer multitudes a Jesús. El evangelismo también es llevado a las calles, cuando la gente normal invade nuestras ciudades y aprende a compartir las buenas nuevas del perdón de Dios para todos. Posiblemente la belleza del mensaje nos ha adormecido con respecto al resto de nuestra tarea. Hay más que eso. Jesús nos enseñó claramente que debíamos predicar el mensaje del Reino a toda nación antes del fin (ver Mateo 24:14). Ese mensaje revela el Reino a través de los milagros.
El mensaje de salvación está contenido en el evangelio del Reino. Las buenas nuevas del Reino son que la proclamación del dominio de Dios está en vigor ahora. El Reino es el dominio del Rey. El mensaje del Reino es el mensaje del dominio del Rey, que está en vigor aquí y ahora. Y cuando Jesús proclamaba este mensaje, milagros le seguían. Los milagros eran el resultado físico del cumplimiento de su dominio. “Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo” (Mateo 9:35). El mensaje correcto atrae el poder de Dios, ya que a Él le encanta confirmar su Palabra. El mensaje de salvación no estaría tan incompleto si fuera predicado como Dios lo planeó. En la actualidad, salvación significa que “nuestros pecados pueden ser perdonados”. Si no hubiera más que eso, de todos modos valdría la pena. El perdón sigue siendo el milagro supremo. Pero afirmar que hay más que el mensaje, no le resta importancia al perdón. Sino solamente que Dios planeó más. Jesús dijo: “Porque el Hijo del Hombre no ha venido para perder las almas de los hombres, sino para salvarlas” (Lucas 9:56). La palabra salvar en el original griego es la palabra sozo. Se refiere específicamente al perdón del pecado, a la sanidad de la enfermedad y a la liberación del tormento. Eso es salvación. Jesús nos proporcionó lo que necesitábamos para salvar a la persona por completo: espíritu, alma y cuerpo.
• Espíritu: perdón
• Alma: liberación
• Cuerpo: sanidad
El evangelio de salvación está pensado para tocar a la persona por completo. Otra observación de esta verdad procede del estudio de la palabra mal como se encuentra en Mateo 6:13: “Mas líbranos del mal”. La palabra mal representa toda la maldición de pecado que está sobre el hombre. Poneros es la palabra griega para mal. Provino de la palabra ponos, que significa “dolor”. Y esa palabra provino de la raíz penes, que significa “pobre”. Esto es lo que Jesús vino a destruir: el mal y el pecado; el dolor y la enfermedad; y la escasez y la pobreza. Jesús destruyó el poder del pecado, la enfermedad y la pobreza a través de su obra en el Calvario. Adán y Eva vivieron sin pecado, sin enfermedad y sin pobreza en el huerto. Ahora que somos redimidos y restaurados al propósito original de Dios, ¿debemos esperar menos? ¿Especialmente cuando lo que Jesús llevó a cabo es un mejor pacto?
Jesús, nuestro Salvador, vino pensando en el dominio. Esto ya fue aclarado: “Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo” (1 Juan 3:8). Debido a que a menudo vemos las obras del diablo en la destrucción evidente de la vida de la gente, es lógico que Jesús viniera a destronar al enemigo de su lugar de control e influencia.
En la actualidad, la gente a menudo es salva al repetir una oración, pero no les sucede mucho más para establecerlos en una relación con Aquel que realmente los hace libres y los hace una nueva criatura. Estos convertidos a menudo viven con tormento y aflicción, algunos de ellos durante años, y algunos otros para toda la vida. Una salvación más completa desde el principio, le da a la persona un mayor impulso hacia la relación que Dios planeó. ¿Recuerda al hombre que fue sanado en la puerta la Hermosa? La Escritura nos dice que él caminó, saltó y alabó a Dios. Fue transformado en todas las áreas. Fue sanado físicamente: caminó. Fue sanado emocionalmente: saltó. También fue sanado espiritualmente: alabó a Dios (ver Hechos 3:1–10). Recuerdo haber hecho un llamado al altar hace años un domingo en la mañana. Ese día se acercaron muchas personas.
Un muchacho sobresalía. Él tenía un gran dolor y había llegado caminando al servicio con un bastón. La enfermedad le había robado la capacidad de caminar sin ayuda. Él estaba tan impactado con la convicción de rendirse a Cristo, que respondió rápidamente para dirigirse hacia el altar y orar con nuestros siervos de oración (a los cuales los llamamos nuestros obreros del altar). No se dio cuenta sino hasta después de recibir a Cristo de que había dejado su bastón en el asiento. En realidad fue sanado mientras se acercaba para recibir el amor de Dios en perdón. La salvación que se llevó el poder del pecado, también destruyó la aflicción de su cuerpo. ¡Él fue salvo y no había nada incompleto al respecto!
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